La
perspectiva de género se ha hecho omnipresente: buena parte de los partidos
políticos elaboran sus programas con perspectiva de género, las políticas
sanitarias, de educación y otras se hacen con perspectiva de género, los
presupuestos del Estado deben medir el impacto de género, la violencia de
pareja es violencia de género… A pesar de esta omnipresencia y de la enorme
importancia que ha adquirido en los últimos años para la vida de los ciudadanos
y el funcionamiento de la sociedad se trata sin embargo de una gran desconocida
que muy escasamente llega a la opinión pública y de la que parece que nadie
quiere dar cuenta, una cautela y una prevención que para quienes no la
compartimos ni en su concepción ni en su puesta en práctica no hace más que
incrementar nuestra preocupación.
Cuando en 1928 la feminista Margaret Mead estableció la conveniencia de separar el sexo biológico del comportamiento social de hombres y mujeres ideando el concepto de género, lo hizo pensando que de ese modo establecía una nueva categoría neutra capaz de dar cuenta sin sesgos de los roles sociales de hombres y mujeres, lo que visto desde la perspectiva de hoy no solo supuso una enorme ingenuidad sino que se acabó demostrando que estaba muy lejos de atisbar hasta qué punto ese nuevo concepto no evitaba la contaminación ideológica que se decía iba a superar.
Ya que,
si su pretensión era combatir la idea de
que los roles y estereotipos sociales de hombres y mujeres como productos de la
naturaleza, lo cierto es que lo finalmente
conseguido fue el establecimiento de
otros estereotipos, esta vez de fuerte contenido misándrico y dirigidos al
hombre y eso sin que, paradójicamente, su rol como proveedor y protector haya
mudado sustantivamente, estereotipos que
a cada paso y con más fuerza dibujan una figura masculina cargada de rasgos
negativos y odiosos: dominadores, violentos, egoístas, padres ausentes...
No es
solo que en lo sucesivo lo que ella no negaba: la existencia de esos dos niveles de
la realidad el sexo biológico, y el género como construcción social, terminase
desapareciendo completamente y solo quedase su contenido como construcción
cultural, como bien se encargó de enfatizar el feminismo a partir de los años
sesenta: lo que Sulamith Firestone expresó así “A
diferencia del primer movimiento feminista, el nuevo movimiento feminista no
tiene por objeto simplemente acabar con el privilegio masculino, sino con la
distinción de sexos misma: las diferencias genitales entre los seres humanos ya
no importarán culturalmente”
y Kate Millet la creadora de: “lo personal es político” de esta forma: “en el nacimiento no hay ninguna diferencia entre los sexos”
y “la
personalidad psicosocial se forma en fase postnatal”, es que en la
exacerbación de esta tendencia
la teoría queer no solo considera que
las diferencias biológicas entre los sexos no son reales, es que sostiene que los
humanos podrían subsistir de manera asexuada.
De tal modo que, tratando de
escapar de la naturaleza como fijadora de los sexos y los roles sociales, la
perspectiva de género nos ha conducido a la negación de naturaleza misma, a la negación de los sexos en el plano
biológico, y con ello a múltiples
callejones sin salida, del que no es el menor la negación de toda la ciencia de
los últimos decenios para la que las diferencias biológicas entre los seres
humanos no se circunscriben a su morfología o sexualidad, sino a todo su ser
incluidos por supuesto su sistema neurológico y su sistema hormonal, y ello con importantes consecuencias tanto en
su sicología como en su comportamientos,
y, desde luego, poniendo de
manifiesto el profundo error de concebir a los humanos como una tabla rasa en
la que solo se comenzaría a escribir después del nacimiento.
Y es en esta tesitura entre
ciencia e ideología, entre riguroso pensamiento científico e ideología de
género, que llama la atención que en nuestro país: partidos políticos, medios
de comunicación y en general múltiples instancias del Estado y los poderes
públicos , hayan optado no por lo que cabría esperar: la ciencia, sino por la llamada "perspectiva de género",
trasladándola no solo a múltiples leyes y disposiciones, por ejemplo, toda la
legislación de género, sino pretendiendo convertirla en una especie de
filosofía oficial y pensamiento único a aplicar en todos los ámbitos de la vida cultural, social y política y arrumbado
con todo lo que no se ajuste a ella al extrarradio de la vida social y del propio
sistema. En mi
opinión el género ha derivado en un producto ideológico de ínfima calidad que,
tomado como pretenden algunas y algunos como eje vertebrador de la sociedad, no
solo no augura una futura sociedad mejor, sino que está en la base de algunos de los problemas
sociales en que vivimos inmersos. Abrir un debate sobre todas estas cuestiones
se hace cada día más perentorio.