Escribo esta entrada al hilo de la
anterior
y después de ver cómo el neofeminismo se ha convertido en filosofía
de Estado, aunque más apropiado sería decir ideología, ya que la
filosofía se refiere a la condición humana y la ideología de
género únicamente a lo femenino, porque si ya demasiado grave es
que suceda algo así, mucho más lo es si tenemos en cuenta que su
sustento intelectual: la perspectiva de género, no resiste la más
mínima prueba científica, ni de contraste con la realidad. Y cabe
destacar por eso mismo que, ni éste, ni ningún otro feminismo ha
hecho jamás balance, ni desea hacerlo, ya que desvelaría su
verdadero objetivo que en ningún caso pasa por la igualdad de
hombres y mujeres. En esa
carrera con la tortuga que Aquiles nunca ganará, a cada paso se
nos proponen nuevas metas, pero la montaña siempre está igual de
distante y, mientras tanto, al hombre se le ha declarado ausente y no
sujeto de atención.
Según ese enfoque la sociedad
patriarcal no se ha superado, a pesar de que la mujer ha conseguido
para sí todos los derechos sobre la reproducción y es la figura más
importante en la familia, a veces, de forma única como, de igual
modo, parecen constituir menudencias la masiva incorporación al
mundo laboral, la presencia en la universidad, o la participación en
cuanto foro y actividad les apetece. Y eso cuando ninguno de los
grandes objetivos del feminismo histórico lleva camino de hacerse
realidad, más bien al contrario, cualquiera de sus previsiones ha
fallado: los roles masculino y femenino son igual de divergentes que
en tantos otros momentos históricos y los famosos estereotipos de
hombre y mujer, llevan camino de identificar al primero con el mal y
la segunda con el bien. Los hombres seguimos haciendo como en tantos
otros momentos históricos unas tareas: protección y una parte de
la provisión y las mujeres las tareas de cuidado y otra parte de la
provisión, aunque ahora éstas estén mucho más mediatizadas por el
Estado. La pretensión de que los sexos son perfectamente
intercambiables solo puede conducir a error.
El error evidentemente es de base y
parte de la negación de que hombres y mujeres somos diferentes ya
antes de nacer, y las inclinaciones y propensiones de cada uno y cada
una son distintas para casi cualquier momento de la vida, sin que
esto sea incompatible ni con la común humanidad, ni con la
compartición de infinidad de espacios comunes. Nos gustan juegos
diferentes; tenemos inclinaciones intelectuales y de otro tipo
diferenciadas; en el mundo laboral desempeñamos trabajos distintos,
entre ellos los de mayor riesgo y esfuerzo; en la familia nuestros
papeles son diversos, y parece claro que en ese ámbito no es el
hombre quien los establece; desempeñamos las tareas de protección y
cuidado de modo significativamente desigual; y en la red, una
conquista bien reciente, ellas visitan mucho más las páginas de
moda, belleza y salud y ellos las de deportes, política o filosofía,
-y esto espero que no se vea como una simple anécdota. Pretender
uniformizar a los sexos es una tarea vana porque no es verdad que los
sexos sean una construcción cultural como toda la ciencia ha
demostrado en los más diversos campos pero también porque la
diferencia enriquece a ambos. Paradójicamente el feminismo que niega esas realidades, procura desde lo jurídico y político la negación de esa común humanidad.
Como por ningún lado se aprecia ese
lúgubre relato feminista de la historia de los sexos y, a pesar de
todos sus malos augurios, nada ha impedido que alcanzásemos a vivir
en estados democráticos y en algunos casos del bienestar, que han
repartido sus beneficios para todos: ellos y ellas, lo que resultaría
impensable, de hacer caso a esos postulados según los cuales la
pretensión del varón sería mantener dominadas y subyugadas a las
mujeres. La idea de que el patriarcado pretendería una sociedad en
la que ellos vivirían a cuerpo de rey y ellas como esclavas es
insostenible se mire como se mire y no tapan esas vergüenzas los
múltiples intentos de probar que eso sea así y se hable de cosas
como la brecha salarial o el sexismo lingüístico, tan desmentidas
por quienes saben, como consolidadas en los estados de opinión
construidos a fuerza de una constante e inagotable propaganda y su
reiteración hasta el infinito. En su delirio la perspectiva de
género pretendería que no solo los hombres discriminarían a las
mujeres también que el mercado lo haría: en el ámbito laboral lo
llevan diciendo desde hace mucho tiempo, y ahora han extendido esta
pretendida discriminación, una más, al ámbito del consumo. Todo
parecería confabulado contra las mujeres no se sabe muy bien por qué
mano negra.
Mientras tanto, cosas como el suicidio
o la enfermedad mental salen a
colación si acaso les afecta a ellas y el resto del tiempo
permanecen en el más profundo de los silencios, aún cuando ellos
sean los más afectados. No digamos la menor esperanza de vida, que
para este caso sí se explicaría por el comportamiento irresponsable
de los varones. La asimetría y la ausencia de reciprocidad son
constantes de este enfoque, enfoque que algunos dirigentes políticos
quieren seguir trasladando a la ley y la sociedad. Pedro Sánchez el
secretario general del PSOE nos ha propuesto: en primer lugar
funerales de Estado para las víctimas de la violencia de género, a
continuación la supresión del Ministerio de Defensa para dedicar
sus recursos a combatirla y ahora la
extensión de la Ley de violencia de género a todos los ámbitos
de relación entre mujeres y hombres. ¡Cómo si lo sucedido en su
gestación y desarrollo y, sobre todo, en su resultado pudieran
calificarse de otro modo que fracaso! Y como si todo lo anterior no
fuese suficiente parece que la reforma más importante, la que
consagraría una definitiva separación de los sexos, quedaría
reservada para esa modificación de la Constitución que pretenden.
No sé por cuanto tiempo más
permanecerá este tema vetado a los ciudadanos y a la opinión
pública, por cuánto tiempo la única voz que se escuche sea la del
feminismo de género y quienes lo sostienen, por cuánto tiempo los
“expertos” serán quienes decidan sobre divorcio, custodia
compartida, equipos psicosociales, y un largo etcétera de temas de
primera magnitud que no pueden ser negados a la opinión pública que
está en el derecho de conocer cómo, con qué criterio y quiénes
toman decisiones que van afectar profundamente a su vida y la de sus
hijos. Y sobre todo, no se puede seguir dando carta de naturaleza
científica, ni pretender filosofía de Estado, a una ideología
construida sobre los endebles cimientos que sostienen a ésta y un
enfoque que divide tanto a la sociedad, hasta el punto de pretender
dos mundos jurídicos distintos al estilo de las sociedades del
Antiguo Régimen.
P.S. Por si todavía quedan dudas de que la misandria habita entre nosotros en forma de ideología debería leer este artículo.
P.S. Por si todavía quedan dudas de que la misandria habita entre nosotros en forma de ideología debería leer este artículo.