Supone además que la violencia es un continuo que va de la presión psicológica a la violencia física, y que no cabe hacer diferenciación entre ambas. Podemos preguntarnos, sin embargo qué sucede cuando en la realidad social las cosas suceden a la inversa, mujer-verdugo, hombre-víctima. La respuesta que nos ofrece este feminismo es siempre, la “agresividad” de la mujer es una violencia de resistencia, una contraviolencia frente a la violencia del hombre, constituye por tanto una forma de legítima defensa.
De ahí que no quepa computar como tal violencia, más que la que cumple la susodicha condición, el hombre el verdugo, la mujer la víctima. Esto es lo que sucede por ejemplo en nuestra Ley contra la violencia de género, de tal modo que todos podremos conocer la cifra de mujeres muertas a manos de sus parejas o ex -parejas, lo que es mucho más difícil será conocer el número varones muertos por la misma razón, ya que sencillamente es una estadística que no se ofrece o se camufla, porque no se trata de violencia de género. Esta violencia, la violencia del hombre sobre la mujer, se nos dice sería de una naturaleza distinta a las otras violencias en el seno de la familia, incluso distinta a la que se produce en las parejas homosexuales.
Toda la complejidad de las relaciones interpersonales en el ámbito de la pareja, quedan reducidas a una única variable, el deseo de dominio del hombre sobre la mujer. Se nos dice además que esta violencia nada tiene que ver con la producida en el seno de las parejas homosexuales, a pesar de la evidencia de que los celos, los roces diarios de la convivencia, etc. son los mismos en un caso que en el otro. Lo cierto es que jamás se nos aclara esta cuestión, más allá de las consideraciones de tipo ideológico del feminismo de género actual, que en este asunto bebe directamente del feminismo radical americano del que habla la cita de E. Badinter.
Sí conocemos sin embargo pronunciamientos, que cuestionan la validez de este postulado ideológico, alguno de ellos, lo encontramos por ejemplo en el volumen colectivo “El laberinto de la violencia” promovido por el Centro Reina Sofía y coordinado por José Sanmartín, creo que nada sospechoso de mantener una actitud poco comprensiva hacia la causa de las mujeres.
Así por ejemplo en el capítulo 2. Factores sociales, apartado 2.2. Sexo, a cargo de Richard J. Gelles y Mary M. Canavaugh, se dice:
“A excepción de los casos de agresión sexual, de violencia en el seno de la pareja, y de otras formas de violencia intrafamiliar, los varones tienen, por lo general, una mayor probabilidad que las mujeres de ser víctimas de crímenes violentos –61 de cada 1.000 hombres por 42’6 de cada 1.000 mujeres (National Research Council, 1993)-. Esta clara diferencia se tiende a atribuir a las hormonas o a la genética (por ejemplo, la hipótesis rechazada hoy en día, que hace referencia al cromosoma Y extra).”
“Aunque existan pruebas que dan cuenta de la relación entre el sexo y la violencia atendiendo a las diferencias hormonales y biológicas, también disponemos de pruebas convincentes que indican que la violencia es el resultado de determinados acontecimientos y estructuras del entorno. Uno de los argumentos de peso que apoyan esta plausible explicación es que, mientras los actos de violencia contra desconocidos o en lugares públicos son perpetrados por varones en la mayoría de los casos, en la violencia familiar no se da tal diferencia. De hecho, existen datos que indican que los varones y las mujeres podrían ejercer la violencia en el entorno íntimo en proporciones muy similares (Gelles y Strauss, 1988). Así, la diferencia sexual en la violencia es en parte situacional, y no se puede explicar únicamente atendiendo a cuestiones de naturaleza hormonal, instintiva o a cualquier otro tipo de razonamiento fundamentado en factores individuales.”
Y en el apartado 3.4 se dice a propósito de la teoría feminista:
“........Esta teoría emplea unas lentes de género a través de las cuales contempla a la mujer como el objeto de control y dominio por parte de un sistema social patriarcal y opresivo (Gelles, 1993). La fuerza del modelo feminista reside en su capacidad para estimular un movimiento de bases, dando lugar a grandes transformaciones sociales, legales y políticas. Las limitaciones surgieron, sin embargo, cuando se centraron en le patriarcado como única explicación del maltrato a la esposa. La violencia en las relaciones de pareja es un fenómeno complejo, con múltiples facetas, y no puede por tanto explicarse a través de una única variable. Los factores intrapersonales, interpersonales y sociales que conducen a la violencia necesitan de un enfoque que atiende a múltiples variables y que busque y encuentre soluciones a este complejo problema social. La teoría feminista no proporciona por sí sola la profundidad necesaria en el análisis del comportamiento violento y las consecuencias que de él se derivan. Sólo si se emplea un marco sociológica que incorpore los factores sociales y psicológicos se podrá obtener una comprensión más clara de la naturaleza de la violencia familiar en particular, y de la violencia en general.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario