Un buen sector del feminismo convirtió en su momento en poco menos que un credo la superación de la maternidad, fuente de esclavitud y lugar donde las quería confinar el patriarcado a perpetuidad. Ahora se nos dice que la culpa de que no tengan más hijos es de los hombres. Y poco importa que para disfrazar la acusación se apele al patriarcado, el androcentrismo, el machismo o cualquier otra cosa. El resultado siempre es el mismo, el responsable es el hombre.
Si los sindicatos dijeran que iban a comenzar a reivindicar los derechos de los trabajadores, la gente pensaría que a alguien se le había ido la olla, e igual se diría de cualquier otro movimiento social con una larga trayectoria histórica. El feminismo tiene más de 150 años y falta que haya hecho su primer balance. Según sus portavoces sabemos que quedan un montón de objetivos por alcanzar, escuchando a algunas diríamos incluso que casi todos, de lo que no hay duda es de que incluso después de una legislatura como la pasada en la que se aprobaron la ley contra la violencia, la de divorcio, la de igualdad, y algunas más, cada mañana surge una nueva queja, otra reivindicación, y sobretodo la sensación de que lo conseguido jamás colma unas expectativas que dan la sensación de imposibles de saciar.
Lo más llamativo, lo que contrasta con cualquier otro colectivo social, es esa actitud, como esperando que alguien ofrezca un resultado en bandeja, para inmediatamente declararlo insuficiente o descubrir una nueva fuente de discriminación, maltrato o lo que sea. Si un colectivo social no es capaz de reunir fuerzas para conseguir un objetivo es posible que incluso realice una autocrítica y que llegue a la conclusión de que son escasos los medios para los objetivos, en el caso del feminismo es otra cosa, nunca hay autocrítica, la culpa siempre es de otros. Si Hillary pierde las elecciones no es porque haya cometido errores, o porque el candidato Obama atrae a más, si Hillary pierde es porque la sociedad americana es más sexista, que racista. Nunca hay suficiente, la culpa es del mundo. Pero además esto se hace ignorando que se trata del 50% de la población y que enfrente hay otro 50%; en principio, con no menos problemas que ellas, 50% al que no se puede culpar de todo, ni considerar que esa mitad no tiene también necesidades y anhelos que satisfacer (claro que para el feminismo dominante esa otra mitad está constituida por los verdugos y me parece que les importa menos que un bledo los sufrimientos y avatares que puedan estar viviendo).
El feminismo lleva 150 años convenciéndonos que en el siguiente paso está la clave y así hemos dado los pasos de la igualdad jurídica, de la educación, de la incorporación al mercado laboral, del divorcio, del aborto, del reparto de las tareas del hogar, de la discriminación positiva, de la paridad etc. Hoy todo eso lo tienen incluso mucho más, existe una legislación que ha invertido los términos de la igualdad y ahora los delitos de género sólo los puede cometer un hombre, existe una ley de divorcio que es todo menos equitativa, las grupos feministas intervienen en los consejos de redacción de los medios, en la Universidad representan el 70% etc. etc. pero cada día que pasa una nueva queja, una nueva reivindicación, por momentos con la sensación de que vamos a peor.
Recientemente un editorial de El País relacionaba la mayor enfermedad mental en las mujeres con el cuidado de los otros, también recientemente Malaprensa analizaba una información de
La Vanguardia, en los términos que se recogen en
Mujeres suicidas y maltratadas . Mientras tanto el otro lado el otro 50% observa como se le arrincona en un lugar donde ni tiene ningún derecho sobre la reproducción, tampoco derecho a la custodia compartida y donde las viejas cargas del patriarcado, que se dice querer combatir siguen completamente en pié, y ojo ante cualquier traspiés, ya que la violencia de género (delito masculino) se extiende desde el maltrato físico, al psicológico, al reparto de tareas en el hogar, el impago de la pensión y un largo etcétera que se irá ampliando a deseo de cualquiera de las múltiples instancias del feminismo.
Y esta realidad profunda, injusta y dramática es posible que sea ignorada por esa élite de la política y los medios que a buen seguro viven el momento presente pensando que con su actitud están prestando la mejor contribución posible a la civilización, aún a costa de confundir los legítimos derechos de las mujeres, con el privilegio, y olvidando que este partido no lo juega un solo equipo, sino dos y que, del otro lado, hay otro 50% que no puede ser ni ninguneado ni vapuleado como en el presente lo está siendo. La falacia de que los hombres del presente debemos pagar los excesos de nuestros padres o nuestros abuelos, o de que como ellos llevan 2000 años gobernando ahora nos toca a nosotras, es insostenible desde cualquier punto de vista.