10 diciembre, 2009

El poder absoluto corrompe absolutamente

El poder tiende a corromper y el poder absoluto tiende a corromper absolutamente. Quizá a muchos les resulte exagerado, pero esa es mi opinión sobre lo que está pasando con el feminismo institucional: que se trata de un poder que se está ejerciendo sin límites. Un poder que desconoce cualquier freno o cortapisa, un poder ajeno a cualquier reflexión autocrítica y que sin mucho disimulo pretende, y hasta el presente lo ha conseguido, cercenar cualquier atisbo de debate o de crítica. Un feminismo que por lo demás no se ha caracterizado por su honestidad intelectual y que ha elevado a categoría aquello de haz lo que yo digo y no lo que yo hago, no dudando en echar mano para sus fines de todo aquello que había criticado a los hombres y el patriarcado.

Que sea el Congreso quien dilucide un tema como el SAP, que tendría que haberse mantenido como un tema de discusión de profesionales y científicos; que la mayor parte de las Asambleas de las CC.AA. hayan entrado a prohibir la educación diferenciada antes de haberla explorado como instrumento pedagógico, identificándola interesadamente con la segregación por sexos; que un tema tan grave como el del fracaso escolar de los varones pueda haber sido silenciado o que algo tan delicado como el aborto se esté llevando a extremos que hagan difícil que personas que no tendrían dudas en decir sí a una ley al estilo europeo, las tengan con la que actualmente se discute, son algunas de las manifestaciones de una legislación de género que viene a sumarse a un compendio ya existente que amenaza con convertir a nuestro país en el reino del fundamentalismo feminista.

Quien pretende que la única violencia injustificable es la de género, olvidando todas las demás. Quien no duda en ocultar la violencia femenina para sostener su insostenible idea de un sexo verdugo y un sexo víctima. Quien pretende que su ideología cargada de intereses y resentimiento no es tal sino una verdad indiscutible. Quien más allá de una legislación cargada de sexismo y desigualdad, no ha cesado ni cesa de ejercer presión sobre todos: jueces, médicos, periodistas… sin que le importe mucho lo que pueda asfixiar: ecuanimidad, equidad, derecho de expresión… Quien así piensa y actúa ocupa puestos muy relevantes del poder político en nuestro país y parece estar dispuesta a llevar hasta sus últimas consecuencias una ideología que si en su mera formulación mete miedo, llevada a la política amenaza con estropear muchas grandes cosas. Por eso quizá para cerrar esta exposición lo mejor sea una cita de Elisabeth Badinter en su libro: Por mal camino, que nos sitúe correctamente ante aquello de lo que estamos hablando:

“Desde hace treinta años, el feminismo radical americano ha tejido pacientemente la red de un “continuum” del crimen sexual que quiere demostrar el largo martirologio femenino. En el espacio de algunos años aparecieron tres libros salidos de esta corriente que impusieron el tema de la opresión sexual de las mujeres. El primero trataba de la violación, el segundo del acoso sexual y el tercero de la pornografía. Sus autoras, Susan Brownmiller, Catharine MacKinnon y Andrea Dworkin obtuvieron una considerable celebridad. A continuación, Dworkin y MacKinnon trabajaron juntas puesto que, estaban de acuerdo sobre lo esencial: las mujeres son una clase oprimida, y la sexualidad es la raíz misma de esta opresión. La dominación masculina reposa en el poder de los hombres para tratar a las mujeres como objetos sexuales. Este poder, que se hace remontar al origen de la especie, habría sido inaugurado por la violación. Sobretodo, a sus ojos, la violación, el acoso sexual, la pornografía y el maltrato (golpes y heridas) forman un conjunto que revela la misma violencia contra las mujeres. Sin olvidar la prostitución, el strip-tease y todo lo que tiene relación de cerca o de lejos con la sexualidad. El veredicto es sin apelación: es necesario obligar a los hombres a cambiar su sexualidad. Y para conseguir esto: modificar las leyes y sentarlos ante los tribunales.”

Las feministas liberales protestaron con vehemencia contra este enfoque que apelaba a la censura, pisoteaba la libertad sexual y resonaba como una declaración de guerra dirigida al género masculino. Cuando redobló sus provocaciones, Andrea Dworkin fue abandonada a sus exageraciones y sirvió de punta de lanza a este nuevo feminismo. Su filosofía victimista, a pesar de todo, se fue abriendo camino. No dudó en comparar a las mujeres con los supervivientes de los campos de concentración y la palabra survivor fue usada después por otras autoras.

1 comentario:

  1. Anónimo10:36 a. m.

    Totalmente de acuerdo. Pero en relación al propio título del post, yo diría que es justamente al revés. Así como el alcohol no produce alcohólicos, sino que cierta clase de personas buscan y se aferran al alcohol, mi pregunta es: ¿qué clase de mujeres buscan y se aferran a ideologías perversas y fanáticas como el feminismo radical?

    Gracias por tu blog indispensable.

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