12 febrero, 2010

Pacto educativo II

Abordar los problemas de la educación implica un buen diagnóstico de la situación e identificación de las causas de las graves deficiencias que lo vienen lastrando en los últimos años: fracaso y abandono escolar, ausencia de nivel de excelencia, bajo nivel que se prolonga hasta la Universidad… Y encuentro que poco de eso hay en el documento que el ministro ha presentado para el Pacto educativo. Documento y pacto, más concebido como instrumento para que un mayor número de alumnos acabe consiguiendo un título, dado el escaso cumplimiento de los objetivos de Lisboa, que de abordar en profundidad y como se merece una reforma de la escuela que resitúe a nuestro país en la senda de un sistema  capaz de superar las actuales deficiencias y constituirse en un instrumento activo para la formación de ciudadanos europeos del siglo XXI en un mundo globalizado.

A mi modo de ver muchas son las causas que inciden en los actuales resultados, algunas de nivel profundo: como la propia filosofía constructivista sobre la que se asienta su concepción,  pero también otras más próximas: sobrecarga del currículo e insuficiente consideración y atención a las materias instrumentales: escritura, lectura comprensiva y matemáticas. Sorprendentemente y a pesar de esa sobrecarga no está contemplada  una materia como técnicas de estudio a pesar de la constatación de su estricta necesidad y en la última reforma fue imposible conseguir aumentar el horario de Matemáticas en una  hora semanal, o dejar en paz a la Filosofía, así como no convertir los contenidos científicos del bachillerato en mera divulgación científica. No hubo, sin embargo, problema para introducir una segunda lengua extranjera a pesar de los pobres resultados con la primera, ni Educación para la ciudadanía y ahora mismo educación sexual.    

Pero hay otro factor del que generalmente no se habla y que tiene que ver con la penetración profunda de la ideología feminista a lo largo de toda la vida escolar. Circunstancia esta que se manifiesta en la descompensación por sexos del profesorado, pero más allá de eso por la propia dinámica y concepción de la enseñanza, en aspectos, como el predominio de las materias basadas en el razonamiento verbal o, la concepción de la escuela como un espacio donde lo estrictamente educativo y de desarrollo del currículo ocupa cada día que pasa un espacio menor. Quizá merezca la pena pararse a pensar en la gran coincidencia de las últimas reformas educativas con los postulados feministas…

Sorprende que se hable de sistema igualitario, incluso de equidad, cuando el fracaso escolar masculino duplica al femenino por término medio, aunque esta pretendida igualdad y equidad, parece compatible con el hecho de que un alumno andaluz o valenciano tengan entre cuatro y cinco veces más posibilidades de fracaso escolar que una alumna asturiana. Pero si sorprendente es la constatación, más lo es que por ningún lado aparezca ni tan siquiera citado como uno de los problemas que nuestro sistema educativo debe aspirar a resolver. ¿Alguien sería capaz de concebir la idea de que esto estuviera pasando a las chicas y no a los chicos sin que  tan siquiera se hiciera referencia al mismo en una reforma que se pretende a muchos años? Tampoco es comprensible que no sea motivo de estudio la pérdida general de calidad del sistema educativo, de tal modo que por todas partes lo más directamente constatable es una rebaja de los objetivos para cada grado y nivel, también en la Universidad.

Hay un efecto derivado de la filosofía sobre la que se asienta nuestro sistema y es el cada día más irrelevante papel del profesor,  pero también de la escuela como espacio de convivencia, en buena medida autorregulado. Directrices como las de declarar al profesor autoridad pública, más que fortalecer su figura lo que conseguirán es  debilitarla y, más allá de las proclamas publicitarias el profesorado, cada día que pasa, juega un papel más subordinado y lo cierto es que no se cuenta con él para nada, ni a  la hora de este pacto, ni en ningún otro momento de la vida escolar donde el claustro de profesores ha sido reducido a la mayor de las irrelevancias.   

En cualquier caso, y como digo al principio, el Gobierno parece mucho más preocupado por alcanzar unos porcentajes de población con algún título, que hasta el presente no está consiguiendo, que por  abordar en profundidad y coherencia los graves problemas de los que adolece la educación, incluso con la posible consecuencia de que una de las pocas cosas buenas que había conseguido este sistema, situar a la formación profesional de grado superior en un nivel de calidad que estaba empezando a ser valorado por todos, se pierda debido a la multiplicación de puentes y pasarelas para acceder a la misma y que en última instancia lo único que conseguirá será una mayor cantidad de alumnos que consiga el título, aunque a costa de que de nuevo se convierta en una enseñanza de segunda. En fin, pretender que con estas medidas tendremos asegurado el sistema para los próximos veinte años o establecer una mayoría de 2/3 para su modificación, parecen desde luego desmesurados teniendo en cuenta el poco calado de lo que se está proponiendo y de lo que se está hablando. 

1 comentario:

  1. Anónimo12:47 p. m.

    Tanto en el sistema educativo como en las relaciones entre sexos, el principal problema son las personas que se han erigido como "expertas en la cuestión" y han sido reconocidas como tales por el poder político y mediático. Los pedagogos y las feministas (categorías estas que con frecuencia coinciden en una misma persona) se caracterizan por servirse de "doctrinas blindadas", imposibles de falsar en términos popperianos: pase un hecho o pase el contario, siempre será interpretado como una prueba de sus teorías (si hay menos mujeres tituladas que hombres, ello demuestra que esa sociedad las discrimina; si hay más mujeres que hombres con titulación superior, ello demuestra que son más competentes que los hombres; si el fracaso escolar disminuye, eso prueba que las indicaciones de los pedagogos son acertadas y conviene por tanto aumentar su poder; si el fracaso escolar aumenta, eso significa que no se le ha hecho todo el caso necesario a los pedagogos, por lo que hay que aumentar aún más su poder). Igualmente, los pedagogos y las feministas comparten el que su influencia, su poder y sus ingresos dependen directamente de que aumente más y más aquello que afirman combatir.

    Los problemas del sistema educativo, en fin, y los de las relaciones entre sexos no tienen, desde luego, ninguna solución sencilla y rápida, pero el primer paso en la buena dirección sería el de apartar de su gestión a quienes por su propia dinámica precisan de que las cosas vayan a peor.

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