Antes de nada quisiera resaltar el hecho de que, si uno desea realmente saber lo que piensa y opina el neofeminismo sobre un determinado tema, donde más fácil tiene el informarse es recurriendo a páginas y agrupaciones como Ahige, lo que sin duda tiene relevancia a efectos de conocer el modo en que esta ideología juega a evitar aparecer encarnada por aquellas que son sus auténticas beneficiarias, prefiriendo esta estrategia interpuesta que situaría el debate, que ellas suscitan y del que son las máximas beneficiarias, en un terreno enteramente protagonizado por varones. Y ahora paso a la entrada propiamente dicha.
Es sabido que el relativista es aquella persona o concepción del mundo que entiende que todas las visiones, y por ende las verdades derivadas de las mismas, son relativas excepto la suya que es absoluta.
Viene esto a cuento de un escrito en Ahige sobre el lenguaje como construcción cultural y más en particular sobre la violencia de género y por qué ésta no ha de ser denominada como violencia doméstica.
Y recojo literalmente del artículo citado:
“Pero no es sólo (el lenguaje) un elemento que nos permite relacionarlos con la realidad, sino que también los crea, construye el mundo y la esencia de nuestra relación con él.
A través del lenguaje nombramos la realidad, le ponemos etiquetas, pero también la interpretamos y la creamos simbólicamente cuando establecemos abstracciones. Dependiendo de lo que nombremos y de cómo lo nombremos, la persona receptora de nuestro mensaje construirá una imagen mental más o menos fiel de la realidad.
Por todo ello es importante (más de lo que al principio pueda parecer) la adecuada utilización del lenguaje, porque ¿qué sucedería si a través de él creáramos desigualdad?”
Y uno no sabe si agradecer la sinceridad del mensaje o lamentar la inexistente capacidad autocrítica como para no ver que, aplicados sus propios criterios, lo que en el escrito con más claridad se encuentra es justamente lo que se pretende denunciar: construcción artificiosa de la realidad, sexismo, el lenguaje como forma de poder y forma de esconder la realidad…
Repárese en lo siguiente: lo que justifica el escrito es la defensa de la denominación violencia de género, frente a otras que por lo visto invisibilizarían su especificad aunque por ningún lado se muestre en qué consiste ésta, y así:
“La especificidad de la violencia de género supone tener presente que las agresiones o la violencia ejercida en la pareja (heterosexual) no puede ser entendida si no se tiene en cuenta el carácter ideológico que la sustenta. No estamos ante la violencia de un agresor sobre otro: agresor y víctima pertenecen a grupos socialmente jerarquizados (definiendo el carácter ideológico de tal violencia). Sí estamos ante una violencia estructural, en la que el agresor concreta –sobre su pareja- una organización social que subordina a las mujeres respecto a los hombres y que ha sido designada como patriarcado.”
Pero lo que queda sin aclarar en un párrafo como el anterior es dónde está la especificidad de la violencia de género y en qué se diferenciaría de, por ejemplo, la violencia en el seno de las parejas homosexuales, cuando la evidencia muestra una vez y otra que las motivaciones de la misma: celos, roces diarios de la convivencia… son los mismos en ambos casos, y su número y gravedad sigue pautas que en ningún modo permiten concluir un mayor número o virulencia de la misma en las parejas heterosexuales que en sus homologas homosexuales.
Y, todavía más, el escrito elude explicar el porqué de una denominación como violencia de género, cuando para que todos entendamos a qué quiere referirse necesita denominarla violencia contra las mujeres, denominación sin duda mucho más clara y que hubiera evitado infinidad de conflictos si desde un primer momento se optase por ella. ¿Por qué la necesidad de este conflicto de denominaciones cuando existía y existe un término tan claro como ése? ¿Qué se pretende y se esconde bajo una denominación que después de tantos años sigue generando la misma polémica que el primer día? ¿Será quizá que nos encontramos ante lo que denuncia: una construcción ideológica del lenguaje?
En el mismo escrito recoge: “el modo en que designamos es importante ya que al designar, por un lado damos significado y construimos la realidad, y por otro ponemos de manifiesto los valores y la ideología con la que miramos.”
Al tiempo que el ocultamiento de la realidad de los hechos ante un envoltorio de palabras como en la siguiente expresión: “Las agresiones masculinas descritas como violencia de género no se ajustan a las dinámicas observadas en las respuestas agresivas que se generan en situaciones de conflicto entre personas.” Pues justamente eso es lo que revelan todos los estudios de profesionales independientes sobre la violencia de pareja y familiar y lo que sólo el carácter ideológico de un escrito como éste cuestiona sin aportar ni una sola prueba a su favor.
En consecuencia podríamos preguntarnos si justamente con su insistencia en una única violencia: la ejercida contra las mujeres, no es el enfoque de género el que pretende invisibilizar y rebajar la gravedad de las otras violencias en la pareja y la familia: violencia contra los niños, los discapacitados, los ancianos, los hombres… violencias que desde un enfoque como ése quedarían delimitadas como de segunda categoría, merecedoras de menor castigo y reproche social, cuando no de exculpación moral y jurídica. En fin, el ejercicio llevado a cabo por estos profeministas si algo muestra con claridad es que sólo desde un posicionamiento tan interesadamente ideológico y alejado de la realidad de los hechos es posible mantener un discurso como el suyo, lo que por otro lado es también moneda corriente en todo tipo de creyentes y relativistas.