En las
sociedades esclavistas los trabajos duros y pesados, los trabajos que los
patricios no querían para sí eran desarrollados por los esclavos. Salvando las
distancias, porque la nuestra no es una sociedad de ese tipo, el neofeminismo
parece como si concibiera una sociedad constituida únicamente por patricios
olvidando a todos aquellos que desarrollan los trabajos duros y pesados, los
peor remunerados y en los ámbitos donde algunos derechos como el de
conciliación de vida familiar y laboral no solo parece un sueño para hoy sino
para cualquier otro momento del futuro.
Las condiciones a igualar según ellas sería con los varones que
desempeñan los mejores empleos pero olvidando completamente a toda esa franja
de población que ha de realizar los trabajos que los demás no quieren.
Pero la
cuestión que quería plantear en esta entrada es otra, es la de si pierde el tiempo el neofeminismo
cuando denuncia la discriminación salarial femenina aun cuando se trata de una
idea falaz. Mi respuesta es que no, que cuando el neofeminismo denuncia la
brecha salarial de género y, a estos efectos, da igual si lo hace a sabiendas o
no de que se trata de una falacia, está consiguiendo otros objetivos nada
desdeñables: el primero, mantener la idea de la discriminación de la mujer allí
donde ésta se encuentre, en este caso el mundo laboral.
Y da
igual que el pagador sea el Estado o una empresa privada, que se trate de los
sueldos de las juezas, las maestras, las administrativas o las señoras de la
limpieza en una empresa privada, la discriminación siempre está ahí para la
mujer. Siempre está ahí porque el patriarcado a quien discrimina es a la mujer.
Que la práctica totalidad de los accidentes graves o muy graves y los con
resultado de muerte a quienes tengan por protagonista sea a los varones no
altera nada ese prejuicio tomado como premisa universal que no necesita
demostración. Tampoco todos los otros aspectos del mundo del trabajo que
castigan al varón.
Pero
igualmente consigue otros objetivos no declarados como esconder la profunda
dualidad por sexos del mercado de trabajo, dualidad en la que quien con
diferencia sale peor parado es el varón,
incluso intentar establecer ideas como que los sueldos debieran estar en
relación con el título educativo sin importar lo demás (si esto fuese así
adivínese quien ganaría por goleada) y sobre todo que, cuando la situación se
invierta lo que ahora se describe como desigualdad se convierta en la situación
merecida y justa. Así al menos está sucediendo en todos aquellos sectores en
que las féminas copan porcentajes de ocupación superiores ya no al 50%, sino al
70% o al 80%.
Lo que
el neofeminismo está diciendo es que el hecho de que la mujer decida o no trabajar
fuera de casa, se incorpore más tarde al trabajo y se retire antes, solo acepte
determinados puestos de trabajo rechazando los de riesgo y esfuerzo, los que se
ejercen a la intemperie y los más estresantes; que se acoja a los públicos con
preferencia sobre los privados y rechace
los que no le gustan, lo que al prescindir de todos estos matices está diciendo,
es que todas esas cosas no deberían significar nada porque lo único a igualar
sería la remuneración. De nuevo el modelo con el que trabajan esconde una profunda
asimetría como ya es norma en este tipo
de feminismo y, como siempre, quienes no aparecen son quienes verdaderamente
trabajan: las personas, porque la dialéctica que interesa es la de los sexos
(perdón quise decir géneros) y ahí ya casi todo vale.