Hace un tiempo se llevó a cabo una campaña
institucional contra el maltrato a las mujeres, extendida también a algunos
países de Latinoamérica que tenía por lema lo siguiente:
Ella dice:
“De todos los hombres que haya en mi
vida, ninguno será más que yo”
El dice: “De todas las mujeres que haya en mi vida, ninguna será menos que yo”
El dice: “De todas las mujeres que haya en mi vida, ninguna será menos que yo”
Algunos evidentemente criticamos la falsa
igualdad así formulada ya que lo que ninguna de las dos expresiones excluye es la posibilidad de que ella sea
más que él o él menos que ella, posibilidad que con toda claridad queda abierta, y así
lo hicimos saber en su momento. Si de verdad fuese la igualdad lo que pretendiese lo más
sencillo serían dos expresiones simétricas.
Pero visto en perspectiva hemos de concluir que
las citadas expresiones no se han limitado a una más o menos desafortunada
redacción de un lema de una campaña de propaganda, como sus promotores en su
momento quisieron hacernos creer, porque lo cierto es que las políticas de género
se ciñen con precisión al contenido de esos mandatos y sea cual el campo de las
políticas a los que las apliquemos.
Sea que
nos refiramos a una separación donde la única igualdad garantizada es la de
ella, no digamos la violencia de pareja donde ya sin tapujos se contempla un
diferente trato, pero mucho más allá de esas políticas sucederá que la política
educativa, sanitaria, de empleo público, de promoción a cargos públicos... las únicas
desventajas contempladas son las que afectarían a la mujer no así las que
afectasen a los hombres.
Y de ese modo interesa promover políticas que
consigan que la mujer no quede en desventaja en los estudios de ciencias y las
carreras técnicas pero el fracaso escolar masculino ni tan siquiera se
reconocerá en su especificidad, como se
promoverá el empleo femenino en aquellos ámbitos en los que se encuentre en
minoría pero no habrá correlato en los que su presencia exceda del 60, el 70 o
el 80%. Llegando al súmmum de la
incoherencia cuando se defiende esa mayoría aplastante de mujeres en al ámbito
sanitario, la educación o los juzgados de familia, pero se reclama con el mismo
ahínco la paridad en otros ámbitos en
los que sí está en minoría.
Con lo que es fácil concluir que la llamada
igualdad de género a lo que más se asemeja es a lo que en términos populares se
denomina ley del embudo o, lo que con mayor carga política se expresa cuando se
dice que la igualdad formalmente es para todos, pero en la práctica lo es más
para unas que para otros.