El 15M supuso en su momento una llamada de atención al
deterioro de la salud democrática en nuestro país y la constatación del
profundo divorcio entre la ciudadanía y una clase política que, alejada del
sentir y los problemas de la gente, actúa en función de sus propios y
particulares intereses.
Y si en un primer momento pareció que algunas de sus
reivindicaciones más sobresalientes: listas abiertas y reforma de la ley
electoral, respeto a la división de poderes, supresión de las diputaciones, democratización
de la vida interna de los partidos… iban a ser en alguna medida atendidas,
ahora que parece anunciarse un nuevo tiempo, todo ha vuelto a su viejo cauce y
a la reedición reforzada de la vieja política de turnos en la que los unos
sustituyen a los otros más por hastío del electorado hacia quienes están que
por el entusiasmo que despierten las políticas de quienes están llamados a
sustituirles, más para evitar que salga quien no gusta que por lo que nos
convenza el que votamos.
Mientras se escenifican unas diferencias basadas en
“convicciones” e “ideología” las prácticas desde el poder guardan unos
parecidos que las hacen indistinguibles y, cuando los problemas e inquietudes
de millones de ciudadanos son ignorados, pequeños grupos de poder se reparten
prebendas y hacen y deshacen en un Estado en el que el peso del gasto público
se aproxima a la mitad de la economía -en algunas comunidades
lo supera ampliamente-, y donde el empleo en puestos de la administración
regala cifras como las que Fernando Savater señala en este
artículo y procedimientos como los apuntados por J.M. Laporta en este
otro.
"Si no puedo ser yo (PP), que sea ese otro (PSOE)"
y viceversa, parecen decirse el PP y el PSOE en el momento actual y bien podría
ser este el lema que resuma su entendimiento de estos días como estrategia
conjunta para hacer frente a la
auténtica sangría de votos y expectativas de ambos en los últimos años y al
consecuente cuestionamiento de la clase política que representan. Tal cosa sin
embargo supone el restablecimiento de las condiciones de hacer política que han
conducido a la actual desafección ciudadana hacia la misma, o dicho de otro
modo, su intención parece ser que
salgamos de este período en el que había una mínima posibilidad de regeneración
democrática, echando por tierra todas las iniciativas que han ido surgiendo
para una mejora de nuestro sistema político.
Y eso es grave porque supone dar con la puerta en las
narices a decenas de miles de ciudadanos que desde postulados pacíficos y
constructivos han propuesto soluciones y alternativas al actual divorcio entre
la ciudadanía y la política, entre el mundo real y el mundo de ficción interesada
en que vive la clase política en nuestro país. Ese mundo que la entiende no
como adecuación a lo que gente piensa y quiere, y el país necesita, sino como
el ejercicio de una mayoría parlamentaria que da patente para hacer y deshacer
al antojo del gobernante de turno y a actuar como verdaderos déspotas. En fin,
todo indica que vamos camino de desperdiciar una nueva ocasión para evitar que una
vez tras otra los políticos aparezcan a los ojos de los ciudadanos como un verdadero
problema.
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