Que vivimos tiempos de oscurantismo y regresión moral debiera ser
claro para todos: miles de firmas para retirar el cuadro de Balthus, Thérèse dreaming, del Metropolitan Museum
of Art de Nueva York, la retirada efectiva cuadro Hilas y las
ninfas, de J. W. Waterhouse, de la Manchester Art Gallery, porque en
opinión de su directora esa pintura
convierte a la mujer en objeto y puede inspirar sentimientos de acoso sexual.
La puesta en cuestión de Egon Schiele por su forma de representar la
sexualidad femenina y que sus cuadros fueran censurados cien años después.
Y tantos otros episodios del mismo signo que se
suceden a nuestro alrededor como algo inevitable y en silencio, porque como
siempre ha sucedido ¡ay! de quien se atreva a poner en cuestión que ese debe
ser el orden natural de las cosas. Ese silencio es más significativo en
aquellos que, sin embargo, se han distinguido por el ruido que han montado cuando
esa censura lo era sobre algún espectáculo que no pasaba de panfleto infumable,
pero al parecer más acorde con sus
criterios estéticos y sus posicionamientos políticos.
Algo más casero pero no menos significativo sería esa
pretensión de algún medio de comunicación de convertir a Pablo Motos en la
bestia negra del feminismo por atreverse a realizar preguntas a las invitadas
de El Hormiguero, que según las dueñas de la moral le delatan como feroz
machista. Llama la atención lo indefensa que está la sociedad frente a esta
epidemia de censura y represión al parecer absolutamente justificada por el
bien que se trata de proteger, argumento no menos obtuso que el dado en
cualquier otro momento de la historia para justificar acciones de las que todos
más tarde dicen sentir vergüenza.
En relación con la actual discusión sobre la prisión
permanente revisable quienes ahora se oponen son sin embargo quienes azuzan al endurecimiento de penas para los
delitos sexuales y de violencia de género y, lo cierto es, que el sistema penal se viene endureciendo desde
los inicios de la democracia con gobiernos de la derecha y de la izquierda, y si
ahora lo hace con Rajoy antes lo hico con Zapatero, con el resultado de que
tenemos el régimen penitenciario más duro de toda la U.E. con el agravante de
que la presunción de inocencia para unas se ha convertido en presunción de
veracidad y para los otros en presunción de culpabilidad.
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