Hay todavía un aspecto no bien aclarado ni por el feminismo de los últimos años, ni por quienes se mueven en su entorno y lo apoyan, y que se podría formular del siguiente modo: cómo una progresiva diferenciación en el trato dado a mujeres y hombres, mejor dicho a mujeres y cualquier otro ser humano: varón, niño, anciano o disminuido nos puede conducir a la igualdad y no a todo lo contrario.
Porque lo que parece claro es que esa es la vía tomada en nuestro país en busca de una pretendida igualdad de género, marcar una clara diferencia, también en el plano jurídico, entre como se ha actuar frente a una mujer y frente a cualquier otro ser humano, en casi todos los momentos de la vida, señalándola también como el principal bien jurídico a defender en situaciones compartidas con hombres, niños o personas de todo tipo y condición. Y así está recogido en las leyes de género y nuestro ordenamiento jurídico.
Pero esa diferenciación no se reserva exclusivamente al plano jurídico y así ahora hemos de ver cómo la publicidad sólo es sexista si la figura que degrada es la de la mujer, no así la del varón que en los últimos tiempos se ha convertido en el hazmerreír de todas las situaciones, pero también múltiples campañas para combatir la violencia contra las mujeres sin que se nos explique por qué no la que afecta a los niños, los disminuidos, los ancianos o los varones, o por qué un trato diferente en los medios a la violencia ejercida por un varón y la ejercida por una mujer, todavía más, el diferente trato en un servicio como la sanidad.
Que estamos en unos tiempos en que frente a una mujer lo que cabe es presunción de veracidad como frente a un hombre presunción de culpabilidad, que cualquier insulto a una mujer particular inmediatamente se convierte por obra y gracia de la propaganda feminista, que fácilmente encuentra eco en los medios, en un ataque a todas las mujeres, mientras que una afirmación como la que hemos comentado estos días recogida en la sección de Opinión de un periódico: “…que a los hombres ya no les basta con cosernos a puñaladas, ahora quieren acabar con nosotras de una manera mucho más sutil: reducir nuestros ciclos menstruales para evitarnos "males sociales" tales como tener que usar compresas o tener dolores en horario laboral.” no merece la atención de nadie mucho menos su rechazo.
En fin, podría alargar esta entrada contando muchas otras situaciones pero creo que con lo anterior puede ser suficiente para ver cómo en este camino a la “igualdad” todo pasa por la sacralización de la figura femenina mientras la cara que más se cultiva del varón es aquella que lo aproxima a la ignominia y, frente a esto, solo cupieran dos actitudes la “progresista y de izquierda” que consistiría en celebrar que las cosas sean así, o arriesgarse a sufrir todo tipo de anatemas y un arsenal de descalificaciones del tipo: neomachista casposo enemigo de las mujeres. Francamente resulta difícil creer que una política tal nos pueda conducir a algún sitio que tenga algo que ver con la igualdad, más bien recuerda a ese paraíso de tantas creencias que finalmente deriva y acaba convirtiendo en un infierno la vida aquí.
Como no me gustaría que os pasase desapercibida la penúltima entrada de Pelle Billing en la que recoge el vídeo de un programa de televisión en el que un grupo de mujeres celebra como si de una fiesta se tratase el caso de una mujer que a la petición de divorcio del marido reaccionó cortándole el pene.
ResponderEliminarEn la última entrada del blog derechosdeloshombres, encontraréis una versión donde aparece lo fundamental con subtítulos en castellano.
Tratad de imaginar ahora la escena con protagonistas masculinos. Una mesa de redacción de un programa televisivo en el que se monta una fiesta en la que participan presentadores y público a cuenta de la mutilación de una mujer por su marido cuando ésta le pidió el divorcio. Difícil, ¿verdad?. Pues eso
Avances de la justicia en nuestro país: denuncias con premio. ¿Quién osará siquiera insinuar que quizá alguien ante algo tan terrible como la expulsión...?
ResponderEliminarhttp://www.elpais.com/articulo/sociedad/abrira/expediente/expulsion/extranjeras/denuncien/malos/tratos/elpepusoc/20110728elpepusoc_5/Tes
Mucha sacralización de lo femenino, pero las muestras de idiocia de género son cada vez más abundantes. Una funcionaria denuncia "accidente laboral" mientras practicaba sexo:
ResponderEliminarhttp://www.periodistadigital.com/economia/empleo/2011/07/28/follaba-funcionaria-denuncia-accidente-laboral-caliente-practicaba-sexo-cama.shtml
Basta con buscar algunos testimonios femeninos sobre la violencia de las mujeres (en este caso lesbianas) para desacralizar el imaginario femenino, al menos hasta dejarlo a ras del masculino.
ResponderEliminarTodos conocemos ya este tipo de testimonios:
http://culturalesbiana.blogsome.com/2006/06/12/violencia-entre-parejas-lesbianas/
Raus
La cuestión Raus es que ya no se trata de demostrar que porcentualmente los asesinatos del compañero/a en las parejas homosexuales sea igual o mayor que en las heterosexuales, sino en la consideración que se hace para cada caso. Y aquí hemos de seguir una línea que va de las teorizaciones del feminismo radical americano a nuestra legislación saltándose todas las reglas, y ahora ya no es posible la comparación porque nos tropezaríamos con el bien sagrado que representa la mujer cuya vida se mide con otro baremo diferente a la del varón.
ResponderEliminarLo de la sacralización femenina es como el incienso en las catedrales que ocultaba los malos olores de los peregrinos. Detenidas tres mujeres en Alicante por simulación de delitos, el primero de ellos inspirado por las leyes de género:
ResponderEliminarhttp://www.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=885383
Aunque sea salirme del tema de esta entrada les propongo -para los que tengan estómago- leer el siguiente texto:
ResponderEliminarhttp://www.defensa.gob.es/areasTematicas/observatorio/figuras-destacadas/entrevistas/ValentinaFernandez.html
En mi opinión, Emilio, sí se trata de demostrar y mostrar al ciudadano que porcentualmente los asesinatos entre homosexuales (y otras estadísticas pertinentes) son iguales o mayores que en los heterosexuales. Bien sabes tú lo mucho que se cuida todo el aparato feminista de NO mostrar esas estadísticas al público, con tal de evitar que el ciudadano pueda hacer las comparaciones que, con seguridad, les perjudicarían. En los telediarios (y no es preciso recordar aquí que la población se informa mayormente en éstos) la censura del delito femenino es evidente (pero evidente para nosotros). De hecho, como el otro día mostré en un enlace, ellas mismas saben que los gobiernos están dando un trato sesgado a la información sobre violencia doméstica en el sentido que ya conocemos. Las consignas gubernamentales en los medios de difusión son conocidas por quienes nos mostramos críticos con lo que está pasando: dar tratamiento diferente a los uxoricidios; o lo que es lo mismo: censurar y silenciar, sobre todo en radio y TV, los malos tratos o asesinatos cometidos por mujeres. Esas consignas censoras son absolutamente fundamentales para el arraigo y vigorización del feminismo de género. Emilio, la sacralización del imaginario femenino es en gran parte posible porque se ocultan sistemáticamente las estadísticas relativas al delito femenino. Sólo cuando la información difundida públicamente no esté obscenamente sesgada, estaremos en condiciones de combatir la sacralización de lo femenino. La difusión pública a que me refiero es a través, insisto, de televisión y radio.
ResponderEliminarsigue...
ResponderEliminarEs evidente que las feministas tratan por todos los medios de justificar como pueden los casos de crímenes o delitos femeninos que, no obstantes las consignas censoras, se cuelan en los medios. Dirán, por ejemplo, que aquella madre mató a su bebé por estar en un estado de demencia, depresión o terrible tensión emocional. Y es evidente que si es el hombre quien comete filicidio, cargarán sobre él el peso de todas las culpas y agravantes. Sí, pero esto es sólo posible porque ese trato informativo diferente se conjuga con la censura descarada del delito femenino al respecto. En otras palabras: si todas las estadísticas pertinentes sobre violencia doméstica salieran a la luz pública, el tratamiento diferencial de la información NO SERÍA suficiente para mantener la sacralización de lo femenino y la satanización de lo masculino, pues, antes o después, el ciudadano común, por muy adocenado que esté, comprendería que intentar dar un tratamiento diferente a los delitos según el sexo del perpetrador, constituye un acto inicuo y absurdo. Si cada vez que los medios se hicieran eco de un delito masculino en violencia doméstica, también salieran a la luz pública los delitos maternales o maritales femeninos, sería imposible mantener la farsa: por mucho empeño que le pusieran, por muchas “expertas” que salieran en televisión dando razones de la (supuesta) mayor gravedad del delito masculino, no podrían evitar que el común sintiera que le están queriendo hacer tragar ruedas de molino.
Los poderes feministas recurren a estas medidas: 1) no informar de toda la violencia doméstica que hay (censura); 2) manipular la información que se ofrece. La primera vía es fundamental, además de que hace posible la segunda. En fin, es sólo mi opinión.
Raus.
Querido Plutarco, en esta ocasión permíteme que discrepe y que considere que, al menos en principio, la demanda de la funcionaria australiana es razonable, y no tiene por qué estar relacionada de ninguna manera con los abusos del pensamiento único feminista.
ResponderEliminar.
Si el empleado de una determinada empresa está desplazado por motivos de trabajo, y en el hotel en que se hospeda tiene un accidente, es razonable concluir que ese accidente está directamente relacionado con sus obligaciones laborales. La circunstancia concreta de que el accidente en cuestión (la caída de una lámpara) se produjera mientras la funcionaria estaba manteniendo relaciones sexuales no afecta en lo más mínimo a la esencia de los hechos. Son unas circunstancias, claro es, especialmente morbosas y que hacen reír mucho a la prensa más maleducada (me parece bochornoso el tono en el que está redactada la noticia), pero, afortunadamente, los funcionarios públicos tienen derecho a tener sexo libremente, también cuando están en una habitación de hotel desplazados por motivos de trabajo. Si en vez de haberle caído la lámpara encima durante el coito, le hubiera caído mientras se tomaba un café con leche, el morbo desaparecería y no habría noticia, pero tomar un café con leche no es ni más ni menos lícito, ni más ni menos necesario que tener relaciones sexuales.
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En fin, con los datos que da el artículo periodístico, mi voto es, en principio, favorable a la demandante (en el supuesto, claro es, de que la caída de la lámpara no se debiera a alguna negligencia culposa de la demandante o a algún uso evidentemente inadecuado del objeto caído, como, por ejemplo, haberse colgado de la lámpara para realizar alguna complicada postura sexual). En cualquier caso, en su demanda yo no veo ningún sexismo (la circunstancia sería idéntica si hubiera sido un funcionario varón heterosexual u homosexual). Lo que sí veo es un tono morboso y farisaico en la redacción de la noticia.
Una de las cosas que han convertido al feminismo en un movimiento totalitario es su facilidad para encontrar discriminación femenina en absolutamente cualquier cosa. No deberíamos caer ahora en el error contrario, y encontrar privilegios de la mujer donde lo único que hay es una muy razonable demanda de un funcionario público que, casualmente, es de sexo femenino.
(Athini Glaucopis)
Raus, me había explicado mal, en realidad lo que quería decir es que además del número de delitos cometidos por homos y heteros, que es relevante claro está, hay una segundo aspecto que modifica la consideración de los hechos y es que si están protagonizados por una figura masculina se trata de violencia de género y en cualquier otro caso no. Eso era lo que quería decir. Poner de manifiesto que esa teorización de género es la que rige la interpretación de los hechos tanto desde el punto de vista jurídico como del mediático y en consecuencia la condena de los tribunales pero también la condena social y política.
ResponderEliminarDecenas de años, decenas, centenas de miles de varones sufriendo humillaciones sin cuento en la mili, sin que jamás aquello saliera de las paredes de los cuarteles y ahora resulta que, como comenta en esa instructiva entrevista a Valentina Fernández:"...Hay denuncias y a algunos militares les ha costado la profesión hacer una bromita con una militar." Quizá estos ejemplos den una dimensión más clara de lo que quiero decir con sacralización que el propio texto de la entrada.
ResponderEliminarObservad también en la entrada de Padres divorciados para que valen normas como las "denuncias con premio" nada menos que una condena conjunta de 75 años por lo que se cree son unas denuncias falsas.
http://padresdivorciados.blogspot.com/2011/07/galicia-los-casos-por-demandas.html
Estoy totalmente de acuerdo con el comentario de Athini Glaucopis. El sexo, a estos efectos, es una circunstacia normal, y, en principio no hay nada de sexista en la noticia. Hay que procurar no caer en el sexismo, aunque reconozco que nos lo ponen dificil.
ResponderEliminarArturo
Athini, de acuerdo con las consideraciones que haces a la noticia de la funcionaria australiana. Me llegó vía un resumen de prensa que recoge enlaces de diferentes medios, sin un criterio en cuanto a la redacción y estilo de las noticias. Sólo la he visto en ese enlace, desconozco si ha sido mencionado en algún otro medio. Independientemente del tono en cualquier que cada medio pudiera dar a la noticia, creo que la reclamación de la funcionaria tiene más posibilidades de prosperar que si en circunstancias idénticas las plantea un hombre, hetero u homosexual. Es aquí donde la idiocia de la ideología de género cobraría relevancia.
ResponderEliminarColoco aquí este comentario, aunque lo he escrito tras leer, en otra entrada, la diatriba de una señora que se opone a las pastillas que controlan la regla.
ResponderEliminarEl poder omnímodo del feminismo de género se deriva, en gran medida, de su condición irracional y proteica. Dicho en pocas palabras: se deriva, falacia ad hominen, de criminalizar o denunciar cualquier conducta masculina: la que sea y su contraria. Para la feminista radical todo es machismo. Hasta la fecha, las mujeres se lamentaban de que los hombres les imponían tareas, actividades y funciones típicamente femeninas, las propias de la madre o de la esposa. Salirse de esos papeles supuestamente preestablecidos por el patriarcado, era el más ansiado deseo del feminismo de igualdad. La emancipación femenina consistía, precisamente, en ir poblando, poco a poco, el orbe masculino, en ir conquistando un territorio reservado exclusivamente a los varones. Animadas por esta consigna, las mujeres occidentales celebran poder hacer hoy cualquier cosa tradicionalmente masculina, desde las más prosaicas hasta las más meritorias: fumar, beber alcohol, llevar pantalones, llevar la iniciativa en el cortejo (en el sexo), estudiar cualquier carrera universitaria, ocupar puestos directivos, manejarse en la esfera pública, etc. El objetivo era, en realidad, posibilitar la masculinización de la conducta femenina sin que ello, por supuesto, pusiera en entredicho el sexo gonadal de la mujer. Ellas podían –pueden- comportarse como hombres sin serlo. Entiendo que ésta ha sido una racional, justa y noble aspiración del feminismo de igualdad. Ahora, sin embargo, nos encontramos con desvaríos de “género” por doquier, con un discurso plagado de disparates cuya prosapia sólo puede ser el odio ciego al hombre, a todo lo que proceda de él. Sería agotador inventariar el interminable listado de culpas achacadas al hombre desde el bando feminista. Basten aquí cuatro ítems ilustradores: ayer fuimos culpables de reprimir la sexualidad de la mujer, de hacerle sentir vergüenza por su (pecaminoso) cuerpo y de tener que esconderlo; hoy, en cambio, lo somos de convertir el cuerpo de la mujer en mero objeto de deseo y recreo sexual, de utilizarlo como mero reclamo publicitario. Culpables somos de las curvas pornográficas y culpables, sin embargo, de sus aristas y picos anoréxicos. Culpables de que las mujeres se vean obligadas a ocultar su inteligencia, la cual, al parecer, nos aterra. Culpables de que haya mujeres amas de casa y amantes de criar a sus niños y culpables de que otras se hayan visto obligadas, al parecer, a trabajar fuera de casa y a comportarse como ellos. Culpables, en definitiva, cuando las mujeres se comportan como mujeres tradicionales y culpables cuando las mujeres, a lo moderno, se conducen como hombres. Acabaríamos antes con una pregunta negativa: ¿de qué no somos culpables los hombres?
Raus. Sigue...
...Sigue.
ResponderEliminarSe dice muy a menudo que los hombres están confundidos, que no saben cómo encajar su masculinidad en un universo recompuestos por la pujanza feminista y la conversión o dilución de papeles sexuales tradicionales. Se dice que anda el hombre perdido, desorientado, asustado. Basta ya, no es así: la confusión es, ante todo, femenina. La confusión masculina es una consecuencia lógica de la confusión femenina. Consecuencia misma de que ellas (una gran parte de ellas, se entiende, con las honrosas excepciones que cabe suponer) mantengan un discurso plagado de flagrantes contradicciones. De un discurso tan torticeramente enmarañado que es imposible no perderse en él. Si algo sabemos de antemano los hombres es que, hagamos lo que hagamos y digamos lo que digamos, siempre habrá una feminista que nos tachará de machistas. Éste es ya un conocimiento apriorístico tan sólido como los axiomas de la geometría. Nuestro delito no es hacer o decir esto o lo otro, no. Nuestro delito es ser hombres, como delito es para el racista ser negro o amarillo. Estamos condenados en juicio sumarísimo: solo precisa el juez (la juez) saber el sexo de las partes litigantes. Cuando un hombre mata a su mujer o novia, no hacen falta más pesquisas: es un caso de violencia machista (¡cuánto nos ahorramos en investigaciones policiales o judiciales en esta parte del mundo!). Así como al racista recalcitrante le basta con saber la raza del otro para emitir su (pre)juicio, a la feminista de género le basta con saber el sexo del agresor.
Pero deberían saber estas ubicuas feministas que presentar al hombre como culpable de todas las desgracias o circunstancias de las mujeres, tiene sus muy claras contraindicaciones. Pues si la mujer moderna se quiere inculpable de todo y de todo inocente, si se quiere siempre y en cualquier situación a-responsable de sus actos, nada podrá extrañar que haya quienes la acusen, justamente, de querer dormir en un cómodo colchón de infantilismo y en un estado de exención propios de los menores de edad mental. Los réditos del victimismo feminista son muchos, pero los costes, paradójicos, son de enorme calado: la mujer feminista, ésta precisamente, se autorretrata como sujeto sin voluntad, sin biografía, sin identidad propia. Se retrata como incapaz (y de ahí, irónicamente, su poder). Es, probablemente, la más profunda paradoja de nuestro tiempo: el feminismo acaba justificando la visión paternalista del patriarcado anterior a la Edad Moderna.
No hay argumentos en el feminismo radical, sólo odio, odio al hombre. ¿De dónde nace tanto odio y resentimiento?
Raus