27 marzo, 2015

El género, una ideología interesada y paradójica.

Sabido es que la ideología donde primero se manifiesta es en la elección de los temas. Siguiendo las informaciones de género en los medios y la red uno se encuentra cosas realmente vistosas: redactadas en estilo académico y llenas de gráficos, citas e incluso bibliografía, pero para concluir cosas tan resabidas y, desmentidas por la realidad, como la pretendida discriminación salarial femenina, que para no pillarse los dedos terminan denominando brecha salarial, como si solo hubiese una, y no cientos, afectando por igual a ambos sexos. Aquí se repite lo que ya sucediera con la violencia, de la que hay múltiples formas con distintos sujetos activos y pasivos,  pero solo una merece una atención especial y preferente: la de género. Con lo que quizá debiéramos comenzar a considerar seriamente la paradoja de que el feminismo hable de igualdad pero  proceda siempre por diferencia.  

Y aunque en nuestro país las cuentas públicas están sometidas a impacto de género, nada sabemos sobre cómo se reparten por sexos esos recursos, qué criterio se aplica para confeccionar el catálogo de prestaciones de la seguridad social, o si no sería necesario tener en cuenta, además de lo cotizado,  la diferente esperanza de vida en el ámbito de las pensiones, ni para cuándo una norma de acceso equilibrado a la Administración pública, o el porqué de la ausencia de un plan nacional de prevención del suicidio y seguimiento de las personas con enfermedad mental grave, para evitar todos esos sucesos con que, de cuando en cuando nos encontramos en la prensa, de personas que causan grave daño a su entorno, incluida la muerte, por falta de un seguimiento adecuado o que sencillamente no han tomado la medicación. Ni por qué, si de verdad se quieren evitar los roles y los estereotipos, la Dependencia se pone en manos prácticamente en exclusiva de mujeres, y desde la administración pública se discrimina a los varones para determinados puestos en relación con ella y otros ámbitos considerados femeninos.    

También me llaman la atención esos artículos llenos de paternalismo, muchos de ellos escritos por varones, sobre la tiranía de la moda a que vivirían sometidas las mujeres por culpa del patriarcado. Tiranía que las obligaría a estar siempre bellas y pendientes de sus dictados, a someterse a arriesgadas operaciones de cirugía estética y a costosos y dolorosos regímenes de adelgazamiento –en momentos así no puedo dejar de pensar en las infinitas burlas a que da lugar la barriga cervecera de tantos varones y a preguntarme cuánto pueda tener de ejercicio de autodeterminación personal- o al eterno y parece que irresoluble conflicto de las tallas que ha llegado al punto de que un Ministerio se haya gastado unos buenos dineros de todos que al final que no han servido para nada porque todo sigue igual, pero fue atendido como una urgente necesidad. Pareciera que los espectadores fuéramos los verdaderos culpables de que Cristina Pedroche luciera en Nochevieja el vestido que lució y no otro, y los varones de las fallidas operaciones de cirugía estética de algunas estrellas de Hollywood

Y qué decir de los sesudos estudios que concluyen que si hay mayor número de varones en la dirección de empresas y los consejos de administración es por puro nepotismo de sexo, por supuesto sin una sola referencia a la tupida red de relaciones del lobby feminista, ni con qué porcentajes de hombres y mujeres se están cubriendo los puestos de la Administración y, olvidando la experiencia noruega.  “Pandilleo varonil”, lo denominaba recientemente un artículo en El País. Ya se sabe que en las referencias a los hombres la posibilidad de ofensa está descartada. Claro que al analizar por qué las mujeres promueven y participan menos en blogs políticos lo que salga a relucir sea: la socialización diferenciada de hombres y mujeres,  y finalmente descubramos que no pasan menos horas al ordenador sino que sus temas son otros: cuestiones de género, comida, familia, moda, salud y, a esas alturas, uno se quede con ganas de preguntar si los verdaderos discriminados no serán ellos que debieran dedicar  más tiempo a su propio bienestar: cuestiones como el género,  la salud y otras, y las verdaderas beneficiadas ellas que prestando menos atención a lo público, a lo de todos, el recurso al patriarcado siempre las exculpará.

Lo cierto es que el feminismo lleva más de 150 años persiguiendo una “igualdad” que, a cada paso parece alejarse más, si hemos de tener en cuenta lo que sus portavoces dicen, y sin que, al parecer,  quepa formular públicamente la pregunta de si lo que ocurre pueda ser que no la están planteando bien y en realidad corren tras un fantasma, y buscan el imposible de una igualdad en la que hombres y mujeres serían perfectamente intercambiables:  trabajarían en los mismos empleos, descollarían en las mismas artes y recibirían el mismo número de premios Nobel, pero también que el propio victimismo feminista haga imposible cualquier estación término porque siempre surgirán motivos por los que quejarse desde:  ¡lamentar que las mujeres no puedan explotar su capital erótico como lo hacen los hombres!,  hasta quejarse de lo que ganan los actores, pero callar sobre lo que ingresan modelos y cantantes, por ejemplo, Gisele Bündche, Lady Gaga o tantas otras.


Los supuestos de partida del feminismo de género son tan endebles como interesados y olvidan que hombres y mujeres estamos sometidos a presiones externas y a decisiones personales que quizá no  sean las mismas para unos y otras,  pero que los planteamientos hoy al uso, atribuyendo todo lo que no que no les gusta a las mujeres a imposición masculina y a estricta responsabilidad individual lo peor de la condición masculina, son francamente infumables. Resituar el tema en unas coordenadas razonables debiera ser tarea de todos, aunque tal como están hoy las cosas y la “correlación de fuerzas” existente, ya que hoy por hoy se trata netamente de una cuestión política, me da la impresión de que eso solo sucederá cuando los hombres reflexionen y tomen conciencia de su propia condición.


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