Estamos de
corrupción hasta las cejas. Pero hay de una de la que no se habla, la
corrupción de la ideología, la corrupción del pensamiento y, si bien se mira, más
importante que cualquier otra sea ésta económica o de otro tipo. Corrupción de la
que participan casi todos aunque a mí me sorprende más en quien apenas tiene
experiencia de gobierno y ya han quemado tantos barcos y han barrido tantas
cosas.
De quienes se han
presentado como paradigmas de democracia y practican el más puro leninismo
organizativo: disolviendo agrupaciones y quitando y poniendo cargos, de quienes venían para ensanchar la democracia
y ahora no quieren que se hable de Grecia o Venezuela, de que por
universitarios y jóvenes transformarían la política y la vida social pero
todavía no han tenido una sola idea que los ciudadanos podamos entender como
aportación y, más bien observemos un buen número de marchas atrás como su
pretendida austeridad: Colau y Carmena ganan más que el presidente del Gobierno.
Y ahora nos vienen
con la socialización del sufrimiento. Con asustar y meter miedo. Defendiendo acciones
llevadas a cabo con caretas y capuchas. A
defender la insolidaridad de las comunidades ricas que so pretexto de una
pretendida singularidad no respetada pretenden ocultar una vindicación básicamente
económica. A utilizar las insuficiencias de la U.E. no para plantearse cómo
superarlas mediante avances en la dirección de una Europa federal, sino para
situarse del lado de todos los rancios nacionalismos que se le oponen. Una izquierda que considera la crisis demográfica como un “signo de
modernidad”.
Al día siguiente de
que se impidiera una conferencia de J.L. Cebrián y Felipe González en el aula
Francisco Tomás y Valiente, los de Podemos depositaron ejemplares de un folleto
sobre los Derechos Humanos en los asientos de la bancada azul. D.H. no para Cebrián
y González que al parecer o no son
humanos o la libertad de expresión no está contenida en su folleto, y todo ello
apelando a que no se puede “sacar pecho por el terrorismo de Estado” aunque
quien esto dice entiende que a Otegui se le deben abrir las puertas de los
Parlamentos.
Ese mismo día sí se
permitió una disertación de Manuela Carmena a quien recibieron con un: guapa,
guapa y ella concluyó con un enigmático vaticinio: “El mundo de la democracia representativa se está
acabando” que al parecer se combatiría
con el empoderamiento de los individuos y las consultas ciudadanas, aunque de
momento el ayuntamiento de Madrid las realice exclusivamente con carácter
consultivo. Y a pesar del enorme chasco
de casi todas las celebradas últimamente en cualquier país del mundo: Grecia,
Colombia, Reino Unido, Hungría… y por supuesto del hecho de que se planteen en
un marco de democracia representativa, de otro modo estaríamos en los referéndums
del franquismo.
Claro que los de su misma cuerda
ideológica presentaron en su momento como un rasgo de superior calidad democrática
el referéndum revocatorio chavista, aunque ahora pretendan imponernos que
hayamos de guardar silencio sobre lo que sucede en Venezuela y la negativa de
Maduro a aceptarlo. También habló
Carmena del estrechamiento de lazos con Ada Colau y la alcaldesa de
París y de la democracia de las mujeres, que quiero suponer situará en un ámbito de democracia representativa
y que sus palabras no posean contenido
sexista aunque no oculta la superioridad de su propuesta, porque esa política
no estaría tan orientada a la gestión como al cuidado.
Casta, régimen del 78,
“papelito”… Hasta la “leyenda negra” fabricada a partir del siglo XVI por
quienes recelaban del poder español, tiene hoy más apoyos en sus filas que entre
los estudiosos del tema o fuera de nuestras fronteras. No digamos la constante
puesta en cuestión de nuestras instituciones por parte de los nacionalistas
separatistas, en un juego en el que no solo se borra esa barrera que otras
veces se invoca entre derecha e izquierda, también de la solidaridad entre
territorios, sino que la insurgencia de unos refuerza la de los otros dado que
existe coincidencia en el objetivo de minar las bases de nuestro marco de
convivencia.
Una izquierda a la que no solo le cuesta aceptar las reglas de la
democracia, también se le hace cuesta arriba la asunción de la realidad misma.
Dijo Bescansa que si solo votaran los menores de 45 Iglesias ya sería
presidente. Pero lo cierto es que ni el mundo, ni la vida, se acaban a los 45. Poca
ideología y poco pensamiento hay en la juventud como valor absoluto, máxime
si la nuestra se nutre en una gran proporción de ni-nis, que viven con sus
padres hasta bien mayores sin ocasión de independizarse y emplearse, y por tanto sin experiencia
laboral.
De ahí
a insultar a todo aquel que no comulga con sus ideas no hay más que un pequeño
paso, y en una extraña simbiosis y confluencia de pareceres con el nacionalismo
las declaraciones contra quienes no piensan igual no paran de sucederse. Solo
hay que ver los comentarios vertidos con ocasión de las últimas elecciones
gallegas, algunos de ellos de diputados de En Marea, o que el sociólogo Manuel Castells calificase de “viejos caciques” a los barones socialistas que no apoyaban a
Sánchez, o Rufián calificando a C’s como lo peor que le pudo suceder a
Cataluña.
Una
izquierda de la que hemos leído muchos más ataques a Inditex y Amancio Ortega
que a las multinacionales y las grandes compañías de la informática e Internet
que escaquean sus impuestos en nuestro país y en el mundo entero, una izquierda
que al igual que cualquier derecha, o centro, habla de las clases medias como las
grandes perjudicadas de la crisis, como si la clase baja no
existiese o hubiese desaparecido del mapa, una izquierda que ha abrazado la ideología
de género con la fe del converso y participa de su misma corrección política y
pensamiento único.
Una izquierda
incapaz de defender la custodia compartida, o de analizar y dar respuesta al
porqué del fracaso escolar masculino, una izquierda cómplice del silencio que
reina sobre la siniestralidad laboral, la nunca explicada ausencia de un Plan
Nacional para combatir el suicidio y en general todo aquello en que la
principal víctima es masculina. Una izquierda que participa de todos los
sofismas e incongruencias del pensamiento de género que cada día con más fuerza
se construye desde la disyuntiva maniquea de buenas y malos.
Una
izquierda, en fin, que ha renunciado al futuro que parece no interesarle, que
ha renunciado a los valores sobre los que alguna vez quiso construirse:
ilustración, igualdad, futuro… para vivir enfangada en un pasado que son
incapaces de interpretar y superar, para abrazar un pensamiento mágico que
tiene remedios inmediatos y universales para todo, con la salvedad de que obvia
que la realidad está llena de obstáculo y accidentes objetivos y objetivables y
no solo de mala voluntad de unos cuantos. Obstáculos y accidentes que no basta
con suponer no existentes como Bescansa hace con los mayores de 45.