El feminismo y su “igualdad”, (una igualdad que en su tosquedad nos pretende idénticos sin que eso libere a los hombres de una culpa que expiar y una deuda que saldar, y a las mujeres de unos derechos históricos de los que resarcirse), nos está conduciendo a todos a un callejón sin salida que está provocando mucho dolor e impotencia, y amenaza con seguir haciéndolo durante mucho tiempo por la inhibición de la mayoría, y porque una minoría ideologizada y cargada de prejuicios, constituida en lobby, ha sabido hacerse con todo el poder e imponer que esto a quien compete es a ellas.
El feminismo dominante y muchas mujeres actuales, hijas en buena medida de las anteriores oleadas del feminismo, se han empeñado en sostener que la mujer es igual, cuando no mejor, que el hombre en cualquier ámbito de la sociedad y el conocimiento*, y, como eso jamás se ve plasmado de forma exacta en la sociedad, en lugar de replantearse el acierto de sus ideas, han decidido que si no está sucediendo en esos términos sólo puede ser debido a que la mano negra del hombre lo está impidiendo y por tanto es necesario actuar en consecuencia.
*En honor a la verdad habría que decir que las comparaciones que el feminismo realiza son con aquellos hombres con poder, olvidando a esa inmensa mayoría de hombres que no sólo no gozan de ningún poder, más bien constituyen la mano de obra del sistema, sobre la que recaen los trabajos duros y pesados y las tareas que nadie más quiere realizar. Al mismo tiempo hace también como que olvida a esa multitud de mujeres de vida fácil y cómoda que no tienen inconveniente en no acudir al mercado laboral porque hay un hombre que trabaja para ellas, o se arroga sin ningún rubor todos los derechos sobre la reproducción.
Pues bien, como esa realidad que ellas atribuyen a la mano negra del hombre perdura con el paso del tiempo, y en su imaginario sólo cabe atribuirla al incorregible afán dominador y explotador del varón, han decidido actuar con todas las armas, particularmente el código penal, porque el objetivo irrenunciable es hacer ver que si en algún ámbito de la realidad social o de la cultura el hombre ha demostrado su superioridad sólo pudo haber sido como fruto de la fuerza y la coerción ejercidas contra las mujeres, de su dominio y explotación. La tarea que el feminismo se ha fijado en el momento presente es: cambiar la masculinidad, cambiar al hombre, y para ello la mujer debe gozar del máximo de poderes.
Las pruebas de esa explotación de la mujer por el hombre nunca acaban de ser puestas sobre la mesa y, en su lugar, asistimos a que, cuando parecía que se nos iba a ofrecer algo nuevo, en realidad lo que se nos dan son cosas como: techo de cristal, discriminación salarial y laboral, sexismo del lenguaje, exclusión con malas mañas de los puestos de responsabilidad: sea en la Universidad, la política, la economía o el campo que se desee, todo ello teñido de un enorme subjetivismo con el que se pretende sustituir cualquier posible contraste con la realidad. Ni que decir tiene que todo ese arsenal de conceptos vacíos no es capaz de resistir la más mínima prueba de los hechos y en sí constituye el mejor ejemplo de construcción de una ficción, no para explicar lo que sucede en la sociedad y las relaciones de hombres y mujeres, sino para fundamentar una creencia y una ideología de lucha por el poder.
Lucha que se establece al modo de un nacionalismo de género excluyente y que considera al otro un bárbaro e ideología fruto de una amalgama imposible de marxismo, relativismo y culturalismo que cumple dos funciones principales: el discurso feminista no está sujeto a contraste ni verificación puesto que su carácter justo se lo da su origen y contra lo que combate, de ahí que ni la autocrítica ni el balance sean necesarios y, derivado de lo anterior, en esta lucha todo vale. Llegados a este punto el contraste entre la pretendida perfección de lo femenino como teoría y su plasmación práctica no puede ser más grande.
Pero como lo malo siempre se puede empeorar, no contentas con afirmar que la dominación masculina no ha disminuido en los últimos tiempos, más bien al contrario según su versión, han cerrado todas las puertas a un posible debate entre los géneros al afirmar que no existe territorio neutral donde éste sea posible, ya que incluso ámbitos como la ciencia, la informática o la política, son espacios en los que el hombre se refugia para seguir ejerciendo su supremacía.
Llegados aquí, al hombre las opciones que le quedan son muy limitadas resumiéndose en dos: o bien asume los postulados del feminismo de forma más o menos activa, o si no, cae de lleno en esa categoría que asimila cualquier discrepancia con los maltratadores. La lógica es o conmigo o contra a mí, y si estás contra mí te combatiré con las peores armas. Como señala Elisabeth Badinter, en relación con lo que este feminismo propugna: “Es preciso, pues, luchar contra la dominación masculina como se combate el racismo o el fascismo.” (pág. 58, Por mal Camino. Madrid, 2004).
Ni que decir tiene que en el viaje a estos postulados las mujeres han encontrado en algunos hombres los más conspicuos acusadores de la condición masculina, destacando algunos de ellos como de los principales teorizadores del actual feminismo. Por el contrario, son también mujeres algunas de las más destacadas críticas de esta deriva y quienes con más acierto han puesto el dedo en algunas de las llagas de este feminismo. Pero lo cierto es que se han cerrado todas las puertas a cualquier terreno neutral o de diálogo y pareciera que sólo cupiera la rendición total de uno de los sexos, el de los hombres.
Esta es la realidad actual de la guerra de sexos en que el feminismo nos ha metido, realidad que sin embargo, lejos de aparecer así, para buena parte de la población lo hace de forma completamente distorsionada, ya que con gran habilidad están sabiendo aparecer no con el real papel que están jugando, sino justamente como las únicas víctimas. Por eso lo que pueda suceder en el futuro tiene mucho que ver con que seamos capaces de quitar ese velo con el que han tapado su verdadero papel y mostrar que, si no reaccionamos, víctimas podemos acabar siéndolo todos. No estaría mal por tanto dedicar algún tiempo y energía a estudiar qué es lo que no estamos sabiendo hacer y qué cosas nuevas convendría hacer si queremos salir airosos de este reto.