El neofeminismo, es decir
el feminismo dominante desde la aparición del feminismo radical americano,
constituye un movimiento profundamente conservador que, para mayor paradoja, en
la Europa de los últimos años está impulsado y sostenido ideológicamente desde
la socialdemocracia y otros movimientos de la izquierda, aunque también desde una posición algo más
reservada por los partidos conservadores y de la derecha.
Y digo lo de conservador no ya por la alianza
forjada, por dos de sus principales impulsoras Catherine McKinnon y Andrea Dworkin en su momento, con el partido
republicano en los EE.UU, ni tan siquiera por la importante presencia de
figuras femeninas en las opciones más conservadoras del momento actual,
particularmente las de extrema derecha: Sarah Palin y Michelle Bachmann en los
USA, Siv Jensen en Noruega, Krisztina Mirvai en Hungría, Pia Kjaersgaard en Dinamarca o Marine Le Pen
en Francia, sino por el
contenido de sus prácticas y los
resultados de sus políticas allí donde su ideario se ha hecho norma jurídica y derecho
positivo.
Por su manifiesta preferencia por las políticas
represivas frente a las educativas; por la consideración de todas las mujeres como iguales
al margen de su posición social y sus recursos, su pertenencia a esta parte del
mundo o cualquiera de los países musulmanes; por su profunda coincidencia con la Iglesia y los
sectores más conservadores de la judicatura en lo referente a la custodia de
los hijos y el papel de la madre. Por no mentar esas feministas que no hacen
distingo entre la madre y los hijos como si se tratara de un solo y único ser
y, en general, por la distinta vara de medir y doble moral con que juzgan los
comportamientos según sean del varón o la mujer. Por haberse erigido en dueñas
de la moral y haber recuperado los modos de la censura.
En nuestro país ha sido
de la mano de María Teresa Fernández de la Vega y de un gobierno de Zapatero
que la Iglesia ha conseguido sus mayores privilegios tanto en lo referido a su
financiación como en el apoyo a las escuelas concertadas, también para permitir
la adaptación de los contenidos educativos al ideario del centro. Recuérdese a
estos efectos que el manual de Educación para la ciudadanía más utilizado en
nuestro país defiende el creacionismo. La educación socialista, sea en Suecia de la mano de la
socialdemocracia o en España de la mano de sus homólogos, ha conducido a una
importante pérdida de calidad del sistema acompañada de un fracaso escolar con
claro sesgo de género en perjuicio de los varones y de los hijos de las clases
menos pudientes. De los gobiernos de
Zapatero España ha salido como el país de Europa con más desigual distribución
de la renta si exceptuamos a Estonia, Letonia y Rumanía.
El neofeminismo es un
movimiento profundamente reaccionario en su concepción de la ciencia y la
cultura, al no establecer distingo entre éstas, a las que considera productos patriarcales, y la mera ideología. Con el resultado de un posicionamiento claramente antiilustrado tanto en su
concepción del género, como en general en la consideración culturalista de lo que en la sociedad sucede,
sin que haya constituido nunca motivo de preocupación la constatación del
fracaso de todos los cálculos fallidos derivados de ese errado planteamiento. Tampoco la autocrítica que una mínima honestidad
intelectual exigiría. Del uso fraudulento y manipulador de informaciones y
estadísticas hemos dado cuenta en esta bitácora en tantas ocasiones que resulta
difícil elegir aunque solo sea unas pocas.
El neofeminismo con su
división de la sociedad por géneros y su concepción de hombres y mujeres como dos
bloques monolíticos profundamente diferenciados
merecedores de distinta consideración moral y política y, en consecuencia,
de diferente trato jurídico, inaugura un tiempo en el que de la concepción de la norma como
principio rector de la convivencia que permitía saltar por encima del sexo, y por
ello reconocer la igualdad en dignidad y
derechos de hombres y mujeres, hemos pasado a otra cosa en que la diferencia se traduce en desigualdad. El neofeminismo tergiversa
los significados de diferencia e igualdad,
pues si la primera se mueve en el terreno de la biología y lo natural siendo
nuestra característica más destacada -todos y todas somos diferentes-, la
segunda pertenece al terreno de lo
cultural y lo jurídico y busca que dichas diferencias no se traduzcan en
desigualdad. Sin embargo el neofeminismo opera negando las primeras, al pretender una
igualdad en la cuna desmentida por todas las
ciencias, para consagrar después la desigualdad jurídica y de trato, en
una dimensión que en mi opinión en nada se distingue de cualquier otro tipo de
segregación incluida la racial.
Si de la trilogía:
Libertad, igualdad, solidaridad, la izquierda europea había privilegiado las
dos últimas: igualdad y solidaridad, para el señor Caldera y otros destacados
dirigentes e ideólogos del socialismo en España habríamos de pasar a algo como
lo formulado por el primero cuando situó
en la solidaridad y la empatía “los valores básicos sobre los que descansa la
izquierda…” Curioso lo de la empatía, máxime si se piensa referido más a la
emocional que a la cognitiva. Lo cierto, sin embargo, es que desde la década de los ochenta del
siglo pasado las diferencias de renta y riqueza no han dejado de crecer en
Europa coincidiendo justamente con el período de más gobiernos socialdemócratas
de la historia, también con el ascenso constante de las políticas de “igualdad”
y género.
La sociedad cada día es
más opaca y a cada paso más temas son materia reservada de determinados
círculos de expertos cuya característica más destacada es permanecer en el
anonimato y que desconozcamos qué méritos son los que los han convertido en
tales. La información es manipulada, particularmente la de género, y lo es
también desde los organismos oficiales. La democracia se resiente y crece el
descontento no con estos o aquellos políticos, sino con el conjunto de los
mismos. Determinados temas han sido declarados tabú: suicidio, crecimiento
exponencial de la obesidad mórbida, enfermedad mental… y determinadas
disposiciones legales, en principio puestas en marcha desde el neofeminismo,
dejan de tenerse en cuenta cuando su aplicación lo que demostraría sería la
posición de desventaja del varón.
El neofeminismo, al
contrario que las monarquías democráticas, gobierna aunque parezca que solo
reina. Asistimos a las políticas de una izquierda que han dejado atrás la
universalidad de la norma, su internacionalismo y defensa de la igualdad más allá del género,
la promoción de la ciencia y los valores
ilustrados y que, por el contrario, acepta la desigualdad y pérdida de las garantías
jurídicas de los varones, y con la materialización de sus políticas llena las cárceles cada
día más, la desigualdad crece y la escuela fracasa. Todo ello para acabar demostrando una gran incapacidad para analizar e interpretar lo que pasa y teniendo que basar su
diferencia con la derecha más en
operaciones publicitarias y mediáticas, que en sus verdaderas políticas, indistinguibles en
tantos aspectos de lo social, lo político
y lo cultural.