27 marzo, 2015

El género, una ideología interesada y paradójica.

Sabido es que la ideología donde primero se manifiesta es en la elección de los temas. Siguiendo las informaciones de género en los medios y la red uno se encuentra cosas realmente vistosas: redactadas en estilo académico y llenas de gráficos, citas e incluso bibliografía, pero para concluir cosas tan resabidas y, desmentidas por la realidad, como la pretendida discriminación salarial femenina, que para no pillarse los dedos terminan denominando brecha salarial, como si solo hubiese una, y no cientos, afectando por igual a ambos sexos. Aquí se repite lo que ya sucediera con la violencia, de la que hay múltiples formas con distintos sujetos activos y pasivos,  pero solo una merece una atención especial y preferente: la de género. Con lo que quizá debiéramos comenzar a considerar seriamente la paradoja de que el feminismo hable de igualdad pero  proceda siempre por diferencia.  

Y aunque en nuestro país las cuentas públicas están sometidas a impacto de género, nada sabemos sobre cómo se reparten por sexos esos recursos, qué criterio se aplica para confeccionar el catálogo de prestaciones de la seguridad social, o si no sería necesario tener en cuenta, además de lo cotizado,  la diferente esperanza de vida en el ámbito de las pensiones, ni para cuándo una norma de acceso equilibrado a la Administración pública, o el porqué de la ausencia de un plan nacional de prevención del suicidio y seguimiento de las personas con enfermedad mental grave, para evitar todos esos sucesos con que, de cuando en cuando nos encontramos en la prensa, de personas que causan grave daño a su entorno, incluida la muerte, por falta de un seguimiento adecuado o que sencillamente no han tomado la medicación. Ni por qué, si de verdad se quieren evitar los roles y los estereotipos, la Dependencia se pone en manos prácticamente en exclusiva de mujeres, y desde la administración pública se discrimina a los varones para determinados puestos en relación con ella y otros ámbitos considerados femeninos.    

También me llaman la atención esos artículos llenos de paternalismo, muchos de ellos escritos por varones, sobre la tiranía de la moda a que vivirían sometidas las mujeres por culpa del patriarcado. Tiranía que las obligaría a estar siempre bellas y pendientes de sus dictados, a someterse a arriesgadas operaciones de cirugía estética y a costosos y dolorosos regímenes de adelgazamiento –en momentos así no puedo dejar de pensar en las infinitas burlas a que da lugar la barriga cervecera de tantos varones y a preguntarme cuánto pueda tener de ejercicio de autodeterminación personal- o al eterno y parece que irresoluble conflicto de las tallas que ha llegado al punto de que un Ministerio se haya gastado unos buenos dineros de todos que al final que no han servido para nada porque todo sigue igual, pero fue atendido como una urgente necesidad. Pareciera que los espectadores fuéramos los verdaderos culpables de que Cristina Pedroche luciera en Nochevieja el vestido que lució y no otro, y los varones de las fallidas operaciones de cirugía estética de algunas estrellas de Hollywood

Y qué decir de los sesudos estudios que concluyen que si hay mayor número de varones en la dirección de empresas y los consejos de administración es por puro nepotismo de sexo, por supuesto sin una sola referencia a la tupida red de relaciones del lobby feminista, ni con qué porcentajes de hombres y mujeres se están cubriendo los puestos de la Administración y, olvidando la experiencia noruega.  “Pandilleo varonil”, lo denominaba recientemente un artículo en El País. Ya se sabe que en las referencias a los hombres la posibilidad de ofensa está descartada. Claro que al analizar por qué las mujeres promueven y participan menos en blogs políticos lo que salga a relucir sea: la socialización diferenciada de hombres y mujeres,  y finalmente descubramos que no pasan menos horas al ordenador sino que sus temas son otros: cuestiones de género, comida, familia, moda, salud y, a esas alturas, uno se quede con ganas de preguntar si los verdaderos discriminados no serán ellos que debieran dedicar  más tiempo a su propio bienestar: cuestiones como el género,  la salud y otras, y las verdaderas beneficiadas ellas que prestando menos atención a lo público, a lo de todos, el recurso al patriarcado siempre las exculpará.

Lo cierto es que el feminismo lleva más de 150 años persiguiendo una “igualdad” que, a cada paso parece alejarse más, si hemos de tener en cuenta lo que sus portavoces dicen, y sin que, al parecer,  quepa formular públicamente la pregunta de si lo que ocurre pueda ser que no la están planteando bien y en realidad corren tras un fantasma, y buscan el imposible de una igualdad en la que hombres y mujeres serían perfectamente intercambiables:  trabajarían en los mismos empleos, descollarían en las mismas artes y recibirían el mismo número de premios Nobel, pero también que el propio victimismo feminista haga imposible cualquier estación término porque siempre surgirán motivos por los que quejarse desde:  ¡lamentar que las mujeres no puedan explotar su capital erótico como lo hacen los hombres!,  hasta quejarse de lo que ganan los actores, pero callar sobre lo que ingresan modelos y cantantes, por ejemplo, Gisele Bündche, Lady Gaga o tantas otras.


Los supuestos de partida del feminismo de género son tan endebles como interesados y olvidan que hombres y mujeres estamos sometidos a presiones externas y a decisiones personales que quizá no  sean las mismas para unos y otras,  pero que los planteamientos hoy al uso, atribuyendo todo lo que no que no les gusta a las mujeres a imposición masculina y a estricta responsabilidad individual lo peor de la condición masculina, son francamente infumables. Resituar el tema en unas coordenadas razonables debiera ser tarea de todos, aunque tal como están hoy las cosas y la “correlación de fuerzas” existente, ya que hoy por hoy se trata netamente de una cuestión política, me da la impresión de que eso solo sucederá cuando los hombres reflexionen y tomen conciencia de su propia condición.


18 marzo, 2015

Aquiles jamás alcanzará a la tortuga

 Como si Leibniz no hubiera existido, en la sociedad se ha restablecido que, quién tenía razón en la paradoja de Aquiles y la tortuga, era Zenón y que, frente a la evidencia fáctica, Aquiles jamás alcanzará a la tortuga porque siempre llegará tarde  y cuando alcance el punto donde la tortuga estaba, ésta habrá avanzado otro poco. Y parece que haga falta otro Leibniz que demuestre que una suma de infinitos términos puede dar un resultado finito.

El feminismo lleva más de 150 años diciendo lo que haría falta para lograr la igualdad, y lo que faltaba al principio era la igualdad jurídica, más adelante se pensó que lo que impedía una verdadera igualdad en el acceso a la educación y al mercado de trabajo, como la desigualdad persistía se hicieron necesarios el derecho al voto, el divorcio y el control de la natalidad, también el derecho al aborto y las políticas de conciliación laboral y familiar,  y aún después el equilibrado acceso a la política y los consejos de administración, la educación mixta primero y después la coeducación: privilegiando los contenidos de género,  y discriminación positiva, cuotas, paridad, listas en cremallera… y hoy  cuando todo eso existe se nos dice que los obstáculos más duros están por salvar y como si nada hubiera cambiado se nos sigue hablando de sociedad patriarcal como el primer día.

Por supuesto todo lo anterior desde una mentalidad acreedora que a quien obliga principalmente es a los demás,  sin necesidad de rendir cuentas y sin importar lo que pase con el otro, porque en una cosa no se ha movido ni un ápice su posición desde el primer momento, y es que lo único incuestionable es la justeza de sus reivindicaciones, y los derechos no  se mendigan se exigen, lo que la publicidad resumió en porque yo lo valgo. Lo de la mayoría de edad parece que habrá de esperar algunos siglos más.En ningún momento se ha planteado que en un ejercicio de suma 100 si yo aumento mi cuota, algún otro la esté perdiendo, o que lo que yo no haga otro lo tendrá que hacer, que si yo exijo visión de conjunto alguna vez tendré que demostrar que la practico. Que si exijo ética de la justicia luego no puedo decir que lo mío es la ética del cuidado.

Y ahora, cuando son mayoría en la universidad y la escuela, y ocupan mayoritariamente los puestos de la Administración y han trazado un perfil de empleos que las mantiene cerca de la familia y las aleja de los más sucios y los de mayor esfuerzo y riesgo, y gozan de  todos los derechos sobre la natalidad y la reproducción, cuando el papel reservado al varón en la familia es el de proveedor universal, cuando el mercado de trabajo está castigando más fuertemente a los hombres, cuando las estadísticas de accidentalidad y muerte de los varones son mucho más elevadas y la esperanza de vida menor, cuando los sin techo lo son en más de un 80% masculinos … cuando todo eso sucede, el feminismo de género no hace ni una mueca para reconocer esta realidad.  

Por eso cuando se habla de competencia intersexual los términos en el momento presente no puedan estar más alejados: plena conciencia de género para ellas hasta hacer partícipes de sus propuestas a buena parte de ellos, y nula por parte de ellos que parecen asistir resignados a todo lo que pueda venir y a concentrar sus esfuerzos en el plano intrasexual. No en vano el feminismo de las últimas décadas ha estado y sigue estando protagonizado y mediatizado por mujeres de clase media-alta y es ahí donde cuenta con sus mejores valedores masculinos.

La mentalidad acreedora de la que hablo más arriba lleva a conclusiones tan chocantes que si  los hechos demuestran que mientras ellos participan más en foros de política o economía y ellas lo hacen en otros que tratan temas de género, salud o belleza la denuncia al patriarcado continua intacta, porque esto sucede así, ya que  la socialización sigue siendo sexista y a ellas las empuja siempre en la dirección equivocada. Ni atisbo de duda en cuanto a lo que eso pueda significar de ombliguismo y ausencia de interés por lo público.

Y, por supuesto, sin necesidad de preguntarse a quién responsabilizamos de esa socialización en un mundo en el que la educación de la infancia y más allá está principalmente en manos de ellas, ni tampoco a quién reporta  más beneficios esa actitud pese a la constatación de que los hombres necesitarían visitar más al médico o dedicar algún tiempo mayor a su cuidado personal. Porque si lo hiciésemos lo que nos toparíamos, según esta visión, sería la tiranía de la belleza y la moda que el patriarcado impone a las mujeres, y así hasta entrar en un bucle sin retorno en el que ellas siempre serán las víctimas y  ellos los victimarios.    

Después de leído todo lo anterior he pensado que quizá el destino de esta entrada no vaya a ser mejor que el de otras muchas que a lo largo de los últimos años he escrito sobre esta temática porque, yo que lo escribo y vosotros que me leéis, vivamos una realidad sociolaboral y poseamos unos recursos culturales que nos permitan sortear con mayor facilidad esta guerra de sexos, ya que sus golpes más duros van dirigidos a los varones de las clases más bajas sea: en la escuela, el mundo laboral o la familia. Y esos difícilmente frecuentan foros como éste y es de ellos justamente de quienes se han olvidado los manuales de empatía y solidaridad al uso. 


15 marzo, 2015

Cuando Dios creó el mundo, el machismo ya estaba allí.

La expresión hablar con propiedad significa tanto saber de lo que se está hablando, como utilizar los términos precisos de modo que quede claro el mensaje, porque el lenguaje que se usa es el compartido socialmente. Se procura la claridad en la interlocución. Las palabras pertenecen a todos y lo que lo caracteriza es el respeto a su significado que está a disposición de cualquiera.

De un tiempo a esta parte y en ese estado líquido en el que las ciencias sociales y la política están inmersos, lo que con más frecuencia se estila son los términos con propietario: casta y gente o género y machismo forman parte de ellos. Términos de significado impreciso y difuso a disposición de quienes se consideran sus legítimos propietarios para usar a su gusto, y cuya significación se modula en función de lo que interese en cada momento. Y si, a veces, parecen minúsculos en otras ocasiones lo abarcan todo.

En la entrevista de Ana Pastor a Pablo Iglesias, durante buena parte de la conversación parecía insinuarse que formaría parte de la casta quien ganase más de 3.000 euros al mes, lo que no dejó de causar cierta extrañeza en la periodista, pero es que cuando buscando una mayor precisión, y luego de hacer referencia a unas declaraciones en las que Ana Botín expresaba que en relación con algunas cuestiones coincidía en el diagnóstico de Podemos, le preguntó si esta señora estaría dentro de esa categoría, Pablo Iglesias bordeo la pregunta sin una respuesta concluyente.

Con el término género sucede otro tanto de lo mismo. Gestado al calor de los debates sobre el empoderamiento de las mujeres, su significación se asoció a un nuevo orden de cosas: las llamadas perspectiva y agenda de género, indisolublemente unidas a la conquista de la hegemonía social y política de los grupos feministas lo que a su vez se identificaba con los intereses de todas las mujeres. Y así nacieron: violencia de género, brecha salarial de género,  justicia de género, etc.

Ahora hay quien pretende que se trata de un término neutro, otra forma de decir sexo, hasta el punto de que algunos cuestionarios de la administración lo usan con esa significación, aunque evidentemente tal forma de proceder no pueda identificarse con el hablar con propiedad y, más bien, lo que indique sea todo lo contrario, propiedad particular de las palabras para usarlas de forma torticera y ocultando su verdadera intención.  No se busca la claridad en la interlocución, más bien todo lo contrario. Y se hace así porque evidentemente se busca ocultar algo.

Pero os preguntareis el porqué del título y no es otro que una expresión que me surgió al comentar esta entrada de R. de Querol en la que denomina  machismo a la división sexual del trabajo, y viene a ser la mejor prueba de lo que estoy diciendo. El uso y abuso de los términos hasta imposibilitar su reconocimiento. Si la inteligencia procede por diferenciación, aquí es todo lo contrario, una palabra sirve para tildar la actitud de un maquinista de tren, al tiempo que la división sexual del trabajo –lo que la haría extensible a todos los animales sexuados- y al tiempo que una forma de ver  la justicia, la violencia, la igualdad, en suma, el mundo.

Si la ciencia avanza porque penetra en el interior de las cosas y las relaciones, descubriendo su naturaleza, sus mecanismos de funcionamiento y si acaso formulando hipótesis y en su caso leyes, en este asunto como señalo en uno de los comentarios, se procede justamente al contrario, se parte del prejuicio ideológico y se trata de acomodar todo a él, sin importar matiz, ni diferencia, ni nivel. La forma de proceder es indistinguible de cualquier pensamiento religioso en el que Dios lo explicaría todo aunque, si nadie se hubiese salido de lo pregonado por esa forma de pensar,  la humanidad se hubiera quedado en su infancia ya que ni la Tierra giraría alrededor del Sol, ni habría existido el Big Bang, mucho menos la evolución.

Si la inteligencia se amplía con la riqueza de vocabulario capaz de recoger lo que hay de singular en cada cosa, aquí, al igual que el que a todo llama: cosa, aparato o chisme, la palabra machismo sirve para todo y para nada. Aunque seguramente sí para uno de los objetivos más queridos por quien así piensa y actúa: para diferenciar, para acotar territorio, para lucir estandarte, para señalar la trinchera que señalaría dónde están los buenos y dónde los malos. De este lado ellos, del otro el machismo.

Por eso si en este país sigue habiendo inteligencia se hace necesario contestar tanta impostura, tanto retroceso mental, tanta oscuridad como se quiere verter sobre las cosas y decir que no, que ese no puede ser el camino, que ese camino nos lleva atrás, no adelante. Y se hace necesario hacerlo así si a quien eso escribe no solo le podrían encomendar escribir un capítulo de un texto de educación para la ciudadanía, sino el libro entero.

Los comentarios que escribí en la entrada son éste:

A preguntas tontas respuestas…
Recurrir al término machismo para hablar de división de tareas representa la mejor confirmación de que el pensamiento mágico no tiene porque ser exclusivo de los creyentes. El papa Francisco dice que: “El Big Bang no contradice a Dios, lo exige” y Ricardo Querol hace otro tanto con la diferencia de que su prejuicio no es religioso sino ideológico y crea una nueva terminología según la cual ya no es división de tareas sino machismo.
Ningún hallazgo científico podrá desmentir al papa Francisco porque Dios es previo a todo. Nada podrá desmentir a Querol porque el machismo es el presupuesto de partida. Cuando Dios decidió crear el mundo el machismo ya estaba allí.
Lo que caracteriza al universo es su diversidad: donde la hay aparece lo nuevo, lo distinto, lo que enriquece. También la evolución humana está jalonada de una división cada vez mayor de tareas y no solo entre los sexos. Lo que nos gusta de la humanidad es su diversidad y todos nos consideramos únicos y de hecho lo somos, incluido Ricardo Querol.
Tiene razón cuando identifica como ideológico el concepto de igualdad de género, aunque pretenda emparentarlo con otros más consolidados en las ciencias sociales. 

Y éste:


Si como dice Querol la división de tareas hace a las sociedades machistas, para cuándo la igualdad de género en las profesiones de esfuerzo y riesgo, para cuándo igual número de mujeres en la construcción o las minas, para cuándo iguales permisos paterno y materno, para cuándo igual número de maestros y enfermeros que maestras y enfermeras, para cuando igual trato ante los tribunales. 
¿Por qué estas preguntas jamás son contestadas por quienes sitúan como ideal la igualdad de género?


13 marzo, 2015

La izquierda matriarcal

La izquierda europea está en crisis. Y en nuestro país lo está de forma muy acusada. Incapaz de incorporar a su acervo las grandes transformaciones de las últimas décadas no solo ha ido arrinconando sus objetivos históricos: igualdad, ascensor social, internacionalismo, ilustración, igualdad de derechos… sino que en buena medida les ha ido dando la vuelta a casi todos.

Después de 30 años de importantísima presencia en sus gobiernos el balance no es positivo, la desigualdad social es un fenómeno creciente incluso en sociedades con tan grandes logros  como Suecia, el ascensor social está detenido en la planta baja, lo del internacionalismo se ha vuelto nacionalismo en muchas de sus comunidades, los derechos civiles están sufriendo un gravísimo deterioro  en conquistas históricas como la igualdad jurídica o la presunción de inocencia y sus relaciones con la ciencia son cada día son de mayor distanciamiento y desconfianza por abrazar sin recato los postulados culturalistas.

Y aunque la percepción social de estas cosas sea muy difusa, todo lo anterior se ha transformado en un pérdida de liderazgo social y cultural muy acusadas y  en una huída hacia delante que en algunos de sus posicionamientos  la ha llevado a considerar que la democracia española: o no lo es, o lo es de forma muy deficiente, pero que Venezuela es un Estado de Derecho. Y, en general, en subirse a la cresta de todas las olas sociales sean estas las que sean: nacionalismo en Cataluña y País Vasco, cultivo del regionalismo en Andalucía, promoción de  todo tipo de mareas… y, en todas sus formulaciones, adhesión sin límites a los postulados del feminismo de género.

La situación es tan chocante, que en pleno siglo XXI parten de ella las posiciones más intransigentes en relación con la custodia compartida y el apoyo ciego a todo lo que se apellide género, o formulaciones tan ajustadas a los intereses de la burguesía como ese estado libre que propone ICV en Cataluña, lo que le permitiría saltarse los inconvenientes de la salida de la U.E. y el euro al tiempo que garantizaría la renuncia a la solidaridad con el resto de los españoles, un poco lo que de otro modo viene sucediendo con el estatus actual del País Vasco, estatus que jamás ha sido cuestionado por esa izquierda que se llena la boca permanentemente con la palabra solidaridad. 

Pero he decidido titular la entrada: La izquierda matriarcal, porque las mujeres y el neofeminismo constituyen hoy el sujeto con mayor capacidad para condicionar todas las políticas sociales: educación, mercado laboral, cultura en la mayor parte de sus formulaciones y, por supuesto, el mundo de las organizaciones sociales y políticas y que, como he dicho más arriba la izquierda ha decidido abrazar ciegamente y sin valorar todas sus consecuencias.  Presa de esta situación se está mostrando incapaz de promover una reforma educativa, que no solo tenga en cuenta que el fracaso escolar se está concentrando en los hijos de las clases bajas y los varones, sino que ha perdido su capacidad como ascensor social. Y por supuesto esa reforma no consiste en anunciar que si se gobierna se incrementará el presupuesto educativo, porque el fracaso del modelo va mucho más allá de unos recursos insuficientes y un mero incremento bien puede conducir a agrandar las brechas  hoy existentes.

Y de forma más general en el mantenimiento y extensión de las grandes líneas de un estado de bienestar que se está demostrando incapaz de llegar a todos y del que, en gran medida,  quedan excluidos  sectores enteros de la población como los parados o los jóvenes. La izquierda, en el mercado laboral, y de modo diferencial en nuestro país,  se ha demostrado la mejor valedora de los que tienen frente a quienes no tienen, y en lo relativo al estado del bienestar otro tanto de lo mismo. Apoyar lo que diga la gente en muchos casos se traduce  en apoyar a quien ya tiene, a quien es capaz de hacer oír su voz por encima de las demás, a quien goza de resortes para acceder con más facilidad a los medios de comunicación o a quienes gozan de una mayor presencia y ascendencia en las organizaciones  sociales y políticas. Y eso vale tanto para las políticas sociales y de “género” como para las territoriales. 


11 marzo, 2015

¿A quién sirven las ciudades?

Algunas feministas y el divulgador  Eduart Punset,  sostienen que las ciudades no están hechas para las mujeres y me decido a comprobarlo en la mía. Vivo en una de en torno a cien mil habitantes con casco viejo, de donde parto y de las primeras cosas que me encuentro es el ayuntamiento (mayoría de empleo femenino) y el comercio del centro: ópticas, farmacias, tiendas de ropa y moda, joyerías, entidades bancarias, asesorías y oficinas de diverso tipo, delegación de hacienda, correos… todas con mayoría de empleo femenino.

Deambulo un poco más allá y me encuentro la diputación provincial, y la biblioteca pública, guarderías, colegios de primaria e institutos, mucho más allá facultades y por medio infinidad de comercios, más farmacias, consultorios médicos, peluquerías, alimentación, tratamientos de belleza, bares, terrazas, algunos jardines y un parque, los juzgados, etc.  

El ambiente es agradable tanto fuera como dentro de los locales, por las fiestas y en Navidad las calles se iluminan de forma festiva. En la calle niños, hombres y mujeres caminando en diferentes direcciones y con diferentes objetivos.  La mayoría del empleo es femenino y en general el trabajo no implica una vestimenta específica y cada cual puede ir a trabajar como mejor le parece y las condiciones  habitacionales y de confort de los trabajos son en general buenas.

Cojo el coche y me dirijo hacia las afueras. A unos kilómetros me encuentro con un polígono industrial, las calles son de doble dirección y a penas si hay gente por lo que debieran ser aceras. Los locales son naves y lonjas de considerable altura y los productos que se comercializan son de lo más variopinto: pinturas, materiales de construcción y saneamiento, trabajos de edición e imprenta, comercio al por mayor de diferentes productos, ITV, hierro y ferralla, empresas de transporte, de comunicación, venta de leña, algunos hoteles, gasolineras, lugares de comida rápida, etc.

En muchas de las naves los empleados van con funda, guantes y botas de protección y los grandes portalones dejan entrar el frio, ahora que es invierno, como si fuera el exterior. Las calles no se engalanan por las fiestas y poco en Navidad y casi todos se mueven en coche tanto para ir como volver a sus casas o al centro de la ciudad. La mayoría de los empleados, casi diría la abrumadora mayoría, son varones. Las condiciones habitacionales y de confort desde luego son para muchos de ellos, bastante peores que las del comercio y las oficinas del centro, y de hecho la gente no permanece allí más que el tiempo estrictamente necesario por razones laborales.


A la vista de lo cual se puede decir que es posible que las ciudades no estén hechas para las mujeres, pero para los hombres menos ya que una buena parte de ellos con gusto hubieran preferido unos locales de trabajo del tipo de los del centro.  Pero el paseo a través del polígono  también me permite constatar que las condiciones de trabajo de hombres y mujeres, al menos de los hombres con los empleos señalados más arriba, son bien diferentes y no a favor de los varones. Quizá esta variable, generalmente olvidada, convendría tenerla en cuenta  junto al salario para estudiar las condiciones laborales de unas y otros. 


08 marzo, 2015

¿Igualdad? ¿qué, cómo, dónde?

Observémoslo desde el lado de los hombres y preguntémonos por qué la igualdad no se plantea en el derecho de familia, en los permisos materno y paterno, en que la  conciliación de vida laboral y familiar no debe quedar limitada a las mujeres, en el reparto igualitario del patrimonio familiar en caso de separación y sobre todo en la custodia compartida de los hijos.

Sigamos en esa línea y preguntémonos por qué no igualdad en las carreras de letras y por qué no igualdad en la atención y cuidado de los niños sin que constituya un fortín femenino en el que los hombres no tienen cabida, aunque  se les pueda reprochar constantemente su baja aplicación a las tareas domésticas o con los hijos.

Eso sería lo que en buena lógica cabría esperar de quien considera que hombres y mujeres somos perfectamente intercambiables en la política o la economía.  Quienes hablan de que las diferencias entre hombres y mujeres son de raíz cultural, quienes dicen que nos hacemos hombres o mujeres si acaso el color de nuestras primeras ropas es azul o rosa. Si nuestros padres nos recuerdan que somos el niño o la niña de la casa.

Frente a la idea de la tabla rasa que dice que las diferencias entre los seres humanos se producen en fase postnatal, lo que la ciencia establece es que  somos una interacción de biología y cultura, biología que hace distintos a hombres y mujeres desde antes del nacimiento, pero que se manifiesta en el comportamiento desde los primeros momentos de la vida.

Al poco de nacer las niñas se fijan más en los rostros y los niños más en los objetos. También se ha comprobado repetidamente que los niños prefieren unos determinados juegos y juguetes, y las niñas otros diferentes. Incluso que niños y niñas no aprenden de la misma manera ni manifiestan igual interés por las mismas tareas, ni con la misma actitud.

Las diferencias se seguirán observando a lo largo del desarrollo de ambos sexos. Que esto sea así no debiera constituir estigma para ninguno de los dos. La evolución lo ha querido así y seguro que hay ventajas en ello.

Pero sea cual sea el enfoque, lo que no es de recibo es sostener, a conveniencia, que ahora me interesa uno y un poco después el otro. Justificar con uno las listas cremallera y con el otro el diferente trato penal. Decir que el patriarcado es una construcción social fruto del hombre para mantener dominadas a las mujeres, pero luego justificar que estos deben desempeñar  los trabajos de la construcción porque son más fuertes o, más todavía, justificar que no hay discriminación en la obligatoriedad del servicio militar solo para varones.

Imponer los mismos juguetes a niños y niñas, también la misma forma de estar en la escuela, para a continuación calificarlos a ellos de más revoltosos y suspenderlos más por sus actitudes que por sus conocimientos. Y cuando son un poco más mayores pasarles un cuestionario en el que ellos han de responder de la violencia perpetrada y ellas de la violencia sufrida, en un estigma que no les abandonará el resto de la vida. 

Considerar abusiva la presencia de varones en determinados ámbitos o profesiones, pero tolerarla, incluso alentarla, en aquellos otros de mayoría femenina.  Protestar porque son más los ingenieros o los informáticos, pero no porque sean más las sanitarias o las maestras, ya no digamos cuidadoras de guardería o jardín de infancia. Y por supuesto callar que ellos sean más en la construcción, las minas y en general los trabajos de mayor riesgo y esfuerzo.

Protestar por si tuitean más o menos que los varones pero callar que el quiosco tenga rostro femenino, o que en la publicidad los papeles de mujeres y hombres se parezcan lo que una nuez a una naranja, solo se puede calificar como ventajismo. También en la prensa generalista la imagen de la mujer y el hombre claramente se asocian a papeles bien diferentes y no en beneficio  del varón.

Bajo el pretexto de la igualdad, todas las desigualdades tienen cabida. Bajo el pretexto del fin de los roles, se nos dibujan unos nuevos de perfiles tan marcados como los conocidos hasta ahora. Bajo el anuncio de la intención de acabar con los estereotipos, el masculino cada día se parece más a un ser enfermo de egoísmo y ansia de dominio, sin que se sepa cuál es su aporte positivo a la sociedad.

Pero vayamos más al detalle y observemos el perfil que va marcando el empleo femenino: siempre a cobijo, siempre cerca de las personas y de tal modo que le permita mantener su posición como centro de la familia, y como, las ocupaciones de las féminas se extienden a lo largo de una serie de sectores que no solo reúnen esos requisitos sino que comportan un peso social y político de primera magnitud y lo hacen imponiendo en cada uno de ellos su impronta.

El empleo femenino no solo comprende los trabajos administrativos, en los servicios o la distribución comercial, sino que impone su impronta y su número en ocupaciones como la sanitaria, la educación, el derecho  y todo lo relacionado con la dependencia, amén de una fuerte preeminencia en otros lugares destacados de la sociedad de tal modo que su conjunto le confiere un poder político y una influencia sociales enorme.  

¿A nadie sorprende el desplazamiento progresivo y sin retorno de los varones de profesiones como la de enfermero o maestro? ¿A nadie sorprende que uno pueda entrar en una sala de la seguridad social donde hay decenas de personas detrás de un ordenador y ninguna sea varón? ¿A nadie sorprende el monopolio femenino en todo lo relacionado con la dependencia?

No en vano las únicas protestas que concluyeron exitosamente de los últimos años tienen que ver con esos sectores: marea blanca, marea verde. No es por casualidad que algunos partidos quieren llevar esos dos derechos a una Constitución reformada y eso por delante del derecho al alimento o la vivienda. Como no en vano en ambas se ha establecido una protección jurídica reforzada de sus profesionales frente a posibles agresiones.  

Y no en vano las reivindicaciones de dichos sectores constituyen buena parte del programa político de algunos partidos, hasta el punto de merecer más atención que los cinco millones de parados y la enorme cantidad de personas que viven en el límite de la subsistencia. Solo hay que oír la cantidad de veces que se repite la petición de mayores inversiones en educación o sanidad.

Identificar el poder político con quien lo ostenta sea este hombre o mujer solo puede inducir a engaño. ¿A alguien le queda duda que Pedro Sánchez está más preocupado por los problemas de las mujeres que por los de los hombres? ¿Le queda duda de a quien sirvió Zapatero?  ¿A alguien le queda duda de que el PP ante el temor a la pérdida de voto femenino se está volcando presupuestariamente con ellas y ya se estén anunciando plazas por parte de todas las administraciones?

¿A alguien le queda alguna duda de que si las respectivas  secciones  de la Mujer de UGT, CCOO o IU desea hacer un pronunciamiento sobre el tema que sea: brecha salarial, custodia compartida o cualquier otro nadie en el sindicato o la organización se opondrá?  Recientemente así ha sucedido con uno de brecha salarial por parte de UGT y otro para oponerse a la custodia compartida por parte del área de mujer de IU

El contorno del empleo femenino tiene que ver con lo más querido: los niños, la familia, la salud, la educación, la atención a los discapacitados y la tercera edad, las relaciones con la administración y los servicios, los cuidados de salud y belleza, todo lo relacionado con el vestido y la moda y en su conjunto confiere una posición e influencia social y política de primera magnitud más allá de las cuotas, las listas en cremallera o la discriminación positiva.

Paradójicamente y después de tantas vueltas como se le dio al asunto de los roles, la mujer sigue privilegiando su papel como madre y como cuidadora, aunque la sociedad en que hoy vivimos no sea la de cazadores-recolectores y por ello la división de funciones: él la caza y la protección, y ella la casa y los hijos sea necesario verla en una dimensión ampliada y donde el Estado juega un papel de primer orden. En el momento presente parecen claros los lugares en que el hombre no tiene cabida. 


04 marzo, 2015

8 de marzo

Nos acercamos al 8 de marzo y comienzan a prodigarse los análisis que demostrarían la discriminación de la mujer en todos los ámbitos de nuestra sociedad por la persistencia inexpugnable del machismo en todas sus formas. Que si discriminación salarial, que si expulsión e invisibilización de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías, que si infrarrepresentación política y los centros de decisión económicos y financieros y un largo etcétera.

Ni una sola autocrítica, ni un solo balance mínimamente ponderado de un reparto en que el participando dos alguien tiene que salir perjudicado si yo tomo más de la mitad, ni una sola concesión a quienes no comparten la visión de género porque solo pueden estar sugiriendo nuevas formas de dominación, nuevos  micromachismos o neomachismos o cualquier otra cosa que no sea igualdad.

Igualdad, ese término, que a fuerza de vapuleado no se sabe en qué consiste, porque como todos los términos de que soy propietaria puedo usarlos a mi antojo incluso para justamente lo contrario de su significado. Y por supuesto silenciando todo aquello que considero es mío y solo mío. Obviando que todos los derechos sobre la reproducción me pertenecen: “nosotras parimos, nosotras decidimos”, “serás padre si yo quiero y cuando quiera”, y en caso de separación las leyes han de garantizar que tanto la casa como los hijos son míos en primer lugar.

Como habrá que obviar que más del 80% de las decisiones de compra las tomo yo, o que el mercado laboral se caracteriza por una doble dualidad que divide a los trabajadores en fijos y temporales, pero también en empleos masculinos y  femeninos.  Y por supuesto ninguna referencia ni estadística de las personas sin techo, la siniestralidad laboral o el suicidio, tampoco de esperanza de vida y cuidados de la salud y del cuerpo.

Por supuesto todo ello visto desde la óptica de que si las mujeres sufren o lo pasan mal habrá que buscar la explicación en la sociedad, en los otros, mientras que si  quien tiene problemas o lo pasa peor es el varón algo no habrá hecho bien  para encontrarse en esa situación. La mayoría de edad en el varón se presupone, en la mujer habrá que estar a cada caso. El principio de no contradicción no rige para el feminismo.

Y así, la denuncia de que el hombre habría sido el responsable de la condena de la mujer al cuidado de la casa y los hijos, hoy se habría transformado en la negativa a la custodia compartida, en la consideración de que conciliación de vida laboral y familiar sea algo que solo quepa pensar para ellas, en la denuncia del padre ausente mucho más que en la promoción de medidas que eviten ese alejamiento, en la negativa a tomar en consideración un permiso paterno digno de tal nombre,  en la práctica expulsión del varón de los espacios de desarrollo de los infantes y los niños: guarderías, jardines de infancia, escuela primaria…

Pero también en la apropiación de los espacios de cuidado, y así las políticas de dependencia se han desarrollado desde la más absoluta imprevisión  e improvisación, pero con el resultado de que solo generan empleos femeninos (en Finlandia diversas ramas de la formación profesional se ocupan de formar profesionales de ambos sexos) y otro tanto de lo mismo cabría decir de todo lo relacionado con la sanidad. En fin, asistiremos a un despliegue de “estudios” en muchos casos acompañados de vistosidad estadística, gráficos y  referencias en inglés, a veces, para como dijo en su momento un político de renombre solemnizar lo obvio, pero obviando lo sustancial, que no se habla de igualdad sino de empoderamiento femenino.


02 marzo, 2015

¿Pacto de silencio?

Es verdad que vivimos tiempos convulsos y tiempos en los que todo se está cuestionando en el plano político.

¿Todo? 

Todo no. Algunas cuestiones, y no de importancia menor, como la custodia compartida  o las constantes modificaciones del derecho de familia lo hacen en el más estricto de los silencios públicos y, ni debates como el del Estado de la nación son capaces de sacarlos de ese pacto de silencio en el que parecen morar.


Y es que tampoco la prensa se prodiga en temas que, sin embargo, afectan a miles y miles de personas y lo hacen de la forma intensa que lo hacen.  Las feministas en algún momento hablaron de convertir en público lo privado, aunque ahora parecen más interesadas en hacer privado lo que por su naturaleza y afectar a todos debiera ser público.