En el primer post de este año me gustaría abordar la cuestión de si para respetar la igualdad, es necesario que hombres y mujeres seamos idénticos, o bien, si, a pesar de nuestras diferencias, que son muchas y vienen de muy lejos podemos ser iguales, es decir, no estar sometidos a discriminación por razón de sexo, aún manteniendo la feliz diferencia que nos viene caracterizando desde el origen de la especie y aún antes.
Negros y blancos tenemos color de piel diferente y, que yo sepa, a nadie se le ha ocurrido la idea de que para ser iguales en derechos debamos ser de un mismo color. Sin embargo, un buen número de feministas y profeministas parecen empeñadas y empeñados en proponer algo parecido a lo de un solo color, en este caso, un solo género, por cuanto al ser todas las diferencias entre ambos de tipo cultural la búsqueda de la perfecta intercambiabilidad entre ambos sería posible. Más grave me parece todavía quienes en base a no se sabe muy bien qué, han establecido que los hombres si queremos establecer nuestra humanidad lo que tenemos que hacer es tomar como patrón a la mujer, un ser mucho más desarrollado especialmente en el terreno emocional.
La naturaleza nos ha querido diferentes y lo somos en el plano anatómico, morfológico pero también en cuanto a configuración cerebral como ponen de manifiesto las técnicas más avanzadas de estudio en relación con el llamado nuevo mapa del cerebro. Estas diferencias entre los sexos no son sólo de naturaleza genética o biológica, sino que en la medida en que somos seres sociales y culturales, según las diferentes épocas históricas han cristalizado en patrones de conducta diferenciados.
A mi entender, por tanto, la discusión sobre si hombres y mujeres somos diferentes carece de sentido y, quizá, lo que merecería la pena sería establecer la discusión en como deslindar, aunque sólo fuese de forma aproximada, los aspectos de la conducta de hombres y mujeres modificables en un período histórico razonable y cuales responden a una suma de diferencias biológicas y patrones culturales que hunden sus raíces en el origen de la especie y que, por tanto, resulta ilusorio pensar que se van a eliminar en el plazo de una generación o de algunas generaciones.
De ese modo dejaríamos de lado prácticas dirigidas, en la intención, porque en el resultado son imposibles, a limitar o incluso borrar, las diferencias de estrategia que niños y niñas siguen en sus procesos de formación y juego desde el día de su nacimiento. Como la tozuda experiencia demuestra, una y otra vez, pretender que se consigue algo dando a niños y niñas los mismos juguetes, es una de los fracasos más evidentes de este tipo de enfoques. Las niñas terminan dándole mimos al camión y los niños terminan haciendo de la muñeca un soldado.
Otros experimentos, como el de obligar a los niños a hacer pis sentados, sencillamente, me parecen obscenos, y no tiene nombre que, la Consejera de educación de Andalucía pretenda que niños y niñas ocupen exactamente el mismo espacio en el patio del colegio. Aunque lamentablemente, me supongo por bastante tiempo veremos estas y otras cosas de parecido tenor, pues estas prácticas no están en decadencia sino que parecen florecer cada día con mayor variedad.
(De momento lo dejo aquí. Otro día procuraré completar el desarrollo de este tema.)
Muy acertado tu análisis, aunque estos no son buenos momentos para la lírica. La presión mediática, el sentimiento de culpabilidad masculino atizado constantemente por el feminismo oficial, y la pasividad general de la sociedad seguirán produciendo medidas absurdas en harás de una igualdad absolutista entre géneros. Te recomiendo inscribas en la lista de discusión sobre género e igualdad de Ahige http://www.ahige.org/lista.php, en la que está desarrollandose un debate interesante, aunque se guardan el derecho de publicar tus opiniones. Esta, obviamente, muy centrado en la violencia "machista", que genera réditos dialécticos faciles. A mi me han censurado un aportación, pero no se cortan en incluir aquellas de hombres cuyos argumentos son fáciles de rebatir. Saludos.
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