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06 mayo, 2006

De la igualdad a la diferencia

El diario El País de hoy 06/05/2006 publica un artículo de Félix Ovejero que me parece muy oportuno teniendo en cuenta la vocación de este blog. He seleccionado sólo los dos últimos párrafos.

“Ésa era, como digo, la herencia de la izquierda, que todavía encuentra algún eco prolongado en programas que a lo sumo sirven para entretener los cursos de formación de los militantes. Pero de un tiempo a esta parte, las cosas han cambiado. La izquierda ha pasado de la estrategia de la igualdad a la de la diferencia nacida en torno al llamado "debate multicultural". No se le quita el yunque al corredor, sino que se opta por crear un reglamento para corredores con yunque, una carrera aparte. En lugar de combatir las circunstancias que están en origen de los problemas (la desigualdad, una cultura discriminatoria en el caso de muchas "minorías"), se adoptan excepciones a los principios generales de justicia y se aboga por "derechos especiales". Una estrategia discutible que, por lo general, resulta de una debilidad intelectual anonadante. Las medidas excepcionales no pueden estar por encima del escrutinio democrático o de la aplicación de los principios compartidos de justicia. Si se aceptan, ha de ser como consecuencia de la aplicación de la justicia y la democracia. Y a sabiendas de su condición provisional. En ámbitos de representación política, algunas formas de discriminación positiva pueden estar circunstancialmente justificadas, pero sin olvidar que el objetivo es su desaparición por falta de razón de ser. Tomarse la igualdad y la justicia en serio supone ponerles fecha de caducidad. No sea que nos olvidemos de dónde están los problemas. Las medidas excepcionales no modifican las injusticias de origen; a lo sumo, su impacto. Vienen a ser como la aspirina, que no cura, pero alivia. Pero si uno se pasa la vida con aspirinas, no repara en la enfermedad, hasta que se muere.
La estrategia de la diferencia descuida las condiciones materiales. De hecho, sale muy barata. En cierto modo, parece recuperar la visión conservadora de que la igualdad sólo requiere el gasto de la tinta del BOE. Pero hay algo más: la estrategia del trato diferencial corre el riesgo de estigmatizar a quienes pretende ayudar, a que "la diferencia" se perciba como una suerte de incapacidad. Al final podría suceder que, en nombre de las diferencias, consagremos las desigualdades. Si se nos va la mano desandando historia, podemos acabar como en el Antiguo Régimen, cuando una complicada trama de relaciones jurídicas especiales hacía que cada cual se relacionara con el rey según su condición, según donde vivía y su clase social. Precisamente, aquella situación con la que acabaron las revoluciones democráticas en nombre de la igualdad, las que dieron origen a la izquierda.”
Félix Ovejero Lucas es profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona.

05 mayo, 2006

Encuesta sobre acoso IV

Y así llegamos a la encuesta sobre el acoso que a pesar de anunciarse como pionera, a mi entender repite, paso por paso, lo ya comentado anteriormente y así en el segundo párrafo de la Introducción, se nos anuncia ya:

“El acoso sexual puede ser sufrido tanto por hombres como por mujeres. Sin embargo la mujer se convierte en la principal víctima del mismo porque su situación en el mercado laboral es claramente inferior respecto a los hombres, por su inestabilidad en el empleo y su subordinación jerárquica profesional.”

Se nos anuncia como viene siendo la tónica de todos los estudios que de nuevo el hombre no va a ser objeto de estudio. Y esto en base a una argumentación bastante pobre que lo que destaca es que no se trata de la “víctima principal”. Es decir, que antes de realizado el estudio ya se nos avanza algo de cual será el resultado. Pero, aún en el supuesto de que así tuviera que ser no se entiende por qué ese argumento es motivo suficiente para excluirlo del estudio. Es como si para estudiar el fracaso escolar se excluyera a las chicas porque se sabe que no son las que más fracaso tienen. Quien entendería algo así. Si el estudio es para conocer la realidad del acoso sexual en el trabajo en nuestro país, necesariamente debe estudiar la incidencia en hombres y mujeres. No hacerlo así, está revelando un sesgo que no se corrige con el hecho de que el título del mismo hable exclusivamente de las mujeres.

El segundo aspecto del estudio a mi entender completamente criticable es su confección a partir de la amalgama de todas las modalidades de acoso: muy grave, grave y leve, con características y gravedad completamente diferentes y con pesos específicos totalmente distintos y donde el leve, es decir,

- Chistes de contenido sexual sobre la mujer
- Piropos / comentarios sexuales sobre las trabajadoras
- Pedir reiteradamente citas
- Acercamiento excesivo
- Hacer gestos y miradas insinuantes

representa la inmensísima mayoría. Es decir, que la mayoría de ese acoso estaría dentro de la categoría de leve, aún cuando en los medios de comunicación y en los debates que se suscitaron alrededor del tema, lo que realmente se resaltase sería el acoso grave o muy grave. Desde luego una tal composición del índice recuerda a aquel carnicero que pretendía colar como picadillo de mezcla uno con 20 partes de cerdo y 1 de ternera.


La tercera consideración tiene que ver con el propio cuestionario de la encuesta. Visto anteriormente lo que se considera acoso leve, la encuesta considera acoso grave

- Hacer preguntas sobre su vida sexual
- Hacer insinuaciones sexuales
- Pedir abiertamente relaciones sexuales sin presiones
- Presionar después de la ruptura sentimental con un compañero

Hay en esta relación, al menos uno de los ítems, que me choca. No entiendo por qué constituiría acoso grave pedir abiertamente relaciones sexuales sin presiones, al margen de que seguramente la imprecisión de los términos no sea más que una coartada para que cada uno interprete lo que en cada caso desee. Si en realidad se refiere a que entre dos compañeros de trabajo, el uno pueda pedir a la otra, o la otra al uno, relaciones sexuales, sin ningún tipo de presión, me parece como mínimo excesivo que esto pueda ser considerado coma una actitud grave de acoso sexual.

Pero si uno va a la realidad social descubre que, o bien la encuesta está fuera de la sociedad o la sociedad fuera de la encuesta. Recientemente en el programa de Channel nº 4 en uno de los debates de mujeres que se plantea semanalmente, 3 de las 4 mujeres allí presentes, defendían abiertamente que la mujer tenía todo el derecho del mundo a jugar con todas sus armas de seducción en el vida laboral, ya fuera para una entrevista de trabajo o en una reunión del Consejo de Administración. ¿Se debería entender a la luz de al encuesta que lo que allí se proponía era el acoso sexual generalizado?

Pero puestos en esta situación cabe preguntarse quién ha confeccionado el cuestionario, quién establece qué es o no es acoso sexual, en por ejemplo, el caso de los chistes verdes o los piropos. Por cierto que se debe entender por piropo ¿una grosería? ¿algo desagradable o quizá entra ahí también el decirle a una compañera, o a un compañero, qué guapo estás o que bien te sienta eso?. Quizá sobre todas estas cuestiones pueda haber más de una consideración perfectamente válida, pero eso queda ya para el ámbito privado, en el de la opinión pública lo que desde ya ha quedado establecido es que somos un país de acosadores en el que una de cada 10 trabajadoras sufre acoso sexual. De entre los trabajadores ninguno porque lo que no está en los medios, sencillamente no existe.

Finalmente, y teniendo en cuenta que el estudio concluye que en prácticamente la mitad de los casos en los que la empresa conoce lo que ocurre, no hace nada, es posible que se abra un importante frente de conflictividad y confrontación con los empresarios, teniendo en cuenta la responsabilidad que la nueva Ley de Igualdad establece para los mismos y los poderes que la misma concede al Instituto de la Mujer.

Como conclusión más general de todo lo dicho destacar, cómo en todos los casos la representación mental de las situaciones de violencia conducen a establecer una única víctima la mujer y, en consecuencia, un único verdugo el hombre, y todo mediante el simple mecanismo de hacer desaparecer al hombre, sea del propio estudio, sea de la presentación a la opinión pública y, aunque para cada caso la argumentación que se ofrece es diferente, en ninguno tiene la suficiente entidad como para no considerar el sesgo de la encuesta y por tanto la manipulación estadística a la que una tal actitud conduce.

Si lo anterior es grave, no lo es menos que, justamente sea desde un instituto público desde el que se estén realizando estos estudios, y en todos los casos sea una ideología y un círculo reducido de personas quienes establezcan qué está bien y qué está mal, qué constituye acoso y qué constituye violencia, en muchos casos en una evidente exageración de ambos conceptos con el único fin de imponernos a todos una visión del mundo dividido en dos mitades: hombres y mujeres, en las que los primeros, como clase dominante que son y para mantener sus inmensos privilegios, no dudan en utilizar todo un arsenal de medios violentos contra la otra parte, la de las mujeres, caracterizada de este modo como una víctima permanente, siempre y en todos los casos.

Poco importa ya que, en un caso como el de la encuesta comentada, uno legítimamente pueda, a estas alturas, formular toda una serie de reparos pertinentes en relación con la exclusión del hombre como sujeto de análisis y los motivos aducidos para tal cosa, o demostrar de forma abrumadora que proceder de ese modo invalida las conclusiones de la encuesta. Una vez publicados los datos en todos los medios, y una vez que en televisión esa información se acompañó de escenas en las que alguien sin reparo y por debajo de la mesa, pretende colar su pie en medio de las piernas de su compañera, o quien insistentemente trata de retener cogida de la mano a una compañera que hace todo lo posible por zafarse. Combatir ese estado de opinión, que cuenta con el beneplácito oficial sin utilizar unos medios equivalentes, no puede estar más que condenado al fracaso, pues en la opinión pública está ya que 1 de cada 10 mujeres sufre acoso sexual en el trabajo.

Lo que me niego a analizar es la pretensión totalitaria de elevar este porcentaje al 15 % como hace el Instituto de la Mujer, en base a un pretendido acoso técnico, que no tiene en cuenta la opinión de las encuestadas. Es el problema que tienen estas cosas, se comienza excluyendo al hombre y se acaba considerando que lo correcto es corregir la propia opinión de las mujeres encuestadas. A dónde habrá que llegar para que desde los poderes públicos se deje de apoyar tanta manipulación.

Encuesta sobre acoso III

Pues bien esta dificultad teórica de sostener con argumentos sólidos el motivo de dominio como causa exclusiva de la violencia entre el hombre y la mujer en las relaciones de pareja, se soslaya con una gran facilidad en el terreno de la práctica gracias al monopolio que viene ejerciendo el feminismo institucional en relación con este tipo de estudios y gracias al importante apoyo y ayuda recibidos de los Gobiernos europeos a través de los Institutos de la mujer y organismos equivalentes, que no sólo manejan importantes recursos sino que mantienen una relación privilegiada con los medios de comunicación, quienes finalmente jugarán un papel decisivo en la difusión de estas encuestas y en la perspectiva de género.

Este mecanismo pasa por crear un determinado estado de opinión que sigue los siguientes pasos. En relación por ejemplo con la violencia en el ámbito de la familia, se realiza un estudio en el que se excluye al varón como posible sujeto pasivo de la misma y en base a una encuesta telefónica realizada sólo a mujeres, con un cuestionario en el que violencia física y presión psicológica van de la mano se confecciona un índice que se vende a la opinión pública bajo un titular que los medios de comunicación repetirán y aumentarán a su gusto, índice según el cual 1 de cada 4, 5, 10 mujeres sufre maltrato en el ámbito doméstico. Y poco importa que tal índice haya sido confeccionado en base a un cuestionario que aplicado al hombre hubiera dado unos resultados no muy diferentes, o que amalgame violencia física y presión sicológica, pues el objetivo no es tanto el conocimiento de una realidad sociológica como un titular de prensa impactante.
Que además el ciudadano medio entienda por maltrato, violencia física, y en el índice la componente de presión sicológica sea amplísimamente mayoritaria importa poco, ya que es justamente lo que se pretende, jugar con la imprecisión de los términos para agrandar el impacto de la noticia.

A propósito de la encuesta para medir este tipo de violencia en Francia en el año 2000 Marcela Iacub y Hervé le Bras nos ponen en antecedentes cuando dicen que: “La lectura atenta de la encuesta despeja sin embargo rápidamente las dudas. Como vamos a demostrar, obtiene los resultados por una definición preestablecida de aquello que se pretende medir, jugando con la imprecisión de las palabras para engordar los malos. Los efectos de sugestión de la respuesta por la pregunta plantean dos problemas: ¿Cómo un tal trabajo ha podido ser encargado por una institución del Estado? ¿Cómo comprender que haya sido recibida con tan poco nivel de crítica? La verdad estriba en que la encuesta no pretendía tanto descubrir como revelar y que, al mismo tiempo que venía a confirmar un sentimiento confuso, se inscribía en un discurso de legitimación de un proyecto político característico de una nueva tendencia del feminismo, que ha adquirido visibilidad en el momento de votar sobre la ley de la paridad: ante la persistencia de las desigualdades entre los hombres y las mujeres, la encuesta orienta hacia una respuesta sin ambigüedad: la inferioridad social de las mujeres está sostenida por una organización de la violencia, ejercida por los hombres bajo las formas más diversas, de la que el efecto único sino el objetivo es dominar al otro sexo; entonces no se remediará esta situación más que revelando la violencia, escondida por las víctimas y ahogada por los verdugos, y puniendo a los responsables.”


Esta estrategia inaugurada por el feminismo radical americano en los años 80, actualmente es seguida en todos los países de la vieja Europa, siguiendo un mismo patrón en contenido y metodología.

Una estrategia igual de manipuladora se sigue con las estadísticas sobre diferencias salariales. Recientemente, más exactamente, el día que el Consejo de Ministros iba a aprobar el anteproyecto de Ley de Igualdad, el diario El País publicaba en portada el siguiente titular, " Los hombres cobran de media un 40% más que las mujeres en España". En los medios se comunicación rápidamente se corrió a preguntar a empresarios y políticos qué podía justificar tamaña desigualdad, pero la respuesta era siempre la misma, yo pago lo mismo a mis trabajadores que a mis trabajadoras, en mi entorno eso no sucede, hasta el propio ministro Caldera tuvo que salir a la palestra pública para reconocer que por el mismo trabajo hombres y mujeres cobraban lo mismo.

Cualquiera puede buscar entre las algo más de 8.350.000 trabajadoras algo que justifique tamaño dislate que no lo encontrará, pero en el subconsciente colectivo está que, en nuestro país existe discriminación salarial hacia las mujeres, aún cuando no sepa explicar muy bien el origen de tal opinión, y, en su entorno, familiar y laboral eso no se produzca. Llama la atención además que ningún estadístico o político haya exigido rectificar una información de ese tipo, de tal modo que tratándose de una información que sólo induce confusión y desinformación nadie se ha sentido obligado a rectificar ni tampoco han sido relevantes las voces que han exigido ese mínimo derecho democrático, de tal forma que el poso equivocado que queda en la opinión pública será aprovechado para en sucesivas oleadas demoscópicas fundamentar cada vez de forma más surrealista la investigación sociológica. La conclusión del estudio del INE, que por cierto correspondía a trabajo publicado en 2004, era sin embargo bien diferente: El salario promedio anual femenino representa, el 71,1% del masculino, aunque esa diferencia debe matizarse en función de otras variables laborales como: tipo de contrato, de jornada, ocupación, antigüedad, etc. Variables que inciden de forma importante en el salario.

También en diciembre de 2005 se publicó en prácticamente todos los periódicos del país, una encuesta cuyo titular era en todos los casos “El 80% de las chicas cree que las quieren aunque las maltraten” pero si uno se adentraba en las conclusiones del estudio descubría que eso mismo era lo que le sucedía también al 75 % de los chicos. Por qué no aparecía nunca el dato referido a los chicos o por qué el titular había sido el que fue, y no el que podía haber sido, por ejemplo, “El 80 % de las chicas y el 75% de los chicos creen que los quieren aunque los maltraten” visto en la perspectiva que aquí estamos desarrollando no precisa a mi entender mayores comentarios.

Encuesta sobre acoso II

Supone además que la violencia es un continuo que va de la presión psicológica a la violencia física, y que no cabe hacer diferenciación entre ambas. Podemos preguntarnos, sin embargo qué sucede cuando en la realidad social las cosas suceden a la inversa, mujer-verdugo, hombre-víctima. La respuesta que nos ofrece este feminismo es siempre, la “agresividad” de la mujer es una violencia de resistencia, una contraviolencia frente a la violencia del hombre, constituye por tanto una forma de legítima defensa.
De ahí que no quepa computar como tal violencia, más que la que cumple la susodicha condición, el hombre el verdugo, la mujer la víctima. Esto es lo que sucede por ejemplo en nuestra Ley contra la violencia de género, de tal modo que todos podremos conocer la cifra de mujeres muertas a manos de sus parejas o ex -parejas, lo que es mucho más difícil será conocer el número varones muertos por la misma razón, ya que sencillamente es una estadística que no se ofrece o se camufla, porque no se trata de violencia de género. Esta violencia, la violencia del hombre sobre la mujer, se nos dice sería de una naturaleza distinta a las otras violencias en el seno de la familia, incluso distinta a la que se produce en las parejas homosexuales.
Toda la complejidad de las relaciones interpersonales en el ámbito de la pareja, quedan reducidas a una única variable, el deseo de dominio del hombre sobre la mujer. Se nos dice además que esta violencia nada tiene que ver con la producida en el seno de las parejas homosexuales, a pesar de la evidencia de que los celos, los roces diarios de la convivencia, etc. son los mismos en un caso que en el otro. Lo cierto es que jamás se nos aclara esta cuestión, más allá de las consideraciones de tipo ideológico del feminismo de género actual, que en este asunto bebe directamente del feminismo radical americano del que habla la cita de E. Badinter.
Sí conocemos sin embargo pronunciamientos, que cuestionan la validez de este postulado ideológico, alguno de ellos, lo encontramos por ejemplo en el volumen colectivo “El laberinto de la violencia” promovido por el Centro Reina Sofía y coordinado por José Sanmartín, creo que nada sospechoso de mantener una actitud poco comprensiva hacia la causa de las mujeres.
Así por ejemplo en el capítulo 2. Factores sociales, apartado 2.2. Sexo, a cargo de Richard J. Gelles y Mary M. Canavaugh, se dice:
“A excepción de los casos de agresión sexual, de violencia en el seno de la pareja, y de otras formas de violencia intrafamiliar, los varones tienen, por lo general, una mayor probabilidad que las mujeres de ser víctimas de crímenes violentos –61 de cada 1.000 hombres por 42’6 de cada 1.000 mujeres (National Research Council, 1993)-. Esta clara diferencia se tiende a atribuir a las hormonas o a la genética (por ejemplo, la hipótesis rechazada hoy en día, que hace referencia al cromosoma Y extra).”
“Aunque existan pruebas que dan cuenta de la relación entre el sexo y la violencia atendiendo a las diferencias hormonales y biológicas, también disponemos de pruebas convincentes que indican que la violencia es el resultado de determinados acontecimientos y estructuras del entorno. Uno de los argumentos de peso que apoyan esta plausible explicación es que, mientras los actos de violencia contra desconocidos o en lugares públicos son perpetrados por varones en la mayoría de los casos, en la violencia familiar no se da tal diferencia. De hecho, existen datos que indican que los varones y las mujeres podrían ejercer la violencia en el entorno íntimo en proporciones muy similares (Gelles y Strauss, 1988). Así, la diferencia sexual en la violencia es en parte situacional, y no se puede explicar únicamente atendiendo a cuestiones de naturaleza hormonal, instintiva o a cualquier otro tipo de razonamiento fundamentado en factores individuales.”
Y en el apartado 3.4 se dice a propósito de la teoría feminista:
“........Esta teoría emplea unas lentes de género a través de las cuales contempla a la mujer como el objeto de control y dominio por parte de un sistema social patriarcal y opresivo (Gelles, 1993). La fuerza del modelo feminista reside en su capacidad para estimular un movimiento de bases, dando lugar a grandes transformaciones sociales, legales y políticas. Las limitaciones surgieron, sin embargo, cuando se centraron en le patriarcado como única explicación del maltrato a la esposa. La violencia en las relaciones de pareja es un fenómeno complejo, con múltiples facetas, y no puede por tanto explicarse a través de una única variable. Los factores intrapersonales, interpersonales y sociales que conducen a la violencia necesitan de un enfoque que atiende a múltiples variables y que busque y encuentre soluciones a este complejo problema social. La teoría feminista no proporciona por sí sola la profundidad necesaria en el análisis del comportamiento violento y las consecuencias que de él se derivan. Sólo si se emplea un marco sociológica que incorpore los factores sociales y psicológicos se podrá obtener una comprensión más clara de la naturaleza de la violencia familiar en particular, y de la violencia en general.”

Encuesta sobre acoso I

En este análisis sobre la encuesta: El acoso sexual a las mujeres en el ámbito laboral, presentada recientemente por la secretaria de Políticas de Igualdad, Soledad Murillo, y cuyos resultados fueron recogidos ampliamente por todos los medios de comunicación, me gustaría antes de ninguna otra cosa abordar dos cuestiones previas.
Una: el motivo que explica la cascada de legislación “de género” que nos está brindando el Gobierno socialista y, dos: el significado preciso que cabe atribuir al concepto de género en la concepción dominante del feminismo actual, conocido también por algunas autoras como feminismo institucional, por la proximidad que mantiene al poder de quien recibe su financiación y apoyo. Otros autores identifican a este feminismo como fundamentalista o radical.
Buena parte de la legislación puesta en marcha por el Gobierno socialista desde su llegada al poder se debe al compromiso alcanzado por el PSOE, cuando estaba en la oposición, con determinadas asociaciones de mujeres y al apoyo que éstas prestaron al mismo en las pasadas elecciones. Pero en buena medida se debe también a la necesaria trasposición a la legislación nacional de directivas de la Unión europea. En ese sentido por ejemplo, Elisabeth Badinter en su libro Fausse Route nos recuerda que:
“El 17 de abril de 2002, la señora Anna Diamantopoulou, comisaria encargada del empleo y de los asuntos sociales, anunciaba que el Parlamento Europeo acababa de adoptar una ley contra el acoso sexual definida así: “Un comportamiento no deseado, verbal, no verbal o físico, de índole sexual con el propósito o el efecto de atentar contra la dignidad de la persona y de crear un entorno intimidatorio, hostil, degradante, humillante u ofensivo.” No solo el acosador puede ser un colega o subordinado, sino que los términos son tan imprecisos y tan subjetivos que todo y no importa que puede ser calificado de acoso. Esta definición incluso no menciona ya, como lo hace la ley francesa actual, la noción de “artimañas repetidas”. Es la puerta abierta al visual harassment (mirada muy insistente) y otras sandeces. ¿Dónde queda entonces la frontera entre lo objetivo y lo subjetivo, lo real y lo imaginario? Sin hablar de lo que separa la violencia y la intención sexual. A título indiscutible de violencia, la señora Diamantopoulou citaba la colocación de fotos pornográficas en una pared, anunciando de esta forma que ese será el próximo objetivo. Nadie duda que estamos asistiendo a una deriva a la americana. No está lejano el momento en que, como en Princeton, será considerado acoso sexual “toda atención sexual no deseada que engendre un sentimiento de malestar o cause problemas en el escuela, el trabajo o en las relaciones sociales”.
Legislación que está en la raíz de la Ley de Igualdad en trámite de aprobación en las Cortes Generales, y muy relacionada con la encuesta que finalmente quiero que constituya el objetivo principal de este análisis.
La otra cuestión que me interesa clarificar desde le primer momento es, la significación del concepto de género en todo este asunto. Para ello, echaré mano de nuevo de una cita de la autora más arriba citada y lo completaré con algunas consideraciones propias. Dice Elisabeth Badinter: “Desde hace treinta años, el feminismo radical americano ha tejido pacientemente la red de un continuo del crimen sexual que quiere demostrar el largo martirologio femenino. En el espacio de algunos años aparecieron tres libros salidos de esta corriente que impusieron el tema de la opresión sexual de las mujeres. El primero trataba de la violación, el segundo del acoso sexual y el tercero de la pornografía. Obteniendo sus autoras Susan Brownmiller, Catharine MacKinnon y Andrea Dworkin, una considerable celebridad. A continuación, Dworkin y MacKinnon trabajaron juntas, puesto que estaban de acuerdo sobre lo esencial: las mujeres son una clase oprimida, y la sexualidad es la raíz misma de esta opresión. La dominación masculina reposa en el poder de los hombres para tratar a las mujeres como objetos sexuales. Este poder que se hace remontar al origen de la especie habría sido inaugurado por la violación. Sobretodo, a sus ojos, la violación, el acoso sexual, la pornografía y las vías de hecho (golpes y heridas) forman un conjunto que revela la misma violencia contra las mujeres. Sin olvidar la prostitución, el strip-tease y todo lo que tiene relación de cerca o de lejos con la sexualidad. El veredicto es sin apelación: es necesario obligar a los hombres a cambiar su sexualidad. Y para conseguir esto: modificar las leyes y sentarlos en los tribunales.”
Ambas cuestiones nos dan la perspectiva para situar convenientemente dicha encuesta, su fundamentación ideológica y política y su finalidad, que no es otra que afianzar la perspectiva de género en todos los estudios relacionados con el binomio hombre-mujer, cuyo contenido podemos resumir diciendo que, la sociedad patriarcal se sostiene en base a la violencia que el hombre ejerce sobre la mujer para mantenerla como un ser dominado. La violencia está sexuada, la violencia es del hombre. En esta concepción del feminismo no puede haber más que una víctima y un verdugo, la mujer víctima el hombre verdugo. El hombre ejerce violencia con ánimo de dominación, la “agresividad” de la mujer no tiene más fin que el defenderse.