Lo que
con más frecuencia experimentamos quienes estamos atentos a lo que sucede con
la custodia compartida, la ley contra la violencia de género, o si debe haber
más o menos rectoras en la universidad, pero los trabajadores de la
construcción está bien que sean todos varones, o no se hable de brecha de
género cuando se relata que el balance
de militares muertos en misiones internacionales para el período 1987-2008 ha sido de 163 varones por 2 mujeres (Wikipedia,
citado en Igualdad racional), es un
cierto estado de impotencia.
Sentimos
que se nos está traicionando ya que lo que por el lado de las declaraciones se
nos vende como: igualdad, equidad, no discriminación, por el lado de los hechos
en nada se parece a eso. Quienes claman por el derecho de autor en cada uno de
sus pasos, quienes niegan con ferocidad inusitada la custodia compartida,
quienes despotrican un día sí y otro también contra los hombres son, sin
embargo, quienes no dudan en calificar de machista cualquier gesto, declaración
o actitud, venga o no cuento su uso. Son además quienes proclaman su victimismo
desde importantísimas instancias de un poder no compartido y del que gozan en
exclusiva.
Luego
de un tiempo uno acaba por darse cuenta de que las categorías mentales y
conceptuales en que se ha estado moviendo son todas de la factura justamente de
quienes obtienen provecho con ellas. Y no me refiero ya exclusivamente al
género, o a lo que signifique machista, o qué demonios querrá decir igualdad en
manos de quien la violenta todos los días, sino también a que la propia
historia que nos cuentan guarda escaso parecido con los hechos que pretende
relatar. La idea de feminismo es una de
ellas. En un tiempo de derribo de todos los grandes relatos el único que ha sobrevivido es
el relato feminista. Y quienes hoy pretenden apropiarse de la idea resulta que
no solo han dado un gran portazo en las narices a todas las feministas
históricas, también han traicionado gravemente su legado.
Es por
eso hace falta hacer relectura de la historia de los últimos siglos por la
igualdad, de lo que ésta signifique y si
puede ser calificada de tal una sociedad que niega la custodia compartida,
interpreta que los trabajos manuales, los duros y los de riesgo corresponden al
varón lo mismo que las tareas de defensa y protección, castiga de modo
radicalmente diferente los comportamientos de hombre y mujer en las relaciones
de pareja y para con los hijos, y consideraba que no era anticonstitucional una
norma que obligaba al servicio militar
obligatorio solo a los varones, por citar solo algunos ejemplos, pero en otros
momentos exige una intercambiabilidad absoluta de los sexos.
Tenemos
que recuperar la historia de los dos últimos siglos para saber qué ha pasado a
este respecto, como precisamos saber dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos,
tenemos que decir además muy claramente que no se puede excluir al hombre como
agente activo de todas estas tareas y utilizarlo exclusivamente como saco de
boxeo contra el que golpear. No debe valer el anatema neofeminista que lo
excluye porque se trata de la “clase dominante”, los “malos” o los
“verdugos” en una actitud de juez y
parte que como siempre ha sucedido nunca fue garantía ni de justicia ni de
equidad.
Hemos de saber con claridad qué está suponiendo para ambos sexos la legislación de
género, tenemos que conocer por qué fracasan los alumnos varones o por qué es
necesaria la paridad en la política o los consejos de administración de las
empresas, pero no hay problema en que las alumnas en medicina o magisterio
deban ser el 80 %. Debemos saber qué está pasando en los medios de comunicación
y cómo es posible que el lobby neofeminista tenga derecho de veto en la publicidad y la
información. Deberíamos saber por qué la publicidad vejatoria con el varón no
es calificada como sexista y si ha merecido la pena el viaje que nos retrotrae a
la televisión de salsa rosa y fútbol de los viejos tiempos.
Debemos
saber si es suficiente que las neofeministas declaren las ideas de: “…
igualdad, justicia, derechos, libertad, autonomía, etc., son retratos más o
menos sublimados de un modo de ser machista…” (Enciclopedia Oxford de filosofía,
entrada: feminista, ética) y si una posición así para lo que mejor esté sirviendo no será
para declarar que, cualquier cosa que se haga o se diga dependerá del sexo, o la
intención, de su autor y no de su mayor
o menor aproximación a algún tipo de verdad o ética compartidas. Debemos aclarar si lo que en realidad se nos está
diciendo es que el neofeminismo tiene barra libre porque la medida de la
justicia de sus propuestas está en su demostrada capacidad para imponerlas.