La discusión sobre las políticas de igualdad nos está planteando, al menos a los varones, unos retos ante los que seguramente no estemos siendo capaces de utilizar los instrumentos adecuados, porque seguramente haya que inventarlos. Si algo positivo está aportando el feminismo es que nos está situando frente a la constatación de que nuestras miradas son diferentes y que cuando cada uno juzga desde sus parámetros lo más probable es que se equivoque aunque no le sea sencillo saber dónde ni por qué. Bien es verdad para decirlo todo que el esfuerzo del feminismo se queda en la pretensión de que, sin embargo la mirada “buena” es la suya.
Leía recientemente la queja de un varón en cuanto a no que no era capaz de saber lo que era el feminismo porque en cada ocasión se encontraba con una forma de razonar diferente y donde era muy fácil encontrar incoherencia y contradicción. Pero, ¿es claro que todos y todas valoramos por igual coherencia y no contradicción? En mi opinión no. Vivimos en un mundo en el que la razón y la objetividad han sido arrumbadas al baúl de los trastos viejos, donde lo emocional y lo subjetivo se han convertido en los elementos clave de cualquier producto intelectual y donde la “educación emocional” ocupa el lugar de la reina en todo lo que tenga que ver con la inteligencia.
Y otro tanto se puede decir de la empatía ese sentimiento que nos puede llenar ante la observación del caso que conocemos, de la cara que se nos presenta, pero nos impida saber qué pasa más allá de ese caso concreto, qué hay de los miles de casos de sufrimiento con los que no podemos empatizar porque sencillamente se nos ocultan o se nos niegan. Los medios nos conmueven cada día con casos singulares de sufrimiento y es ante ellos que se despierta nuestra empatía, lo que nos falta es la visión del bosque donde no es uno sino miles quienes están sufriendo e interesaría saber qué hacer no para resolver un caso sino la posibilidad de encontrar salida para los que afectan a miles antes que los singulares. Pero para eso necesitamos la razón, necesitamos las matemáticas, necesitamos saber mirar más allá de lo singular y descubrir el bosque. Nada sin embargo nos ayuda en esta tarea. Vivimos en un mundo donde la escuela promueve el anumerismo.
Ante nuestros ojos, casi cada día, asistimos al derrumbe del Estado de derecho por parte de un neofeminismo voraz, pero nadie parece querer verlo, mucho menos actuar ante él. Negación de la presunción de inocencia, cuestionamiento del habeas corpus por los tribunales de violencia de género, imposibilidad de regulación de la custodia compartida, imposibilidad de aplicación allí donde ya ha sido aprobada como sucede en Aragón, leyes a la medida de determinados colectivos femeninos y un largo etcétera que está consiguiendo la consideración de meras anécdotas para algunos sonados casos singulares de aplicación del derecho. Y ahora y en esta pendiente que parece no tener fin algunas pretenden que ante una denuncia de violación el único papel de la Justicia consista en meter en la cárcel al o a los denunciados. Basta con leer algunos párrafos de esta entrada para saber a qué me refiero: http://ventepakamchatka.wordpress.com/2014/08/20/espacios-seguros-y-una-mierda/
En cuanto a la empatía habría que preguntarse si se trata de un viaje solo de ida o debiera implicar también el de vuelta. No parece que el neofeminismo esté siendo capaz de mostrar la más mínima con el género masculino. Pero entraríamos en el rosario de incoherencias y contradicciones que señalaba al principio y que más que la excepción parece la regla de una ideología que al tiempo que nos dice que lo que nos hace hombres o mujeres es la cultura, promueve leyes y normas de todo tipo según el cromosoma y que ha decidido de antemano quienes son las buenas y los malos de la película.