Algunas veces sucede que lo más difícil de ver lo tenemos al lado, y en los temas de género sucede esto con bastante frecuencia. El ministro de educación presentó ayer un documento con 100 medidas para un pacto educativo, en el que a pesar de su elevado número nada se dice de la brecha de género en la educación, como tampoco se hace referencia a la perspectiva de unos claustros más equilibrados en su composición por sexos, particularmente en la educación primaria.
Pretender otros detalles como el cambio de “filosofía” en la educación o la modificación de los currículos aligerándolos de materias para darles un mayor peso específico a las instrumentales de tal modo que se incida sobre los problemas más graves de nuestro sistema, entre ellos el fracaso y abandono escolar, dificultades en lectura comprensiva y matemáticas o ausencia de excelencia, aún cuando son citados, no parece que puedan ser abordados con una reforma cuya medida estrella será que cuarto de la ESO pasará a tener dos perfiles, uno para los alumnos que vayan a hacer la FP y otro para los de Bachillerato.
El corsé a la educación en nuestro país se le pone cuando se pretende contentar a todos: sindicatos, asociaciones de padres de alumnos, comunidades autónomas y partidos políticos y todo ello dentro de la general aquiescencia con los postulados del feminismo institucional. En esas condiciones promover un cambio es poco menos que imposible y finalmente termina sucediendo lo que con esta reforma, que se hace al margen de quienes fundamentalmente la tienen que protagonizar: el profesorado -y éste a tenor de lo leído en los comentarios a la noticia no parecen entusiasmados con lo que se les está proponiendo-, y termina quedándose en algo mini por muy macro que sea el documento en que quede recogida.
Pero para que se vea la fragilidad en que nos movemos y hasta qué punto la educación es vicaria de luchas ideológicas que poco tienen que ver con todo lo que hablamos más arriba baste decir que ayer mismo la revista Magisnet recogía esta información sin que a estas alturas tenga muy claro cómo es posible que por una lado el ministro se reúna con los consejeros de las comunidades para analizar un texto con 100 medidas y por otro lado otros estén decidiendo los contenidos y por quién ha de ser impartida la educación sexual a nuestros alumnos, sin que tampoco me sea dado decir si no se estará abriendo otro frente tipo educación para la ciudadanía, aunque lo sucedido recientemente en Extremadura con uno de esos cursos no invite justamente al optimismo.