Dice Soledad Puértolas: “No es que nos discriminen, es que las mujeres parecemos invisibles”, y mi acuerdo con ella no puede ser más que parcial ya que, si es verdad que este Gobierno es quizá el más invisible de la democracia, esa invisibilidad no se reparte equitativamente y corresponde en buena medida a cierto ministerios ocupados por féminas. Pero también es verdad que de algunas otras mujeres sabemos mucho más de lo que desearíamos y no podemos evitar tropezarnos con ellas por todas partes, pero sin que ni en un caso ni en el otro podamos hacer nada para remediarlo. Incluso dentro del propio Gobierno no podemos decir, por ejemplo, que Bibiana Aído contribuya a esa invisibilidad, más bien al contrario, en algún momento pareció que la principal protagonista del encuentro de Mujeres africanas que tanto eco tuvo en los medios fuera ella.
En cualquier caso quienes más invisible resultan son esos cuatro millones de parados, o el millón largo de trabajadores de la construcción, o tantos y tantos de quienes nada sabemos porque nada se dice, ni ahora ni en ningún otro momento.
Tres sucesos violentos con resultado de muerte tuvieron como protagonistas a tres mujeres. En un caso, una mujer habría matado a su marido y la información que se dio hablaba de que había sido ingresada en un centro para realizarle un examen psiquiátrico. En otro caso, éste en Méjico, una madre aparecía como principal sospechosa de la muerte de su hija, pero los medios insistían en que los sospechosos eran los padres, y finalmente, el suceso de Seseña donde, después de la alarma inicial y los evidentes signos de violencia de un primer momento, todo comenzó a amortiguarse desde que se supo que la principal sospechosa era otra niña, pasando como digo de esa alarma inicial a la posibilidad de un accidente. Y no digo yo que eso esté mal, lo que tengo es la impresión de que nada hubiera sido igual si el sospechoso fuese un varón. ¿Actúan la justicia y los medios con el mismo criterio cuando el sospechoso de un suceso de este tipo no es eso, sospechoso, sino sospechosa?
¿El género lo contamina todo y está consiguiendo imponer su maniquea visión del mundo dividido en dos, ellos verdugos y ellas víctimas, y todo lo que se salga de este guión no puede ser porque además es imposible? ¿Quién fija el criterio con el que se ofrecen estas informaciones? ¿Cuál debe ser la actitud de los periodistas ante casos como estos?
He visto con mi hijo dos de los capítulos de El Mentalista emitidos anteayer 4 de abril en la Sexta y me ha parecido digno de estudio el reparto de papeles entre ellas y ellos, pues tengo la sensación de que hay algunas constantes que se repiten en todas las nuevas series americanas, al menos las emitidas en la Sexta y Cuatro. En relación con la idea de verdugo y víctima tengo la sensación de que no se plantea ninguna duda. Si se trata de un crimen buscaremos un varón. Por ejemplo, en el primer capítulo se buscaba a un criminal que finalmente resultó ser un muchacho, pero por medio y casi como una derivada más del asunto se descubrió una situación de estupro ejercida paro un varón sobre una niña.
En el segundo capítulo y un poco en la línea del anterior resultaba extraordinariamente fácil considerar sospechoso a cualquier varón que por la serie apareciese incluido el padre y el hermano de las víctimas. Y más sorprendente todavía la facilidad con la que el mentalista pasaba de una sagacidad sin límites para desvelar tramas y descubrir a los autores de los crímenes a un comportamiento totalmente irresponsable capaz de saltarse cualquier norma, incluidos los derechos constitucionales, con tal de conseguir su objetivo, circunstancia ésta que se repitió en ambos capítulos y que en el segundo sirvió de pretexto para que su compañera Lisbon le echase un tremendo rapapolvo. Ya digo, el contraste era fuerte entre un hombre capaz de desnudar el alma de cualquier sospechoso y descubrir las más intrincadas tramas y el personaje a quien su compañera, que en ese momento parece más su jefa que otra cosa, le echa un rapapolvo por un comportamiento más propio de un adolescente irresponsable, que de alguien con las dotes extraordinarias que él posee. No pude evitar acordarme de House y Cuddy.
P.D.
Erlich