Del
mismo modo que nuestra crisis económica no es totalmente asimilable a la de
otros países, que sí sufren la crisis financiera internacional pero mantienen tasas de paro de menos de dos dígitos y, en muchos
casos, tasas semejante a las que tenían antes de estallar ésta, en el plano
político sucede algo parecido y el desprestigio de la clase política española no se ciñe al desgaste propio de la crisis
sino que va mucho más allá y abarca a todos: izquierda, derecha y centro,
nacionalistas y no nacionalistas, y lo hace porque gran número de ciudadanos no
se sienten representados en un Parlamento que hace muchos años ha decidido
desvincularse de las preocupaciones e intereses de la gente para declararse
sujeto con vida propia al margen de la ciudadanía.
Y que
los “teóricos” del sistema no arguyan que se trata de los jóvenes del 15M,
porque más allá de la imagen distorsionada que del mismo se pretende, muchas otras
personas, algunas intelectuales de muy reconocido prestigio o bitácoras de muy
amplia aceptación como Nada es gratis o
Deseducativos vienen señalando la sordera del sistema para un diagnóstico
certero de nuestros males: sean estos los de la economía, o los de la educación,
sordera e incapacidad de la que participarían los dos grandes partidos y quizá
el espectro parlamentario entero.
Sordera que abarca otras cuestiones como la custodia compartida o un nuevo régimen de separación
y divorcio, reivindicaciones éstas que,
no por condenadas al ostracismo, dejan de preocupar ¡y de qué manera! a tantos ciudadanos.
Por eso, cuando uno lee artículos como el de Daniel
Innerarity: Los sueños y las urnas, uno no puede por
menos que sentir una cierta frustración, porque tiene la sensación de que se ha
confundido la política con la aceptación de un sistema en el que dos partidos
vienen alternándose en el poder como lo hacían en el sistema de turnos de la
Restauración, pero también porque se decide ignorar gravísimos problemas de
nuestro sociedad algunos de los cuales he pretendido señalar más arriba. Por ir
al grano en una sola de las cuestiones, la que tiene que ver con el
funcionamiento del feminismo en nuestro país y las nociones de igualdad y no
discriminación puestas en práctica por el mismo, sometámosla al criterio del
autor, por ejemplo, cuando dice:
“En una sociedad
democrática, la política no puede ser un medio para conseguir plenamente unos
objetivos diseñados al margen de las circunstancias reales, fuera de la lógica
institucional o sin tener en cuenta a los demás, entre ellos a quienes no los
comparten. Cualquier sueño político solo es realizable en colaboración con
otros que también quieren participar en su definición. Los pactos y las
alianzas ponen de manifiesto que necesitamos de otros, que el poder es siempre una
realidad compartida. La convivencia democrática proporciona muchas
posibilidades, pero impone también no pocas limitaciones. De entrada, los
límites que proceden del hecho de reconocer otros poderes de grupos o intereses
sociales con tanto derecho como uno para disputar la partida.”
O éste otro:
“Por eso la acción
política implica siempre transigir. Quien aborda cualquier problema como una
cuestión de principio, quien habla continuamente el lenguaje de los principios,
de lo irrenunciable y del combate se condena a la frustración o al
autoritarismo. La política fracasa cuando los grupos rivales preconizan
objetivos que según ellos no admiten concesiones y se consideran totalmente
incompatibles y contradictorios. Todos los fanáticos creen que sus oponentes están
fuera del alcance de la persuasión política. Nadie que no sea capaz de entender
la plausibilidad de los argumentos de la otra parte podrá pensar, y menos
actuar, políticamente.”
Porque vaya si la
política ha servido para que el neofeminismo haya conseguido, contra todos, sus objetivos: sean estos la ley contra la violencia de género con su asimetría
de trato a hombres y mujeres, o un régimen de separaciones matrimoniales en las
que no sólo se niega la custodia compartida, también se impide un reparto equitativo
del patrimonio familiar, pero más allá de esas grandes leyes, en la práctica no
existe ley o decreto, de al menos los últimos 10 años, que no recoja alguna
disposición de su cosecha: se trate de la etapa 0-3 en la educación, la determinación de cuando es discriminatorio
el trato en las primas de seguros, o las
prioridades en la sanidad pública…
Pero también y en lo que
se refiere al reconocimiento del otro, sencillamente decir que al igual
que la Iglesia en la edad media, este neofeminismo ha procedido a la excomunión, al anatema, a depararle al otro la misma
consideración que aquella Iglesia dispensaba a los infieles. En nuestro país
defender un derecho reconocido en la inmensa mayoría de los países avanzados
como el de la custodia compartida se ha convertido en cosa de maltratadores, y
el SAP o la educación diferenciada en las escuelas, más que motivo de
diferencias de criterio sobre aspectos no completamente resueltos en el plano
intelectual y científico, se han convertido por obra y gracia de un Parlamento
que actúa al dictado de este lobby, en
una instrucción a los jueces y la fiscalía para que no reconozcan el síndrome
de alienación parental y para el caso de
la educación diferenciada declarando directamente su prohibición desde los Parlamentos autonómicos.
Es decir, esas reglas
que a Innerarity le parecen consustanciales con la democracia, por quien han
sido subvertidas es por el propio poder que, lejos de ponerse al servicio de los
ciudadanos, ha decidido que mejor ignorarlos y proceder como aquellos monarcas
absolutos que en su momento aplicaron la máxima del despotismo ilustrado:
todo para el pueblo, pero sin el pueblo y sin que el programa, al menos, sea
reformista en el sentido de los tiempos.