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23 octubre, 2016

Dichosa izquierda

Estamos de corrupción hasta las cejas. Pero hay de una de la que no se habla, la corrupción de la ideología, la corrupción del pensamiento y, si bien se mira, más importante que cualquier otra sea ésta económica o de otro tipo. Corrupción de la que participan casi todos aunque a mí me sorprende más en quien apenas tiene experiencia de gobierno y ya han quemado tantos barcos y han barrido tantas cosas.

De quienes se han presentado como paradigmas de democracia y practican el más puro leninismo organizativo: disolviendo agrupaciones y quitando y poniendo cargos,  de quienes venían para ensanchar la democracia y ahora no quieren que se hable de Grecia o Venezuela, de que por universitarios y jóvenes transformarían la política y la vida social pero todavía no han tenido una sola idea que los ciudadanos podamos entender como aportación y, más bien observemos un buen número de marchas atrás como su pretendida austeridad: Colau y Carmena ganan más que el presidente del Gobierno.

Y ahora nos vienen con la socialización del sufrimiento. Con asustar y meter miedo. Defendiendo acciones llevadas a cabo con caretas y  capuchas. A defender la insolidaridad de las comunidades ricas que so pretexto de una pretendida singularidad no respetada pretenden ocultar una vindicación básicamente económica. A utilizar las insuficiencias de la U.E. no para plantearse cómo superarlas mediante avances en la dirección de una Europa federal, sino para situarse del lado de todos los rancios nacionalismos que se le oponen.  Una izquierda que considera la crisis demográfica como un “signo de modernidad”.

Al día siguiente de que se impidiera una conferencia de J.L. Cebrián y Felipe González en el aula Francisco Tomás y Valiente, los de Podemos depositaron ejemplares de un folleto sobre los Derechos Humanos en los asientos de la bancada azul. D.H. no para Cebrián y González  que al parecer o no son humanos o la libertad de expresión no está contenida en su folleto, y todo ello apelando a que no se puede “sacar pecho por el terrorismo de Estado” aunque quien esto dice entiende que a Otegui se le deben abrir las puertas de los Parlamentos.

Ese mismo día sí se permitió una disertación de Manuela Carmena a quien recibieron con un: guapa, guapa y ella concluyó con un enigmático vaticinio: “El mundo de la democracia representativa se está acabando”  que al parecer se combatiría con el empoderamiento de los individuos y las consultas ciudadanas, aunque de momento el ayuntamiento de Madrid las realice exclusivamente con carácter consultivo. Y  a pesar del enorme chasco de casi todas las celebradas últimamente en cualquier país del mundo: Grecia, Colombia, Reino Unido, Hungría…  y  por supuesto del hecho de que se planteen en un marco de democracia representativa, de otro modo estaríamos en los referéndums del franquismo.

Claro que los de su misma cuerda ideológica presentaron en su momento como un rasgo de superior calidad democrática el referéndum revocatorio chavista, aunque ahora pretendan imponernos que hayamos de guardar silencio sobre lo que sucede en Venezuela y la negativa de Maduro a aceptarlo. También habló  Carmena del estrechamiento de lazos con Ada Colau y la alcaldesa de París y de la democracia de las mujeres,  que quiero suponer situará en un ámbito de democracia representativa y  que sus palabras no posean contenido sexista aunque no oculta la superioridad de su propuesta, porque esa política no estaría tan orientada a la gestión como al cuidado.

Casta, régimen del 78, “papelito”… Hasta la “leyenda negra” fabricada a partir del siglo XVI por quienes recelaban del poder español, tiene hoy más apoyos en sus filas que entre los estudiosos del tema o fuera de nuestras fronteras. No digamos la constante puesta en cuestión de nuestras instituciones por parte de los nacionalistas separatistas, en un juego en el que no solo se borra esa barrera que otras veces se invoca entre derecha e izquierda, también de la solidaridad entre territorios, sino que la insurgencia de unos refuerza la de los otros dado que existe coincidencia en el objetivo de minar las bases de nuestro marco de convivencia.

Una izquierda a la que no solo le cuesta aceptar las reglas de la democracia, también se le hace cuesta arriba la asunción de la realidad misma. Dijo Bescansa que si solo votaran los menores de 45 Iglesias ya sería presidente. Pero lo cierto es que ni el mundo, ni la vida, se acaban a los 45. Poca ideología y poco pensamiento hay en la juventud como valor absoluto, máxime si la nuestra se nutre en una gran proporción de ni-nis, que viven con sus padres hasta bien mayores sin ocasión de independizarse y  emplearse, y por tanto sin experiencia laboral.

De ahí a insultar a todo aquel que no comulga con sus ideas no hay más que un pequeño paso, y en una extraña simbiosis y confluencia de pareceres con el nacionalismo las declaraciones contra quienes no piensan igual no paran de sucederse. Solo hay que ver los comentarios vertidos con ocasión de las últimas elecciones gallegas, algunos de ellos de diputados de En Marea, o que el sociólogo Manuel Castells calificase de “viejos caciques” a los barones socialistas que no apoyaban a Sánchez, o Rufián calificando a C’s como lo peor que le pudo suceder a Cataluña.  

Una izquierda de la que hemos leído muchos más ataques a Inditex y Amancio Ortega que a las multinacionales y las grandes compañías de la informática e Internet que escaquean sus impuestos en nuestro país y en el mundo entero, una izquierda que al igual que cualquier derecha, o centro, habla de las clases medias como las grandes perjudicadas de la crisis, como si la clase baja no existiese o hubiese desaparecido del mapa, una izquierda que ha abrazado la ideología de género con la fe del converso y participa de su misma corrección política y pensamiento único.

Una izquierda incapaz de defender la custodia compartida, o de analizar y dar respuesta al porqué del fracaso escolar masculino, una izquierda cómplice del silencio que reina sobre la siniestralidad laboral, la nunca explicada ausencia de un Plan Nacional para combatir el suicidio y en general todo aquello en que la principal víctima es masculina. Una izquierda que participa de todos los sofismas e incongruencias del pensamiento de género que cada día con más fuerza se construye desde la disyuntiva maniquea de buenas y malos.


Una izquierda, en fin, que ha renunciado al futuro que parece no interesarle, que ha renunciado a los valores sobre los que alguna vez quiso construirse: ilustración, igualdad, futuro… para vivir enfangada en un pasado que son incapaces de interpretar y superar, para abrazar un pensamiento mágico que tiene remedios inmediatos y universales para todo, con la salvedad de que obvia que la realidad está llena de obstáculo y accidentes objetivos y objetivables y no solo de mala voluntad de unos cuantos. Obstáculos y accidentes que no basta con suponer no existentes como Bescansa hace con los mayores de 45.     


04 octubre, 2016

Ciencia y filosofía

Nos movemos en la red entre debates de altísima altura sobre certeza científica y el valor de la filosofía, mientras en el plano de la realidad jurídica, política y sociológica encuentran su lugar todo tipo de artefactos e ideologías, de inventos e invenciones que quienes tienen poder imponen como novedades que la Humanidad no había descubierto, ni olido tan siquiera, y que vienen para indicarnos el buen camino de la corrección y los valores. 

Si la ciencia tuviese respuesta para todo, el problema del conocimiento no existiría. El problema es que la ciencia se muestra muy potente acerca de los fenómenos físicos pero mucho menos fuerte frente a los psicológicos o sociales. Se hace necesario por tanto construir métodos y protocolos que nos permitan aproximarnos a esos ámbitos en los que el conocimiento solo puede ser aproximativo. Y en esta tarea el reduccionismo no ayuda.

La filosofía, basándose en la interconexión de todo y las regularidades del mundo, pretende encontrar esos grandes lineamientos con los que guiar correctamente al pensamiento. Pero la tarea debe ser demasiado extensa y difícil porque en eso llevamos como mínimo 2.500 años y los problemas siguen tan vivos como el primer día, y frente a algunos de ellos la actitud con la que a menudo se abordan es más estúpida que nunca.

Lo cierto es que en el terreno de las ciencias sociales en las últimas décadas más que avances lo que parece que ha habido son verdaderos retrocesos y así ciencias, o materias que quieren serlo, como la Economía, la Sociología u otras viven momentos de auténtico descrédito, no digamos ya análisis como los electorales y, en general,  aquellos que tratan de conocer el estado de opinión de la ciudadanía sobre múltiples y variados problemas. 

Y en mi opinión eso de algún modo está conectado con el reduccionismo científico que a fuerza de prometernos “ciencia dura” para las ciencias sociales sea que tome como base la Física,  la Biología evolutiva o la Neurociencia a lo que realmente ha conducido es a la imposibilidad por un lado, de un pensamiento así, y por otro, como consecuencia de que carecemos de métodos para establecer que alguna tesis sería mejor que las otras, al triunfo del relativismo postmoderno.

Se cuestiona la validez de la Historia como ciencia y mientras tanto nos cuelan un Institut Nova Història en Cataluña con aportaciones tan interesantes como que Santa Teresa y Colom eran catalanes, o que la bandera de EE.UU tiene su origen en Cataluña. Gozan de plena vigencia las clínicas de homeopatía y en un reduccionismo absurdo se nos compara con las hormigas, los cerdos o los toros, cuando no se dice que somos supermáquinas. El anumerismo campa a sus anchas en la escuela y el periodismo pero pareciera que estuviéramos a punto de desvelar verdades nunca antes alcanzadas.


Ante una ciencia social que no distingue lo objetivo de lo subjetivo, el caso y su generalización, donde los conceptos tienen propietarios que los administran a su gusto, y donde no está claro si los seres humanos somos iguales, diferentes o todo lo contrario, entiendo el interés por dilucidar los grandes temas de la filosofía y la ciencia pero convendría también bajar al nivel del ciudadano corriente, ese que por ejemplo no entiende su nómina o confunde PIB con IPC, y comenzásemos por darle una vuelta a la escuela primero, para continuar por todo lo demás.