El Diccionario Oxford ha elegido post-truth (posverdad) como palabra del año con el siguiente significado: “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. Y en buena medida pretende verbalizar lo sucedido con el Brexit o la victoria de Donald Trump. Cosas ambas que muchos lamentan.
Y a mí se me ocurre que no se puede decir durante décadas que la Ilustración ha muerto y la razón mejor guardada en un cajón, porque lo verdaderamente importante son las emociones y el mundo de los sentimientos. Decir que lo que toca es posmodernidad y que, verdad cada uno tiene la suya y todas deben valer por igual.
Que la ciencia y la educación deben subordinarse a criterios moralistas, los conocimientos no son importantes y las evaluaciones escolares o de los servicios públicos deben proscribirse por “fachas”. Y quien diga otra cosa es un antiguo que desconoce lo (políticamente) correcto. O peor un neoliberal.
No se puede dar carácter de filosofía de Estado a una visión como la de género que fulmina a las personas para convertir a los varones en un grupo de dominación e intereses. Una ideología que establece verdades apodícticas y, en esta cuestión sí, proclama que solo hay y solo puede haber una verdad que es la suya, y que carece de sentido cualquier apelación al debate público, mucho menos a la libertad de pensamiento.
No se puede decir y hacer todo lo anterior y ahora lamentarse de que los partidarios del Brexit o Donald Trump hayan recurrido a las mismas armas para llevarse su gato al agua, y apelando a las entrañas y lo emocional, al nacionalismo y el cerrar filas, hayan triunfado con sus propuestas en sus respectivos países. No se puede combatir al populismo allanándole el camino y brindándole todos los instrumentos que su éxito precisa.
Y a mí se me ocurre que no se puede decir durante décadas que la Ilustración ha muerto y la razón mejor guardada en un cajón, porque lo verdaderamente importante son las emociones y el mundo de los sentimientos. Decir que lo que toca es posmodernidad y que, verdad cada uno tiene la suya y todas deben valer por igual.
Que la ciencia y la educación deben subordinarse a criterios moralistas, los conocimientos no son importantes y las evaluaciones escolares o de los servicios públicos deben proscribirse por “fachas”. Y quien diga otra cosa es un antiguo que desconoce lo (políticamente) correcto. O peor un neoliberal.
No se puede dar carácter de filosofía de Estado a una visión como la de género que fulmina a las personas para convertir a los varones en un grupo de dominación e intereses. Una ideología que establece verdades apodícticas y, en esta cuestión sí, proclama que solo hay y solo puede haber una verdad que es la suya, y que carece de sentido cualquier apelación al debate público, mucho menos a la libertad de pensamiento.
No se puede decir y hacer todo lo anterior y ahora lamentarse de que los partidarios del Brexit o Donald Trump hayan recurrido a las mismas armas para llevarse su gato al agua, y apelando a las entrañas y lo emocional, al nacionalismo y el cerrar filas, hayan triunfado con sus propuestas en sus respectivos países. No se puede combatir al populismo allanándole el camino y brindándole todos los instrumentos que su éxito precisa.