El neofeminismo afirma que en la historia
jamás ha habido una sociedad matriarcal, que el patriarcado extiende su dominio
tan lejos como seamos capaces de ver. Pero hagamos el esfuerzo de tratar de
responder, aunque sea provisionalmente, a la pregunta: cómo determinaríamos si
una sociedad histórica cualquiera fue o no matriarcal. Entiendo que buscando qué
resortes del poder controlaban las mujeres, y así, de hacer caso a lo que es
norma en nuestras sociedades, dirigiríamos nuestra mirada hacia el poder
político, económico, religioso buscando en esos lugares el sexo de quienes
detentasen el poder.
Pero hagamos una reflexión previa. Si ese
análisis lo hiciésemos para nuestra sociedad y las de nuestro entorno por
fuerza habríamos de concluir que la
sociedad en que vivimos no solo es patriarcal sino que las mujeres carecerían
de cualquier resorte de poder. Y de nuevo otra pregunta: ¿de verdad están tan
carentes de poder las mujeres en nuestra sociedad? Vivir más años, gozar de
mejor salud, estar liberadas de los trabajos de riesgo y esfuerzo, tener el
monopolio de la educación de los hijos, imponer la visión moral de la sociedad,
gozar de unos medios de comunicación que no se cansan de repetir una imagen de
mujer llena de cualidades positivas, en contraste con la que proyectan del
varón…
¿No será tal vez que no estamos mirando de la forma adecuada? ¿Todas esas cosas no expresarían mucho
mejor el poder real de las mujeres que
la simplificación del sexo de quien esté a la cabeza del poder político,
económico o religioso? En mi opinión sí. Por eso no estaría tan seguro de la rotundidad
con la que Carlos García Gual descarta en el prefacio de la Odisea de Homero la
posibilidad de que los rasgos de la
sociedad en la que discurre el relato pudieran
estar indicando mucho más de lo que él está dispuesto a admitir, en párrafos
como éstos:
En
el relato, todas las mujeres reciben muestras de un refinado respeto. Así
sucede con la bella Helena, quien habita su palacio de Esparta junto a su
esposo Menelao y recibe al joven Telémaco con ejemplar cortesía. Tanto ella
como Menelao recuerdan a Odiseo con
cordial afecto y con una cierta nostalgia de los lejanos días de Troya. Aquí no
se insinúa ni el más mínimo reproche a la bella adúltera que motivó su rapto la
terrible guerra. Paris quedó olvidado, y los reyes de Esparta recuerdan
discretos su retorno un tanto azaroso. Parece sintomático de ese clima
moral de la Odisea que hasta una
sirvienta como Euriclea recuerde con qué respeto la trató Laertes cuando la
adquirió como esclava y la tuvo en su palacio. (El respeto hacia las mujeres no
significa, en cambio, una actitud de extrema tolerancia con su sexo: las
sirvientas que en palacio se mostraron demasiado amables con los pretendientes
reciben como pago un duro castigo: todas ellas son ahorcadas en el patio por
orden de Odiseo, en una escena que al lector moderno puede parecerle de notable
crueldad).
Se
ha sugerido alguna vez que la importancia de algunas figuras, como la reina Arete en Feacia, a la que
Odiseo acude en primer lugar en sus súplicas, podría verse como el reflejo de
un antiguo matriarcado. Pero tal institución es una mera conjetura, y un
matriarcado mediterráneo es una invención sin base firme.
Me envía Athini este enlace sobre el público al que las productoras de televisión deben dirigirse si quieren tener éxito:
ResponderEliminarhttp://www.lavozdegalicia.es/noticia/television/2014/03/01/ramon-campos-publico-femenino-manda-television/0003_201403G1P66996.htm