En esta
entrada de Cultura 3.0 se nos recuerda que la censura no es algo
exclusivo ni de la Iglesia, ni de otro tiempo sino que está muy
presente en el mundo que habitamos y en lugares tan insospechados
como la universidad, al tiempo que se hacen votos para que Alice
Dreger no se convierta en la próxima víctima. Claro que como Linda
S. Gottfredson nos recuerda la libertad académica ni se sostiene por
sí sola, ni se puede dar por garantizada aun en un medio tan
emblemático como el universitario, ya que es en él donde se
producen algunas de sus violaciones.
Lo que unido a lo expresado en la
entrada anterior de que despotricar contra los hombres sale gratis me
lleva a una llamada de atención y una reflexión un poco más
general en el sentido de si no estaremos siendo presa de un
particular síndrome de Estocolmo ante todo lo que tiene que ver con
el neofeminismo y lo políticamente correcto, que hace que, antes que
hablar, prefiramos mantenernos callados incluso ante retrocesos en
conquistas históricas como la libertad de expresión, el habeas
corpus o la presunción de inocencia.
No de otro modo se puede explicar el
silencio que desde la academia y la sociedad se ha impuesto ante
hechos tan insólitos como que en muchos países, entre ellos el
nuestro, haya caído en desuso el principio constitucional de no
discriminación por razón de sexo, o que en otro orden de cosas se
admita como un argumento de gran calado que el mercado practica
discriminación de género: en un primer momento se decía del
mercado laboral, pero ahora también del de bienes de consumo, y por
supuesto sin contestación ni por parte de quienes no creen en él,
pero tampoco, y esto es más sorprendente, por quienes hacen del
mercado la piedra angular de su credo económico.
Como aún en otro terreno completamente
alejado de los anteriores, cual es del sexismo en el lenguaje y, a
pesar de ser de su autoría palabras tan vigorosas para la defensa de
su ideología como machismo o género, con una semántica
perfectamente modulable según sus deseos, nos hayan convencido de
que en realidad no son más que sus damnificadas. Y mientras tanto el
genérico masculino les sirva para, convenientemente utilizado, descargar sobre los varones los males del mundo, y se haya llegado a
situaciones tan pintorescas como tener que apellidar como inverso al
sexismo cuando está referido a los hombres, o que la publicidad que
inferioriza al varón no haya de ser combatida, porque el sexismo y
la discriminación solo les pueda afectar a ellas.
Caminamos en la dirección de una
“igualdad” sembrada de excepcionalidades y correcciones por
motivo de género: en las listas electorales y de partido, en la
protección jurídica, en el tratamiento ante la opinión pública,
en la familia, la escuela y la empresa que, pretendiendo que se basan
en una hipotética posición de superioridad masculina, finalmente lo
que generan es separatismo entre los sexos, injusticia y nuevas
discriminaciones, justo lo que se decía querer combatir. Todo ello
en un clima en el que la emoción aplasta a la razón, los principios
ilustrados han sido arrumbados al baúl de los recuerdos y, como si
de nuevos chamanes se tratase, todo debiese ser confiado a la opinión
de unos pretendidos “expertos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario