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31 agosto, 2015

Neofeminismo: filosofía de Estado

Escribo esta entrada al hilo de la anterior y después de ver cómo el neofeminismo se ha convertido en filosofía de Estado, aunque más apropiado sería decir ideología, ya que la filosofía se refiere a la condición humana y la ideología de género únicamente a lo femenino, porque si ya demasiado grave es que suceda algo así, mucho más lo es si tenemos en cuenta que su sustento intelectual: la perspectiva de género, no resiste la más mínima prueba científica, ni de contraste con la realidad. Y cabe destacar por eso mismo que, ni éste, ni ningún otro feminismo ha hecho jamás balance, ni desea hacerlo, ya que desvelaría su verdadero objetivo que en ningún caso pasa por la igualdad de hombres y mujeres. En esa carrera con la tortuga que Aquiles nunca ganará, a cada paso se nos proponen nuevas metas, pero la montaña siempre está igual de distante y, mientras tanto, al hombre se le ha declarado ausente y no sujeto de atención.

Según ese enfoque la sociedad patriarcal no se ha superado, a pesar de que la mujer ha conseguido para sí todos los derechos sobre la reproducción y es la figura más importante en la familia, a veces, de forma única como, de igual modo, parecen constituir menudencias la masiva incorporación al mundo laboral, la presencia en la universidad, o la participación en cuanto foro y actividad les apetece. Y eso cuando ninguno de los grandes objetivos del feminismo histórico lleva camino de hacerse realidad, más bien al contrario, cualquiera de sus previsiones ha fallado: los roles masculino y femenino son igual de divergentes que en tantos otros momentos históricos y los famosos estereotipos de hombre y mujer, llevan camino de identificar al primero con el mal y la segunda con el bien. Los hombres seguimos haciendo como en tantos otros momentos históricos unas tareas: protección y una parte de la provisión y las mujeres las tareas de cuidado y otra parte de la provisión, aunque ahora éstas estén mucho más mediatizadas por el Estado. La pretensión de que los sexos son perfectamente intercambiables solo puede conducir a error.

El error evidentemente es de base y parte de la negación de que hombres y mujeres somos diferentes ya antes de nacer, y las inclinaciones y propensiones de cada uno y cada una son distintas para casi cualquier momento de la vida, sin que esto sea incompatible ni con la común humanidad, ni con la compartición de infinidad de espacios comunes. Nos gustan juegos diferentes; tenemos inclinaciones intelectuales y de otro tipo diferenciadas; en el mundo laboral desempeñamos trabajos distintos, entre ellos los de mayor riesgo y esfuerzo; en la familia nuestros papeles son diversos, y parece claro que en ese ámbito no es el hombre quien los establece; desempeñamos las tareas de protección y cuidado de modo significativamente desigual; y en la red, una conquista bien reciente, ellas visitan mucho más las páginas de moda, belleza y salud y ellos las de deportes, política o filosofía, -y esto espero que no se vea como una simple anécdota. Pretender uniformizar a los sexos es una tarea vana porque no es verdad que los sexos sean una construcción cultural como toda la ciencia ha demostrado en los más diversos campos pero también porque la diferencia enriquece a ambos. Paradójicamente el feminismo que niega esas realidades, procura desde lo jurídico y político la negación de esa común humanidad. 

Como por ningún lado se aprecia ese lúgubre relato feminista de la historia de los sexos y, a pesar de todos sus malos augurios, nada ha impedido que alcanzásemos a vivir en estados democráticos y en algunos casos del bienestar, que han repartido sus beneficios para todos: ellos y ellas, lo que resultaría impensable, de hacer caso a esos postulados según los cuales la pretensión del varón sería mantener dominadas y subyugadas a las mujeres. La idea de que el patriarcado pretendería una sociedad en la que ellos vivirían a cuerpo de rey y ellas como esclavas es insostenible se mire como se mire y no tapan esas vergüenzas los múltiples intentos de probar que eso sea así y se hable de cosas como la brecha salarial o el sexismo lingüístico, tan desmentidas por quienes saben, como consolidadas en los estados de opinión construidos a fuerza de una constante e inagotable propaganda y su reiteración hasta el infinito. En su delirio la perspectiva de género pretendería que no solo los hombres discriminarían a las mujeres también que el mercado lo haría: en el ámbito laboral lo llevan diciendo desde hace mucho tiempo, y ahora han extendido esta pretendida discriminación, una más, al ámbito del consumo. Todo parecería confabulado contra las mujeres no se sabe muy bien por qué mano negra.

Mientras tanto, cosas como el suicidio o la enfermedad mental salen a colación si acaso les afecta a ellas y el resto del tiempo permanecen en el más profundo de los silencios, aún cuando ellos sean los más afectados. No digamos la menor esperanza de vida, que para este caso sí se explicaría por el comportamiento irresponsable de los varones. La asimetría y la ausencia de reciprocidad son constantes de este enfoque, enfoque que algunos dirigentes políticos quieren seguir trasladando a la ley y la sociedad. Pedro Sánchez el secretario general del PSOE nos ha propuesto: en primer lugar funerales de Estado para las víctimas de la violencia de género, a continuación la supresión del Ministerio de Defensa para dedicar sus recursos a combatirla y ahora la extensión de la Ley de violencia de género a todos los ámbitos de relación entre mujeres y hombres. ¡Cómo si lo sucedido en su gestación y desarrollo y, sobre todo, en su resultado pudieran calificarse de otro modo que fracaso! Y como si todo lo anterior no fuese suficiente parece que la reforma más importante, la que consagraría una definitiva separación de los sexos, quedaría reservada para esa modificación de la Constitución que pretenden.


No sé por cuanto tiempo más permanecerá este tema vetado a los ciudadanos y a la opinión pública, por cuánto tiempo la única voz que se escuche sea la del feminismo de género y quienes lo sostienen, por cuánto tiempo los “expertos” serán quienes decidan sobre divorcio, custodia compartida, equipos psicosociales, y un largo etcétera de temas de primera magnitud que no pueden ser negados a la opinión pública que está en el derecho de conocer cómo, con qué criterio y quiénes toman decisiones que van afectar profundamente a su vida y la de sus hijos. Y sobre todo, no se puede seguir dando carta de naturaleza científica, ni pretender filosofía de Estado, a una ideología construida sobre los endebles cimientos que sostienen a ésta y un enfoque que divide tanto a la sociedad, hasta el punto de pretender dos mundos jurídicos distintos al estilo de las sociedades del Antiguo Régimen.


P.S. Por si todavía quedan dudas de que la misandria habita entre nosotros en forma de ideología debería leer este artículo.


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