He leído recientemente (El País 18/03/2006) un artículo de Francisco J. Laporta titulado Ser liberal que me ha impactado de tal forma que yo, que me considero de inclinaciones más bien socialistas, no me puedo resistir a traer aquí una breve muestra del mismo, porque creo ataca un problema que, definitivamente, algún día habrá que abordar, cual es el esos movimientos que han decidido anular al individuo encerrándolo en una categoría, por ejemplo, el género, que lo convierte en una átomo, intercambiable por cualquier otro átomo, privándolo así de todos sus rasgos de humanidad, al convertirlo en mero número de un conglomerado. La cita es la siguiente:
"La autonomía personal es para el liberal aquello que nos eleva a la categoría de seres morales, aquello que nos constituye como actores en el desarrollo de nuestras convicciones sobre lo que es bueno y lo que es malo. Ser actor de mi vida es lo que me transforma en persona en el sentido moral, lo que me confiere el mérito moral y me hace moralmente responsable. Si fuera un ser pasivo en el que se inducen automáticamente comportamientos y sensaciones, por exitosas o placenteras que fueran, no tendría el más mínimo papel en el universo moral, como no lo tiene la planta que produce flores, por bellas que éstas sean, o el sujeto que es llevado por una fuerza insuperable a realizar una acción buena. Lo que me instala en el universo de la ética es mi condición de ser humano autónomo. Esa convicción es el centro de gravedad de lo que significa ser liberal.
Como es fácil de imaginar, un punto de partida tan poderoso arrastra tras de sí muchas y muy importantes consecuencias. En primer lugar, y por lo que a la vida política se refiere, toda la actividad política y los proyectos de la sociedad se tornan en un gran proceso de deliberación entre personas libres y autónomas que intercambian sus ideas presididas por la virtud de la tolerancia y la guía de la racionalidad. No tienen sitio por ello aquí la descalificación y el improperio, la imposición o el trágala, o la manipulación de los datos y la excitación tramposa de resortes emocionales. Para ser liberales, los partidos y sus responsables han de comportarse en las instituciones como en foros para la discusión racional y la exposición articulada de preferencias e intereses. Deben esforzarse porque en ellas se presenten al ciudadano las razones de las decisiones que se adoptan y los fundamentos en que se basan las directrices políticas que se persiguen. Para ello deben hablar y razonar, nunca mentir, alegar pros y contras, nunca distorsionar, y tratar a los demás actores políticos y sociales con el respeto que deriva de su condición de partícipes de la peripecia política de la comunidad, nunca denigrarlos o insultarlos. El liberal no distorsiona ni compromete las instituciones de la democracia para obtener un rédito de partido, y menos aún se dedica a falsearlas para hacerlas actuar en su propio beneficio.
Por lo que respecta a la información pública en los medios de comunicación, el liberal es veraz, independiente, imparcial y limpio. Tiene vedado engañar presentando sólo una parte de los hechos, medias verdades o simples mentiras. No debe interponerse con la propia ideología entre los hechos y los oyentes o los lectores para contaminar el mensaje, ni hacer pasar por realidad lo que es deseo de partido, ni jugar sucio para satisfacer al patrón. Como portador de una convicción sobre la mayoría de edad, la racionalidad y la dignidad de sus interlocutores, el informador liberal jamás denigra a nadie, ni desliza sugerencias que puedan minar la dignidad de los demás. No juega con trampa para ensalzar a nadie o socavar su reputación. Presenta hechos y argumentos procurando siempre que el razonamiento, aunque sea adverso a alguien, no toque siquiera la piel de la persona. No imputa gratuitamente delitos ni vehicula insidias que puedan destruir la imagen de aquel de quien habla. Y, por supuesto, se esfuerza siempre en no pasar de contrabando sus opiniones haciéndolas parecer informaciones.No se es, por ello, liberal, cuando se piensa que es lícito mover a las personas mediante manipulación, catequesis, indoctrinación o lavados de cerebro."
Creo que has dado con una de las claves de este problema. Personalmente, siempre que me participo en un debate sobre esto, la base de mis argumentos es que siempre hay que tener presente que los sujetos a los que se les puede aplicar la justicia son individuos, nunca colectivos. No se puede hablar de justicia para "las mujeres" sino para personas individuales, que sufren injusticias o discriminación, y que, casualmente son mujeres, pero igualmente podrían ser hombres, negros, musulmanes o cualquier otra característica arbitraria.
ResponderEliminarPor eso tampoco tiene sentido hablar de justicia para "los vascos" o justicia para "la clase obrera", pero eso es otro debate... :-)
Se puede ser socialista y liberal, y ser liberal no es ser de la "derecha extrema" de Pepiño Blanco. El liberalismo, en cualquier caso, es de dificil arraigo en la sociedad española.
ResponderEliminarFelipe González, socialista como el autor de este blog, nunca hubiera aprobado bajo su gobierno leyes fascistas como la de Violencía de "género", que sataniza al hombre sólo por el hecho de ser hombre.
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