Nos
movemos en la red entre debates de altísima altura sobre certeza científica y el valor de la
filosofía, mientras en el plano de la realidad jurídica, política y sociológica
encuentran su lugar todo tipo de artefactos e ideologías, de inventos e
invenciones que quienes tienen poder imponen como novedades que la Humanidad no
había descubierto, ni olido tan siquiera, y que vienen para indicarnos el buen
camino de la corrección y los valores.
Si la
ciencia tuviese respuesta para todo, el problema del conocimiento no existiría.
El problema es que la ciencia se muestra muy potente acerca de los fenómenos
físicos pero mucho menos fuerte frente a los psicológicos o sociales. Se hace
necesario por tanto construir métodos y protocolos que nos permitan
aproximarnos a esos ámbitos en los que el conocimiento solo puede ser
aproximativo. Y en esta tarea el reduccionismo no ayuda.
La
filosofía, basándose en la interconexión de todo y las regularidades del mundo,
pretende encontrar esos grandes lineamientos con los que guiar correctamente al
pensamiento. Pero la tarea debe ser demasiado extensa y difícil porque en eso
llevamos como mínimo 2.500 años y los problemas siguen tan vivos como el primer
día, y frente a algunos de ellos la actitud con la que a menudo se abordan es más
estúpida que nunca.
Lo
cierto es que en el terreno de las ciencias sociales en las últimas décadas más
que avances lo que parece que ha habido son verdaderos retrocesos y así
ciencias, o materias que quieren serlo, como la Economía, la Sociología u otras
viven momentos de auténtico descrédito, no digamos ya análisis como los
electorales y, en general, aquellos que
tratan de conocer el estado de opinión de la ciudadanía sobre múltiples y
variados problemas.
Y en mi
opinión eso de algún modo está conectado con el reduccionismo científico que a
fuerza de prometernos “ciencia dura” para las ciencias sociales sea que tome
como base la Física, la Biología
evolutiva o la Neurociencia a lo que realmente ha conducido es a la
imposibilidad por un lado, de un pensamiento así, y por otro, como consecuencia
de que carecemos de métodos para establecer que alguna tesis sería mejor que
las otras, al triunfo del relativismo postmoderno.
Se
cuestiona la validez de la Historia como ciencia y mientras tanto nos cuelan un
Institut Nova Història en Cataluña con aportaciones tan interesantes como que
Santa Teresa y Colom eran catalanes, o que la bandera de EE.UU tiene su origen en
Cataluña. Gozan de plena vigencia las clínicas de homeopatía y en un
reduccionismo absurdo se nos compara con las hormigas, los cerdos o los toros,
cuando no se dice que somos supermáquinas. El anumerismo campa a sus anchas en
la escuela y el periodismo pero pareciera que estuviéramos a punto de desvelar
verdades nunca antes alcanzadas.
Ante
una ciencia social que no distingue lo objetivo de lo subjetivo, el caso y su
generalización, donde los conceptos tienen propietarios que los administran a
su gusto, y donde no está claro si los seres humanos somos iguales, diferentes
o todo lo contrario, entiendo el interés por dilucidar los grandes temas de la
filosofía y la ciencia pero convendría también bajar al nivel del ciudadano
corriente, ese que por ejemplo no entiende su nómina o confunde PIB con IPC, y
comenzásemos por darle una vuelta a la escuela primero, para continuar por todo
lo demás.
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