Voy cayendo en la cuenta de que en la nueva realidad llaman igualdad al trato diferente según el sexo con claro mejoramiento para uno de ellos, y que la norma, cualquier norma, vale en tanto en cuanto las dueñas del saber y la moral no digan otra cosa. Del pensamiento líquido hemos pasado al estado gaseoso en el que los datos y los hechos han desaparecido y quien afirma no es quien debe probar sino todo lo contrario.
Y con ello se han ido por el sumidero la simetría, la reciprocidad, la objetividad, la neutralidad, la lógica, la razón, el humanismo y un largo etcétera de cosas que hasta hace bien poco parecían conquistas indestructibles de la modernidad, el raciocinio y el sentido de realidad. Claro que han sido sustituidos con contundencia no por equivalentes, sino por emociones, explosiones del ánimo, rabias justificadas, revanchas históricas, miedos que deben cambiar de bando y un largo etcétera de asuntos difíciles de discernir e identificar.
Estamos laminando a marchas forzadas el estado de derecho, legislando en caliente y al dictado de algunas víctimas, y reconociendo en los hechos que no hay poder más legítimo que el que se manifiesta en la calle. Aquí se encuentran “progresistas” y “conservadores” apurados para dar satisfacción a esas demandas sociales expresadas con toda urgencia. Quienes solo unos días antes lamentaban legislar en caliente, se muestran ahora fervientes partidarios y desdicen con toda seriedad lo que solo momentos antes presentaban como argumento sólido.
Ni un gramo de reflexión, los argumentos están prohibidos. Por ejemplo se puede tildar hoy de tapón del sistema a los pensionistas porque votan conservador y después de que salieron a la calle presentarlos como los mejores candidatos a un “mayo del 2018”. Pedir mayores pensiones, olvidando que hasta ayer mismo se decía que el estado de bienestar estaba demasiado escorado hacia ese lado en detrimento de los jóvenes, que no lo olvidemos siguen sufriendo las tasas de paro más altas de Europa. Al perderse las referencias la coherencia ha pasado a mejor vida.
He escuchado a Monedero que después del fracaso de la igualdad de oportunidades lo que se ha de buscar es la igualdad de capacidades. ¡Y vaya usted a saber lo que entenderá por tal cosa! Todo quedaría en cháchara fútil si la experiencias históricas de las sociedades socialistas no hubiesen dejado claro y palmario que bajo esa pretensión de igualdad para todos se escondían los inmensos privilegios de algunos y el sacrificio de la inmensa mayoría, y que no solo es tozuda la genética, también el deseo de cada uno de nosotros por mantener nuestra singularidad. Ser iguales no quiere decir ser idénticos y en la experiencia histórica de los dos últimos siglos cuando al individuo se le diluyó en un grupo identitario el resultado nunca fue bueno.
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