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18 febrero, 2006

La voz del hombre debe ser escuchada

En nuestro país hay 3.000.000 de niños hijos de padres separados, que en su inmensísima mayoría, sólo ven a su padre dos fines de semana al mes. En nuestro país, el sistema educativo, que hace aguas por todas partes, produce un 17 % de niñas que no alcanzan el graduado en ESO y un 33% de niños, uno de los porcentajes más altos de la OCDE y también uno de los mayores diferenciales entre niños y niñas. En nuestro país el número de mujeres con título universitario es superior al de hombres, y no deja de crecer el diferencial de tituladas a favor de ellas. En nuestro país se ha producido una auténtica revolución con la incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral. En sectores como la administración, la enseñanza o la justicia son mayoría.
Nada de esto hubiera sido posible sin el concurso de muchos hombres y muchas instituciones dirigidas por hombres, y una mayoría favorable a esos cambios.
En nuestro país las mujeres no sólo gozan de los mismos derechos que los hombres, sino que, a través de los mecanismos de promoción especiales gozan, en las instituciones y las organizaciones progresistas, de una representación muy incrementada en relación con su militancia o activismo, político o sindical. Para completar este panorama, las reformas llevadas a cabo por este Gobierno: ley contra la violencia de género, discriminación positiva, paridad electoral que se contempla en la nueva ley de igualdad, unidas a otras medidas en múltiples niveles de la administración y en multitud de ámbitos, incluida, claro está, la medio administración paralela de la que gozan con financiación pública, convertirán si no lo han hecho ya la pretendida situación de inferioridad de la mujer en una situación que creo es difícil negar de prevalencia o privilegio.
Podría seguir describiendo el panorama social y político de la realidad de los sexos hoy, pero creo que con las pinceladas anteriores bastará para lo que diré a continuación.

Primero, que en un contexto como el anterior haya organizaciones que, un día sí y otro también, no paren de reclamar nuevas atenciones para las mujeres y de señalar circunstancias que nos presentarían la situación de la mujer como un ser profundamente discriminado y vejado, revela la insaciabilidad de ciertas organizaciones, situadas por lo demás en las más altas instancias del poder y que en muchos casos han hecho de esta reivindicación su medio de vida.

Segundo, que en un contexto como éste, en el que, por ejemplo, sobre la reproducción todos los derechos corresponden a la mujer; la paternidad como derecho, deja de serlo en cuanto el hombre se separa de su compañera; la discriminación en la ley y los juzgados hacia el hombre está a la orden del día, y donde la masculinidad se ha convertido en el primer objeto de mofa para los publicitarios y los guionistas de televisión, insistir en la sospecha de que el hombre que manifieste claramente su desacuerdo con todas estas cosas, no puede ser más que un pervertido o un machista, conviene ir dejándolo atrás, porque los motivos que tenemos para denunciar ciertos atropellos, estarían más que justificados, con muchas menos de las razones que, a diario, tenemos para reclamar nuestros derechos y nuestra dignidad.

Todo lo anterior para nada tiene que estar en contradicción con que seamos los primeros en condenar las actitudes violentas de los hombres o en considerar que nuestra lucha y la de las mujeres maltratadas están en la misma dirección, pues defender los derechos y la dignidad de los hombres, no sólo nos reclama esa actitud, nos la exige. Pero, también, con la misma fuerza decimos que seguiremos denunciando la manipulación, cuando no la ocultación, de la violencia ejercida contra los hombres, bajo el pretexto de que no se trata de violencia de género, como si, alguien a quien le han dado un sartenazo en la cabeza para despertarlo, lo sintiera menos por pertenecer a uno u otro sexo. Como seguiremos denunciando la clara discriminación en el terreno laboral, tanto por los sectores en los que trabaja, como por la duración de la jornada laboral, o la imposibilidad manifiesta de conciliar vida laboral y familiar y que ahora aparece ne un segundo plano en relación con la urgencia en atender la situación de las mujeres.

Finalmente decir, que estos objetivos legítimos e irrenunciables por parte de los hombres, están en perfecta consonancia con los objetivos históricos del feminismo y la lucha por la igualdad y la no discriminación por razón de sexo. Así lo vengo constatando desde hace mucho tiempo, y puedo decir con completa rotundidad no sólo que, asumo como propio el contenido de “Por mal camino” de Elisabeth Badinter, o la carta al director de El País de las 150 mujeres y organizaciones de mujeres que protestaban ante quienes pretenden presentarse como el único feminismo, o las posiciones de la señora Sanahuja, y tanta otra gente que día a día entiende que la deriva actual del feminismo no nos lleva por buen camino. Por eso pediría desde aquí, que se deje de cuestionar la legitimidad o el carácter progresista y democrático de quienes venimos luchando por la igualdad, no desde hace cuatro días, cuando descubrimos el giro fundamentalista y radical de cierto feminismo, sino desde mucho antes, cuando hubo que pelear por las conquistas más elementales como la plena igualdad de derechos, el divorcio o el aborto y tantas y tantas cosas de las que, en mi caso particular, me considero tan coautor como el primero o la primera.

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