Algunas paradojas del feminismo.
Es verdad que siempre será más fácil criticar una actitud activa, algo que alguien hace, pues siempre se tendrá la prueba de lo hecho, que una actitud pasiva, por la dificultad de enjuiciar lo que debería hacerse y no se hace, y de ello da buena cuenta el aforismo: “soy dueño de mis silencios y esclavo de mis palabras”, aunque para el caso que voy a tratar sería más exacta en femenino.
Y digo esto porque quiero poneros en antecedentes que lo que hoy deseo tratar tiene bastante que ver con las actitudes pasivas, esas que sólo se vislumbran haciendo el esfuerzo de preguntarse si, por ejemplo, un movimiento como el feminista está haciendo todo lo que está en su mano para explicar sus propuestas y actitudes, o si por el contrario, prefiere jugar al silencio y la invisibilidad ante infinidad de casos y cosas, y si eso mismo no debiera ser más sonoro que cualquier otra actitud.
El feminismo se ha quejado a menudo de la invisibilidad histórica de las mujeres que, sin necesidad de mayores explicaciones, habría que imputar al patriarcado, o la dominación masculina, como se prefiere decir ahora teniendo en cuenta que resulta difícil encontrar una familia en la que el padre tenga una autoridad destacable y, sin embargo, tantas se podrían señalar en las que su opinión no cuenta lo más mínimo. Y la duda aparece cuando nos preguntamos qué explica la invisibilidad actual. Invisibilidad incluso cuando se trata de explicar sus temas más queridos: paridad, necesidad de cambiar la masculinidad, propuesta sobre el lenguaje no sexista, pero no como algo que se deja caer, para luego decir que en realidad se trató de un lapsus y, a continuación, que no se sabe muy bien lo que fue pero que sería bueno que el lapsus pudiera hacerse realidad.
Por sólo citar un caso recordar el lamento del señor Zapatero cuando se quejaba en la prensa de que se había aprobado la Ley de Igualdad por las Cortes y no era portada en ningún periódico, ley que contiene ventajas tan significativas para el feminismo y las mujeres como la paridad de las listas electorales, la cuota del 40 % en los consejos de administración de las sociedades mercantiles o un privilegio tan llamativo como que las organizaciones de mujeres podrán formar parte de los consejos de redacción de los medios públicos de comunicación. Pues bien, una ley así, con ese repertorio de medidas a favor de la mujer y aprobada a instancia del lobby feminista inmediatamente comenzó a ser criticada dada su insuficiencia, y eso que no tiene parangón en el mundo.
Habría que preguntarse cómo es posible que las leyes de la pasada legislatura que mejor plasman sus deseos: divorcio sin custodia compartida, violencia de género, igualdad, … fueran presentadas por hombres y sin embargo todos sepamos que la única presencia real que en las mismas hay es la del feminismo dominante que, para el caso de la reforma de la ley de divorcio, fue capaz a última hora darle la vuelta a lo que hasta aquel momento se venía anunciando y, la que, según López Aguilar iba a ser la ley que trajera la custodia compartida a nuestro país se transformó en lo que todos conocemos.
Obsérvese que algo así ni supuso ningún esfuerzo directo por su parte, esfuerzo que realizaron otros, ni supone ninguna responsabilidad en caso de fracaso ya que a todos los efectos el resultado es imputable a otros. Pero además supone, que si quiero me arrogo los posibles éxitos; pero también si no me apetece me excluyo de sus eventuales inconvenientes, hasta el punto de que en un ejercicio de ausencia completa de responsabilidad, la paridad está siendo criticada por aquellas de quien es obra como si fuera algo que pueden arrojar sobre quienes ni tan siquiera pudimos decir esta boca es mía.
Otra paradoja interesante es la que supone el hecho de que, a pesar de los 150 años de historia del movimiento feminista, ningún partido con ese nombre haya sido capaz de ganarse mínimamente la confianza de la gente (El hecho de que el de Lidia Falcón se denomine así es la mejor prueba de lo que estoy diciendo) y, sin embargo la sensación realmente existente hoy es de que el conjunto de las fuerzas políticas trabajan fundamentalmente para ellas. Y lo mismo se podría decir de los sindicatos y tantas otras organizaciones. El feminismo sin necesidad de crear ninguna de ellas es al final quien más provecho saca de las mismas. No en vano la llamada perspectiva de género ha pasado convertirse en filosofía de Estado.
Y si hace muchos años se podía aducir que la mujer no daba esos pasos porque estaba demasiado esclavizada en casa, o se le negaba una formación que la excluía de la Universidad y otros foros, hoy, y desde hace mucho tiempo ya, ese argumento carece de la menor validez si tenemos en cuenta no ya la realidad presente de la Universidad sino el hecho de que más del 50% de los titulados superiores en nuestro país, como en los de nuestro entorno son mujeres. Y sin embargo la experiencia es que la mujer aparece mucho en los temas de género, pero está desaparecida en todo lo demás, y en multitud de ocasiones los defensores y los detractores de tal o cual tesis feminista son todos o casi todos hombres. Como si dijeran: que los hombres hagan el mundo que nosotras nos encargaremos del reparto de los frutos y la representación.
O la paradoja de que el movimiento feminista se considera moralmente autorizado a exigir que se supriman los clubes de varones, al tiempo que declaran el feminismo como cosa de mujeres que, ellas sí, podrán constituir cuanto organismo o instancia exclusiva de mujeres deseen, incluso dotarse de derechos exclusivos, crear cátedras de estudio de su género, o hoteles de exclusiva presencia femenina. Más aún, que una parte de la Administración que se sostiene con fondos de todos esté dedicada íntegramente a ellas. Aunque en este asunto no sé muy bien que actitud considerar más inapropiada si las de las feministas que la propugnan o la de tantos que no la denuncian y la consienten.
Pero quizá una de las más chuscas es una que recientemente se paseó por la prensa de todo el país. Se decía que los hombres machistas ganaban más que los demás. Cuando uno se adentraba en la noticia descubría que los hombres machistas eran aquellos individuos que por ser los únicos que trabajaban fuera suponían el único soporte económico de la familia. Es decir además de burro apaleado. Pues espero que no se pretenda la desfachatez de sostener que las mujeres que no trabajan fuera lo hacen por imposición del marido. Sería interesante saber qué piensan de una noticia así esas 32.000 catalanas con estudios superiores que no trabajan fuera de casa por no encontrar un trabajo acorde con su titulación. Preguntar quizá si las casadas que viven a costa de su marido, también piensan que el suyo es más machista por ello.
Pero existen muchísimas otras paradojas como cuando hablan de superar estereotipos para al final ir descubriendo que lo que en realidad se pretende es superar unos pero para propugnar otros en los que la mujer resume todas las virtudes y el hombre todos los defectos; otro tanto sucede con los roles en los que cada día que pasa con más fuerza se confirma que el mundo laboral de mujeres y hombres los parecido son meras coincidencias, y al hombre se le reservan todos aquellos puestos que la mujer no quiere, unas veces con el argumento de la fuerza, otras con otro que se adapte al caso, pero por sólo citar un ejemplo de esto que digo la dinámica del mercado laboral ahora mismo, que mientras destruye 366.000 empleos masculinos es capaz de crear 170.000 femeninos; y así podríamos seguir el relato con el tratamiento dado por la publicidad y las series de televisión a hombres y mujeres y un larguísimo etcétera.
Y quizá interese traer a colación aquí que la mujer estaría siempre facultada para realizar aquello que en el hombre sería reprochable. Cómo sino esas empresas en las que las empresarias a su frente sólo contratan a mujeres y no dudan en hacer ostentación de ello, o que desde la televisión pública se manifieste el mayor de los entusiasmos al anunciar que en las oposiciones a la fiscalía una abrumadora mayoría de los aprobados sean mujeres, por no citar esos ministerios en los que salvo contados casos el poner al frente una mujer supuso la renovación en femenino de todos los eslabones y en casos como el de Educación parece que se haya sustituido el principio que venía rigiendo en los centros de enseñanza desde hace muchos años de procurar direcciones equilibradas, por direcciones donde si todos los cargos pueden ser asumidos por mujeres se haga así, por no citar el progresivo autismo y separación de los sexos en tantos ámbitos donde realizan trabajos compartidos.
Y eso sin irnos a los contrastes y las paradojas más fantásticas como sostener por un lado que el género es algo así como una elección caprichosa de las personas, sin relación alguna con nuestra naturaleza biológica, al tiempo que se crea una legislación en la que el abismo que separa a hombres y mujeres parece más propio de dos especies distintas que de los sexos del género humano, de tal modo que la distancia entre ambos se hace absolutamente infranqueable y los derechos y deberes que a cada uno corresponden nos hacen pensar más en sociedades de otro tiempo donde las diferencias de clase o raza marcaban diferencias en los derechos ciudadanos, que del momento presente.
Sorprende que en un momento histórico como el presente cuando casi todos los anhelos feministas en lo que a legislación se refiere, debieran estar relativamente colmados, el debate ideológico vaya prácticamente en exclusiva más por la vía de la represión y la propaganda, sin escrúpulo de falsear la realidad si eso sirve a sus intereses, más que por el lado del debate democrático o la pedagogía política, llegando incluso a la pretensión de que las contradicciones que una tal política produce se resuelvan en el campo masculino. Claro está que la queja tampoco la podemos llevar muy allá teniendo en cuenta la enorme cantidad de voluntarios que están dispuestos a una cosa así.
Obsérvese por ejemplo que en le debate sobre el sexismo en el lenguaje y en general en tantos debates que se abren en los diversos foros de internet algunos de ellos directísimamente relacionados con estas problemáticas la presencia masculina es ampliamente mayoritaria, no digamos ya la ausencia de pronunciamientos de este feminismo en torno a cuestiones como el fracaso escolar y tantos otros. Es también de tener en cuenta que tanto Ahige como los Foros de Mujer cerraran en los últimos meses los foros que antes mantenían abiertos al público en general.
Tengo para mí que es verdad que se están produciendo muchos cambios pero que casi ninguno tiene que ver con la igualdad, al menos con la igualdad que supone que dos partes en conflicto se ponen de acuerdo para determinar el punto medio capaz de contentar a ambas, porque en todo esto y a pesar de las proclamas sobre la pretendida superioridad del poder del hombre, lo que al final se demuestra es que el contrato que se nos propone desde el lado del feminismo es un contrato de adhesión, un contrato como esos de la banca donde todas las cláusulas están fijadas de antemano por ella y lo único que queda es tomarlo o dejarlo, pero en ningún caso discutir las condiciones.
P.D. Como creo que viene a cuento os relataré que ayer haciendo zaping me he encontrado con un programa televisivo en el que el tema eran las ministras del actual Gobierno. Estaban presentes: Carmen Calvo (ex ministra del PSOE), Ana Pastor (ex ministra del PP y actual diputada) y Matilde Fernández (ex ministra del PSOE con Felipe González). Lo cierto es que a pesar de sólo poder verlo en torno a 15 minutos fueron tantas las cosas oídas que merece la pena traer aquí alguna.
El presupuesto de partida compartido por todos, excepto un contertulio varón, del que lamento no pode dar el nombre pues lo desconozco, era que las mujeres en política están sometidas a un mayor nivel de exigencia por parte de todos: compañeros de partido, medios de comunicación, público en general… sin que pudiera faltar el consabido techo de cristal, y una larga retahíla de quejas de las que por citar alguna os diré que Carmen Calvo dijo considerarse “una maltratada”; pero no os alarméis, se refería a que por lo visto no le fue suficientemente reconocida su labor al frente del Ministerio de Cultura, particularmente haber conseguido cuatro leyes con el apoyo del PP.
Se reconoció que tanto la figura masculina como la femenina están sujetas a estereotipo, pero el tratamiento que se dio a esta cuestión fue como si la existencia de estereotipos sólo fuera molesta e inaceptable cuando se refiere a la mujer. Como el periodista varón les recordase que el criterio que él creía tenía que regir estos asuntos era el de mérito y capacidad, inmediatamente Matilde Fernández argumentó que cuando ella era estudiante los padres daban carrera superior a los chicos y dejaban a las chicas sólo con el bachillerato (circunstancia que yo no recuerdo así, pero que además está desmentida por los datos objetivos, pues desde hace ya varios años el número de mujeres con títulación superior es mayor que el de hombres, y eso más allá de que actualmente el fracaso escolar tiene rostro masculino y el 70% de las universitarias son mujeres.)
Pero si algo tuvo para mí el máximo interés fue cuando de manera implícita se reconoció la existencia del lobby femenino, que Carmen Calvo denominó pacto de solidaridad femenina, del que habló como felizmente recuperado en la actualidad después de momentos de división. La verdad me llamó la atención el desparpajo con el que se referían a esta cuestión, y desde luego me hizo preguntarme si una cuestión de esta naturaleza se puede mantener escondida y si realmente no está suponiendo un engaño al ciudadano votante que cuando cree estar dando su voto a una opción política diferenciada, en realidad desconoce que hay un pacto entre la representación femenina de los partidos, desconocido por todos.
En fin, en todo el tiempo que he seguido el programa he visto y oído un relato descarnado sobre el poder, pero ni una sola referencia a los problemas de la gente, a los problemas que ahora mismo preocupan a millones de ciudadanos, he oído hablar de más poder para las mujeres, pero ni un solo segundo de política.
La censura que la corrección política impone en los medios nos asegura que los principales argumentos del feminismo no puedan ser refutados de forma efectiva. Gracias a esto, es imposible hacer mella en esa ingenua y vaga idea presente en la sociedad de que feminismo es equivalente a igualdad, y por lo tanto cualquier medida feminista es automaticamente justa.
ResponderEliminarTienes razón en que esta es una situación muy cómoda para esas influencias feministas, y tenemos que denunciarla para intentar que deje de serla. Pero tampoco debemos olvidar quién tiene la responsabilidad última de legislar.
¿Realmente es necesario un partido feminista cuando el presidente del actual gobierno se ha definido a sí mismo como un feminista radical?
Bien es verdad que la responsabilidad del Presidente no hay quien se la quite. Ni a él, ni a su partido. Pero, como he dicho más veces, si queremos hacer un diagnóstico de la situación, lo correcto es, a mi entender, señalar el lobby que hay detrás,(agora reconocido por sus propias protagonistas), porque eso también es lo que explica la práctica unanimidad social y política con la que se ha asumido en nuestro país la ideología de género. Olvidarse de este protagonista fundamental hubiera sido a mi entender un error, pero eso no excluye las otras responsabilidades, incluida la del Presidente de quien tengo hablado en esta bitácora sea por el tema del empleo y lo que ganan mujeres y hombres, sea por la Educacion para la ciudadanía, o tantos otros, pero tengo la sensación de que este Presidente pasará y quien está detrás continuará tan fresca como una rosa si no se acierta en el diagnóstico. Un saludo
ResponderEliminarEl PP, desde luego, no tiene la más mínima intención de cambiar de trayectoria. Ya hace muchos años que Manuel Fraga (¡precisamente él!) clamaba pidiendo la "discriminación positiva" para las mujeres (y, por cierto, en la Ley de la Función Pública de Galicia, aprobada en tiempos del gobierno del PP, quedaba recogida). Y Rajoy, por su parte, no dudó en prometer impuestos menores para las mujeres.
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