Muchos de los que vivimos la transición como sujetos activos pensamos que por fin nuestro país estaba en condiciones de superar los lastres históricos que nos habían mantenido al margen de las corrientes de los países centrales de Europa en lo relativo a progreso educativo, bienestar social y democracia. Y las dos primeras décadas y sin minimizar los problemas habidos algunas de estas cosas parecían encarriladas.
Todo aquello sin embargo comenzó a envejecer a un ritmo inusitado y pronto nos vimos metidos de bruces en una sociedad “posmoderna” donde lo políticamente correcto era sagrado pero no así otras grandes cosas, igualdad, justicia, democracia, derecho a la educación y el trabajo. De repente, el profesor no podía usar el bolígrafo rojo para señalar los fallos por miedo a frustrar al alumno, pero se escondía, y se esconde, el fracaso escolar y al igual que en otros ámbitos, se impone la pretensión de que lo que haya que juzgar sean las intenciones y no los resultados.
La igualdad pasó a ser no un fenómeno cuantificable en forma de renta y riqueza o iguales derechos jurídicos y sociales, sino la percepción ideológica de un grupo social que a través de la llamada perspectiva de género establecía y establece qué se haya de entender por la misma en cada caso; la ciudadanía dejó de ser una condición que no entendía de raza, sexo o religión, para pasar convertirse en una condición fluctuante según el sujeto, aunque siempre con una clara marca de género; la democracia representativa en un ejercicio en el que los diputados no van más allá de aprietabotones; la política un juego de unos pocos que además ha olvidado la fase deliberativa y la de rendición de cuentas.
El resultado salta a la vista: una clase política que se mueve, como las moscas, de forma impredecible, e incapaz de dirigirse abierta y honestamente a la ciudadanía para explicar la verdad de una difícil situación económica -no toda fruto de la crisis financiera internacional-, o un situación educativa que no se sabe o no se quiere reconocer de lo confusos y equivocados que han sido los criterios puestos en práctica en esta materia y, en general, un ambiente social caracterizado por todo tipo de anomías y donde a quienes corresponde rehúyen su responsabilidad, lo que hace muy difícil componer una situación que permita orientar todos los esfuerzos en superar las deficiencias del sistema.
Y, ahora, os recomiendo la lectura del siguiente artículo de Cultura 3.0 con el título de: El postmodernismo ha muerto.
El Tribunal Supremo impone la custodia compartida:
ResponderEliminarhttp://www.eleconomista.es/economia/noticias/3342664/09/11/El-Supremo-impone-que-compartir-la-custodia-sea-la-solucion-general.html
Gracias Plutarco. Estamos necesitados de noticias como ésta ante un panorama tan poco alentador en tantos otros aspectos.
ResponderEliminarEs una noticia que sin duda pondrá nerviosa a la industria de género, que vive de separaciones contenciosas. Y utiliza el determinismo biológico que tanto repelús les da en otras ocasiones: la madre debe quedarse con sus hijos porque sabe cuidarles mejor de manera innata.
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