El hecho
más significativo de las sociedades de nuestro tiempo: la agenda de género y
los profundos cambios que conlleva, son por lo visto asunto privado que unas
cuantas deciden aunque sus efectos recaigan sobre todos, pero sin que, a los
que no asentimos sin parpadear, nos sea
dada ocasión de que nuestra opinión se considere.
Y, ojo,
la cuestión está planteada en unos términos que hacen que muchos, la mayoría,
ni tan siquiera se atrevan a formular preguntas. Sucede en todos los ámbitos, pero también en
un territorio en principio tan libre como el de las bitácoras, incluidas las abiertas
a temas trasversales de todo tipo, que cuando tropiezan con el género lo
entienden como un territorio vedado.
Bien es
verdad que la discrepancia con el neofeminismo se está equiparando con lo peor
y que muchos soportan con mayor estoicismo que les llamen ladrones o cosas
peores a que los puedan tildar de machistas ya no digamos maltratador o cosas
por el estilo. Lo cierto es que un tema de la sociedad civil, un tema social,
político y cultural se le está dando el tratamiento de un tabú que a las únicas que beneficia
es a quienes se han erigido en sus intérpretes.
Lo
cierto es que esta perspectiva se está imponiendo en las sociedades,
particularmente las occidentales, de
modo tal que parece que desanduviéramos todo lo recorrido desde la Ilustración
a nuestros días. Y lo está haciendo de
la peor forma posible: sin ningún tipo de balance y contrastación y ocultando sus efectos. El propósito de esta
bitácora consiste en gran medida en
recordarlo y trabajar para que esto deje de ser así.
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