Estamos tan sumergidos en la desidia y la mentira que ya casi nadie da importancia a casi nada. A la opinión pública se le acaban imponiendo tergiversaciones y falacias como si realmente fuera lo único que pudiera pasar. La verdad es un concepto que muchos han dicho que pertenecía a un pasado que conviene borrar y olvidar. En esa lucha de lo nuevo y lo viejo, la verdad parece formar parte de lo viejo.
Según la izquierda de cartón piedra que nos ha tocado, quien más ha sufrido la crisis ha sido la clase media y a ella es a quién van dirigidos sus desvelos y sus propuestas. A veces no es la clase media, sino las mujeres las principales damnificadas por lo acontecido en los últimos años. Pedro Sánchez llegó a decir que la Reforma laboral se había hecho contra ellas. Escuchando a las feministas uno sabrá que la crisis tiene rostro de niña.
Llevamos escuchando estos mensajes repetidos uno y otra vez desde el comienzo de la crisis, sin oposición, sin debate, sin que ninguno de ese verdadero pelotón de comentaristas de todo tipo en todo tipo de medios haya levantado el dedo para expresar su duda, no digamos ya, para pedir algo más de respeto a la verdad y los hechos. Vivimos en el XXI pero la opinión pública se conforma por los mismos procedimientos que en épocas hasta hace bien poco todos considerábamos oscuras.
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