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16 marzo, 2018

Nacionalismo de género



Soy de la opinión de que el feminismo posmoderno es una forma de nacionalismo con su cosmovisión binaria y maniquea de nosotras y ellos; su victimismo, la culpa de todo lo que nos pasa es de los otros; su superioridad moral y su desprecio por el otro. Algunas ensayan a colar de rondón expresiones como: Todas las personas somos feministas. Quien tenga dudas que analice el paralelismo entre lo que sucede en Cataluña y el mensaje feminista, verá que pronto se le disipan. Ambos son discursos desde la emoción y la visceralidad ante los que la racionalidad se muestra muy poco efectiva incluso cuando, como ahora sucede en Cataluña, quedan demostradas sus mentiras.

Y en ambos el objetivo declarado tiene poco que ver con el realmente buscado. Mientras se nos decía que lo que se pretendía era un mejor acomodo en España en realidad se venía trabajando desde el principio en la perspectiva del Estado propio. Roto el silencio impuesto a la mitad de la población por los gestores de la idea de un “sol poble” queda sin embargo pendiente su reconocimiento, aunque nada indica que se vaya a producir y la idea de que menos de la mitad son suficientes para decidir el futuro de todos sigue en pie. El feminismo habla de igualdad pero cada día parece más claro a la vista de muchos que en realidad la pretensión es bien otra.

Ambas son ideologías identitarias en un caso por razón del territorio y en el otro por razón de género y dada su inspiración posmoderna niegan tanto la biología como los valores ilustrados. Según ambas todos los valores son ideológicos y políticos y la ciencia y la verdad quien la establece es el Poder, por lo que lo que en realidad lo que importa es su detentación, el empoderamiento en lenguaje feminista. Ambas son construcciones sociales en marcha: en un caso de la nación y en el otro del género y para ambas el control de la educación y los instrumentos de conformación de la opinión pública son absolutamente decisivos.

Nunca la educación ha sido tan ideológica, ni nunca la frontera entre la mentira y la verdad se ha roto de forma tan escandalosa. Vivimos en el mundo de la posverdad donde lo sentido prevalece sobre los hechos, porque en este reino de la subjetividad la propia idea de hecho, objetividad, verdad… carece de cualquier significación. ¡Incluso el principio de no contradicción parece estar superado! También las ideas de simetría y reciprocidad parece que nada tengan que ver con un igualdad que mientras por un lado se proclama por el otro solo busca la ventaja y el privilegio. Véase el contenido de este enlace a modo de ejemplo.

http://www.terceracultura.net/tc/genero-y-salud-mental-importan-tambien-los-hombres/comment-page-1/#comment-43109

Con desprecio por la ciencia y el valor de los hechos: no solo sosteniendo que los sexos son construcciones sociales, también negando valor a los datos y la contrastación empírica. Google explica que es imposible la discriminación salarial femenina en su empresa porque las retribuciones las establece un algoritmo en el que no está la variable sexo, la inspección de trabajo después de perseguirla durante años en miles de empresas no encuentra situaciones que pudieran interpretarse como discriminación femenina, pero nada de eso importa. La verdad es una convicción o una querencia contra la que nada pueden hacer ni la razón, ni la lógica, ni los datos.

Es como si nos hubiesen privado a todos de la capacidad de pensar y razonar y a fuerza de oír una y otra vez eslóganes que se repiten año tras año ya no importase ni tan siquiera preguntarse si son verdad, exigir incluso su demostración. Nada de eso parece pertinente en los temas de género donde lo que no se explica como verdad “sentida” se nos impone a fuerza de repetición. Que no se acabe de ver cómo se las arregla el mercado para discriminar a las mujeres, ni por qué rendija se cuela la variable sexo en las retribuciones, ni por qué no acaban de encontrar esa discriminación los inspectores de trabajo, cuando todos esos instrumentos se muestran eficaces en la detección de otros incumplimientos e ilegalidades, parece no importar nada. Nada más firme que un prejuicio bien asentado.

Sorprende todavía más ese fanatismo ideológico en quienes consideran al mercado como el más neutral de los mecanismos de fijación de precios, y después de comprobado el completo fracaso de la planificación centralizada. Porque es el mercado quien acaba fijando las remuneraciones de hombres y mujeres en el sector privado que es a estos efectos el sector que interesa porque solo las más extremistas ven también discriminación en los sueldos de los funcionarios. Pero digo más si hombres y mujeres debemos cobrar lo mismo, por qué no los mismos sueldos para madrileños y extremeños o para maestros y fontaneros o albañiles o camareros…

Y por supuesto en esa concepción binaria del mundo ambas necesitan un enemigo a quien hacer culpable de todos sus males, en un caso el Estado español, en el otro los hombres. El juego de luces y sombras que todo comportamiento humano acaba constituyendo se resuelve con extraordinaria facilidad: todas las sombras pertenecen “a ellos” “los otros” mientras que “nos” “nosotras” representamos la luz y el bien. El maniqueísmo de buenas y malos, la pretensión de identificar lo masculino con lo tóxico y lo femenino con la bondad y el bien, se hace patente en cada uno de sus actos. Que se pretenda que los comportamientos punibles de las mujeres son responsabilidad de los hombres de su entorno o que queden excluidas de la cárcel no son más que la prueba más clara de esta intención.

https://evolucionyneurociencias.blogspot.com.es/2017/12/el-libre-albedrio-de-las-mujeres.html

Tiene razón Cayetana Álvarez de Toledo cuando denuncia la pretensión de este movimiento de convertir a las mujeres en menores de edad, a las que no solo se les niega su individualidad y por eso mismo sus derechos como personas, sino que además se les impone qué está bien y qué está mal. Lo importante es la pertenencia al grupo, a uno de esos dos teóricos bloques en que han convertido los sexos, con negación de la común humanidad. Solo desde ese artificio negador de la naturaleza humana, es posible concebir a los sexos como construcciones sociales en los que sus diferencias responden a meras convicciones sociales, por eso mismo perfectamente intercambiables.

Pretender que hombres y mujeres podemos ser idénticos y que por ello mismo habremos de estar empatados en premios literarios y artísticos, en el sueldo que cobramos y en general en todas los ámbitos de la sociedad y la vida no es más que una pretensión absurda condenada al fracaso, como por otro lado demuestran reiteradamente los hechos, pero es que si además quien eso proclama lo hace disimulando las ventajas propias en determinados ámbitos y las desventajas del otro en otros tantos, además de absurda resulta un completo fraude intelectual y moral.

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