Sabido es que la ideología donde primero
se manifiesta es en la elección de los temas. Siguiendo las informaciones de
género en los medios y la red uno se encuentra cosas realmente vistosas:
redactadas en estilo académico y llenas de gráficos, citas e incluso
bibliografía, pero para concluir cosas tan resabidas y, desmentidas por la
realidad, como la pretendida discriminación salarial femenina, que para no
pillarse los dedos terminan denominando brecha salarial, como si solo hubiese
una, y no cientos, afectando por igual a ambos sexos. Aquí se repite lo que ya
sucediera con la violencia, de la que hay múltiples formas con distintos
sujetos activos y pasivos, pero solo una
merece una atención especial y preferente: la de género. Con lo que quizá
debiéramos comenzar a considerar seriamente la paradoja de que el feminismo hable
de igualdad pero proceda siempre por
diferencia.
Y aunque en nuestro país las cuentas
públicas están sometidas a impacto de género, nada sabemos sobre cómo se
reparten por sexos esos recursos, qué criterio se aplica para confeccionar el
catálogo de prestaciones de la seguridad social, o si no sería necesario tener
en cuenta, además de lo cotizado, la
diferente esperanza de vida en el ámbito de las pensiones, ni para cuándo una
norma de acceso equilibrado a la Administración pública, o el porqué de la
ausencia de un plan nacional de prevención del suicidio y seguimiento de las
personas con enfermedad mental grave, para evitar todos esos sucesos con que,
de cuando en cuando nos encontramos en la prensa, de personas que causan grave
daño a su entorno, incluida la muerte, por falta de un seguimiento adecuado o
que sencillamente no han tomado la medicación. Ni por qué, si de verdad se
quieren evitar los roles y los estereotipos, la Dependencia se pone en manos prácticamente
en exclusiva de mujeres, y desde la administración pública se discrimina a los
varones para determinados puestos en relación con ella y otros ámbitos
considerados femeninos.
También me llaman la atención esos
artículos llenos de paternalismo, muchos de ellos escritos por varones, sobre
la tiranía de la moda a que vivirían sometidas las mujeres por culpa del
patriarcado. Tiranía que las obligaría a estar siempre bellas y pendientes de sus
dictados, a someterse a arriesgadas operaciones de cirugía estética y a
costosos y dolorosos regímenes de adelgazamiento –en momentos así no puedo
dejar de pensar en las infinitas burlas a que da lugar la barriga cervecera de
tantos varones y a preguntarme cuánto pueda tener de ejercicio de
autodeterminación personal- o al eterno y parece que irresoluble conflicto de
las tallas que ha llegado al punto de que un Ministerio se haya gastado unos
buenos dineros de todos que al final que no han servido para nada porque todo
sigue igual, pero fue atendido como una urgente necesidad. Pareciera que los
espectadores fuéramos los verdaderos culpables de que Cristina Pedroche luciera
en Nochevieja el vestido que lució y no otro, y los varones de las fallidas
operaciones de cirugía estética de algunas estrellas de Hollywood
Y qué decir de los sesudos estudios que
concluyen que si hay mayor número de varones en la dirección de empresas y los
consejos de administración es por puro nepotismo de sexo, por supuesto sin una
sola referencia a la tupida red de relaciones del lobby feminista, ni con qué
porcentajes de hombres y mujeres se están cubriendo los puestos de la
Administración y, olvidando la experiencia noruega. “Pandilleo varonil”, lo denominaba
recientemente un artículo en El País. Ya se sabe que en las referencias a los hombres
la posibilidad de ofensa está descartada. Claro que al analizar por qué las
mujeres promueven y participan menos en blogs políticos lo que salga a relucir
sea: la socialización diferenciada de hombres y mujeres, y finalmente descubramos que no pasan menos
horas al ordenador sino que sus temas son otros: cuestiones de género, comida,
familia, moda, salud y, a esas alturas, uno se quede con ganas de preguntar si
los verdaderos discriminados no serán ellos que debieran dedicar más tiempo a su propio bienestar: cuestiones
como el género, la salud y otras, y las
verdaderas beneficiadas ellas que prestando menos atención a lo público, a lo
de todos, el recurso al patriarcado siempre las exculpará.
Lo cierto es que el feminismo lleva más
de 150 años persiguiendo una “igualdad” que, a cada paso parece alejarse más,
si hemos de tener en cuenta lo que sus portavoces dicen, y sin que, al parecer,
quepa formular públicamente la pregunta
de si lo que ocurre pueda ser que no la están planteando bien y en realidad
corren tras un fantasma, y buscan el imposible de una igualdad en la que
hombres y mujeres serían perfectamente intercambiables: trabajarían en los mismos empleos,
descollarían en las mismas artes y recibirían el mismo número de premios Nobel,
pero también que el propio victimismo feminista haga imposible cualquier
estación término porque siempre surgirán motivos por los que quejarse desde: ¡lamentar que las mujeres no puedan explotar
su capital erótico como lo hacen los hombres!, hasta quejarse de lo que ganan los actores,
pero callar sobre lo que ingresan modelos y cantantes, por ejemplo, Gisele
Bündche, Lady Gaga o tantas otras.
Los
supuestos de partida del feminismo de género son tan endebles como interesados
y olvidan que hombres y mujeres estamos sometidos a presiones externas y a
decisiones personales que quizá no sean
las mismas para unos y otras, pero que
los planteamientos hoy al uso, atribuyendo todo lo que no que no les gusta a
las mujeres a imposición masculina y a estricta responsabilidad individual lo peor
de la condición masculina, son francamente infumables. Resituar el tema en unas
coordenadas razonables debiera ser tarea de todos, aunque tal como están hoy
las cosas y la “correlación de fuerzas” existente, ya que hoy por hoy se trata
netamente de una cuestión política, me da la impresión de que eso solo sucederá
cuando los hombres reflexionen y tomen conciencia de su propia condición.
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