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13 marzo, 2015

La izquierda matriarcal

La izquierda europea está en crisis. Y en nuestro país lo está de forma muy acusada. Incapaz de incorporar a su acervo las grandes transformaciones de las últimas décadas no solo ha ido arrinconando sus objetivos históricos: igualdad, ascensor social, internacionalismo, ilustración, igualdad de derechos… sino que en buena medida les ha ido dando la vuelta a casi todos.

Después de 30 años de importantísima presencia en sus gobiernos el balance no es positivo, la desigualdad social es un fenómeno creciente incluso en sociedades con tan grandes logros  como Suecia, el ascensor social está detenido en la planta baja, lo del internacionalismo se ha vuelto nacionalismo en muchas de sus comunidades, los derechos civiles están sufriendo un gravísimo deterioro  en conquistas históricas como la igualdad jurídica o la presunción de inocencia y sus relaciones con la ciencia son cada día son de mayor distanciamiento y desconfianza por abrazar sin recato los postulados culturalistas.

Y aunque la percepción social de estas cosas sea muy difusa, todo lo anterior se ha transformado en un pérdida de liderazgo social y cultural muy acusadas y  en una huída hacia delante que en algunos de sus posicionamientos  la ha llevado a considerar que la democracia española: o no lo es, o lo es de forma muy deficiente, pero que Venezuela es un Estado de Derecho. Y, en general, en subirse a la cresta de todas las olas sociales sean estas las que sean: nacionalismo en Cataluña y País Vasco, cultivo del regionalismo en Andalucía, promoción de  todo tipo de mareas… y, en todas sus formulaciones, adhesión sin límites a los postulados del feminismo de género.

La situación es tan chocante, que en pleno siglo XXI parten de ella las posiciones más intransigentes en relación con la custodia compartida y el apoyo ciego a todo lo que se apellide género, o formulaciones tan ajustadas a los intereses de la burguesía como ese estado libre que propone ICV en Cataluña, lo que le permitiría saltarse los inconvenientes de la salida de la U.E. y el euro al tiempo que garantizaría la renuncia a la solidaridad con el resto de los españoles, un poco lo que de otro modo viene sucediendo con el estatus actual del País Vasco, estatus que jamás ha sido cuestionado por esa izquierda que se llena la boca permanentemente con la palabra solidaridad. 

Pero he decidido titular la entrada: La izquierda matriarcal, porque las mujeres y el neofeminismo constituyen hoy el sujeto con mayor capacidad para condicionar todas las políticas sociales: educación, mercado laboral, cultura en la mayor parte de sus formulaciones y, por supuesto, el mundo de las organizaciones sociales y políticas y que, como he dicho más arriba la izquierda ha decidido abrazar ciegamente y sin valorar todas sus consecuencias.  Presa de esta situación se está mostrando incapaz de promover una reforma educativa, que no solo tenga en cuenta que el fracaso escolar se está concentrando en los hijos de las clases bajas y los varones, sino que ha perdido su capacidad como ascensor social. Y por supuesto esa reforma no consiste en anunciar que si se gobierna se incrementará el presupuesto educativo, porque el fracaso del modelo va mucho más allá de unos recursos insuficientes y un mero incremento bien puede conducir a agrandar las brechas  hoy existentes.

Y de forma más general en el mantenimiento y extensión de las grandes líneas de un estado de bienestar que se está demostrando incapaz de llegar a todos y del que, en gran medida,  quedan excluidos  sectores enteros de la población como los parados o los jóvenes. La izquierda, en el mercado laboral, y de modo diferencial en nuestro país,  se ha demostrado la mejor valedora de los que tienen frente a quienes no tienen, y en lo relativo al estado del bienestar otro tanto de lo mismo. Apoyar lo que diga la gente en muchos casos se traduce  en apoyar a quien ya tiene, a quien es capaz de hacer oír su voz por encima de las demás, a quien goza de resortes para acceder con más facilidad a los medios de comunicación o a quienes gozan de una mayor presencia y ascendencia en las organizaciones  sociales y políticas. Y eso vale tanto para las políticas sociales y de “género” como para las territoriales. 


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