La izquierda europea está en crisis. Y en
nuestro país lo está de forma muy acusada. Incapaz de incorporar a su acervo
las grandes transformaciones de las últimas décadas no solo ha ido arrinconando
sus objetivos históricos: igualdad, ascensor social, internacionalismo,
ilustración, igualdad de derechos… sino que en buena medida les ha ido dando la
vuelta a casi todos.
Después de 30 años de importantísima
presencia en sus gobiernos el balance no es positivo, la desigualdad social es
un fenómeno creciente incluso en sociedades con tan grandes logros como Suecia, el ascensor social está detenido en la planta baja, lo del
internacionalismo se ha vuelto nacionalismo en muchas de sus comunidades, los
derechos civiles están sufriendo un gravísimo deterioro en conquistas históricas como la igualdad
jurídica o la presunción de inocencia y sus relaciones con la ciencia son cada
día son de mayor distanciamiento y desconfianza por abrazar sin recato los
postulados culturalistas.
Y aunque la percepción social de estas
cosas sea muy difusa, todo lo anterior se ha transformado en un pérdida de
liderazgo social y cultural muy acusadas y en una huída hacia delante que en algunos de
sus posicionamientos la ha llevado a
considerar que la democracia española: o no lo es, o lo es de forma muy
deficiente, pero que Venezuela es un Estado de Derecho. Y, en general, en
subirse a la cresta de todas las olas sociales sean estas las que sean:
nacionalismo en Cataluña y País Vasco, cultivo del regionalismo en Andalucía, promoción
de todo tipo de mareas… y, en todas sus
formulaciones, adhesión sin límites a los postulados del feminismo de género.
La situación es tan chocante, que en pleno
siglo XXI parten de ella las posiciones más intransigentes en relación con la
custodia compartida y el apoyo ciego a todo lo que se apellide género, o
formulaciones tan ajustadas a los intereses de la burguesía como ese estado
libre que propone ICV en Cataluña, lo que le permitiría saltarse los
inconvenientes de la salida de la U.E. y el euro al tiempo que garantizaría la
renuncia a la solidaridad con el resto de los españoles, un poco lo que de otro
modo viene sucediendo con el estatus actual del País Vasco, estatus que jamás
ha sido cuestionado por esa izquierda que se llena la boca permanentemente con
la palabra solidaridad.
Pero he decidido titular la entrada: La
izquierda matriarcal, porque las mujeres y el neofeminismo constituyen hoy el
sujeto con mayor capacidad para condicionar todas las políticas sociales:
educación, mercado laboral, cultura en la mayor parte de sus formulaciones y, por supuesto, el mundo de las
organizaciones sociales y políticas y que, como he dicho más arriba la
izquierda ha decidido abrazar ciegamente y sin valorar todas sus consecuencias. Presa de esta situación se está mostrando
incapaz de promover una reforma educativa, que no solo tenga en cuenta que el
fracaso escolar se está concentrando en los hijos de las clases bajas y los
varones, sino que ha perdido su capacidad como ascensor social. Y por supuesto
esa reforma no consiste en anunciar que si se gobierna se incrementará el
presupuesto educativo, porque el fracaso del modelo va mucho más allá de unos
recursos insuficientes y un mero incremento bien puede conducir a agrandar las
brechas hoy existentes.
Y de forma más general en el
mantenimiento y extensión de las grandes líneas de un estado de bienestar que
se está demostrando incapaz de llegar a todos y del que, en gran medida, quedan excluidos sectores enteros de la población como los
parados o los jóvenes. La izquierda, en el mercado laboral, y de modo
diferencial en nuestro país, se ha demostrado
la mejor valedora de los que tienen frente a quienes no tienen, y en lo
relativo al estado del bienestar otro tanto de lo mismo. Apoyar lo que diga la
gente en muchos casos se traduce en
apoyar a quien ya tiene, a quien es capaz de hacer oír su voz por encima de las
demás, a quien goza de resortes para acceder con más facilidad a los medios de
comunicación o a quienes gozan de una mayor presencia y ascendencia en las
organizaciones sociales y políticas. Y
eso vale tanto para las políticas sociales y de “género” como para las
territoriales.
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