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25 agosto, 2015

El Neofeminismo y los hombres

Cuando hace diez años puse en marcha este blog estaba muy lejos de saber cuánto derivaría en solo unos pocos años la temática de género. Y aún cuando ya me parecía bastante alarmante lo que sucedía, en modo alguno era capaz de suponer cuánto más habría de crecer mi capacidad para la sorpresa. En mi imaginario el movimiento feminista estaba compuesto por mujeres de carne y hueso que seguramente no tendrían inconveniente en debatir en un espacio como el de un blog y sacarme de mi desconocimiento si ese era el caso. Aun debería haber espacio para la deliberación y el contraste de opiniones, así había sucedido siempre y en aquel momento no debería ser algo diferente. Pero lo cierto es que eso propiamente no llegó a pasar nunca.

Claro que no conocía en profundidad algunas de las cosas que habían sucedido en el movimiento feminista de las últimas décadas y su radicalización, al decidir situar al hombre como su enemigo, ni imaginaba las repercusiones que tendría un hecho de mucha mayor trascendencia y que está en la base de casi todo lo que hoy ocurre alrededor de este tema: la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995) auspiciada por la ONU y en la que 189 gobiernos adoptaron la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing con los siguientes doce puntos que, aunque en su formulación parecen bastante planos, en su desarrollo nos conducirían a la situación en que nos encontramos. Los doce puntos son:

  1. La pobreza que pesa sobre la mujer.
  2. El acceso desigual a la educación y la insuficiencia de las oportunidades educacionales
  3. La mujer y la salud.
  4. La violencia contra la mujer.
  5. Los efectos de los conflictos armados en la mujer.
  6. La desigualdad en la participación de la mujer en la definición en las estructuras y políticas económicas y en el proceso de producción.
  7. La desigualdad en el ejercicio del poder y en la adopción de decisiones.
  8. La falta de mecanismos suficientes para promover el adelanto de la mujer.
  9. La falta de conciencia de los derechos humanos de la mujer internacional y nacionalmente reconocidos y de dedicación a dichos derechos.
  10. La movilización insuficiente de los medios de información para promover la contribución de la mujer a la sociedad.
  11. La falta de reconocimiento suficiente y de apoyo al aporte de la mujer a la gestión de los recursos naturales y a la protección del medio ambiente.
  12. La niña.
Porque a partir de ese momento es como si se hubiese decretado que el hombre no existiese como sujeto de atención y, lo que es más cierto, el feminismo pasaría a ser otra cosa - de ahí que yo prefiera llamar a lo que sucede desde entonces neofeminismo- un movimiento institucional que partiendo de la ONU irradia su acción en cascada a todas las instituciones y los Estados, incluidos para nuestro caso la U.E., el Gobierno de España, las comunidades autónomas y en general todas las instituciones públicas, también muchas del ámbito privado, entre ellas los medios de comunicación, desatando en casos como el nuestro, más hambriento de reconocimiento internacional - así al menos lo entendió Zapatero-, una verdadera carrera por ver quien llegaba más lejos, hasta el punto de que los primeros sorprendidos eran los propios diputados “obligados” a votar propuestas nunca antes discutidas como cuando se impuso la paridad por ley.
Y no es que el movimiento feminista y las asociaciones hayan perdido influencia, todo lo contrario, se vieron claramente reforzados, sino que la dialéctica en torno a la igualdad se situó en un nivel diferente. Los objetivos de la conferencia lo eran de los Estados y es desde ellos y con toda su fuerza que se toman las decisiones concernientes a los mismos. La profusión legislativa de los Gobiernos de Zapatero en relación con estos temas, es ahí donde se hace necesario contextualizarla. Pero también que la dinámica desatada desde ese momento ya no tenga como protagonistas exclusivos al movimiento feminista, sino que extiende su radio de acción al conjunto de la sociedad sin importar el sexo, hasta el punto de que buena parte de sus protagonistas destacados sean varones o que las leyes que desarrollan esos objetivos hayan sido aprobadas por Parlamentos de mayoría masculina.
Los que nos oponemos a esta deriva deberíamos prestar más atención a esta realidad. Es desde lo jurídico y las leyes que todos estos cambios se están promoviendo en un juego combinado de las acciones de los Gobiernos desde arriba y el movimiento feminista y de las asociaciones de mujeres desde todos los ámbitos en que tienen presencia, que sin duda son muchos más de los que se quiere reconocer. Pero algo así tiene sus claras limitaciones y genera no pocos problemas, tantas como pretender que la situación de los cinco millones de parados se resolverá con una reforma del Estatuto de los trabajadores, o que basta una Ley educativa para resolver los malos resultados de los estudiantes olvidando conocer lo que finalmente ocurre en las aulas.
Lo cierto es que subidas a esa ola y sin considerar que la prosecución de esos objetivos debería tener una geografía de aplicación que diferenciase el mundo musulmán de otras realidades culturales y sociales, las necesidades educativas de las africanas de las de otras latitudes, o la misma realidad de clase, se impuso la visión de que la mujer era una, perteneciese a la clase que perteneciese y se encontrase donde se encontrase, lo que en nuestro país condujo a operar como si cada uno de esos objetivos debiera tener una traslación literal a nuestro legislación procediéndose a privilegiar la posición de la mujer en cada uno de ellos en una tabla rasa que prescindía del punto de partida y como si, por ejemplo, el acceso a los recursos educativos y sanitarios con anterioridad fuese distinto para ellas que para ellos.
Y para enfatizar el compromiso del Gobierno de aquel momento se aprobó una Ley contra la violencia de género de las más duras del mundo, aun cuando en ese momento ocupábamos en la tabla uno de los niveles más bajos, a mucha distancia de algunos de nuestros vecinos. A ella seguirían otros posicionamientos en relación con el divorcio, la custodia compartida o la negación del SAP que claramente ponían de manifiesto el derrotero a seguir. Todo ello sin miramientos sobre si se ponían en riesgo importantes derechos o si con la aplicación de las mismas se derivaría en desigualdad y discriminación hacia el varón. Los objetivos políticos mandaban y se iniciaba una carrera para no poner en riesgo las expectativas electorales de las que nadie quería quedar descolgado. Más tarde el Tribunal Constitucional y el Supremo corregirían algunas de estas posiciones.
Lo que ha sucedido recientemente con el eurodiputado López Aguilar debiera conducirlos: a él y su partido a una reflexión, pero a tenor de los posicionamientos de Pedro Sánchez y Carmen Montón nada indica que algo de eso se vaya a producir. Es la reducción de todo a la política. Como igualmente llamativo resulta cuánto se parecen los lamentos de Errejón y Juncker por el escaso número de mujeres que acceden a los órganos de dirección de las instituciones de que forman parte. Será quizá uno de los escasos momentos en que un democristiano europeísta y un militante de Podemos coincidan. Pero sorprende también que eso no les lleve a una reflexión más profunda para indagar el por qué esto es así y si basta con lamentarlo, echar la culpa a los estereotipos o lo que es más frecuente culpar directamente a los hombres.
Como también que desde ese momento y si para cada uno de los objetivos perseguidos la posición del hombre fuese mejor que la de la mujer y careciese de algún tipo de necesidad específica: pienso por ejemplo en el fracaso escolar masculino, el suicidio y tantos otros, se ha procedido como si no existiesen. Y por si lo anterior no fuese suficiente la imagen del hombre no ha dejado de ser vapuleada sin piedad hasta el punto de que lo que con más frecuencia se nos presenta es un ser violento y dominante incapaz para la empatía y el cuidado, cuando no como un incompetente para casi todo. La relectura de la historia que nos proponen va también en esa dirección. En pocos años se ha cavado un importante foso de separación entre mujeres y hombres lo que no deja de traslucirse en la dificultad para el compromiso o la frecuencia de ruptura de las relaciones matrimoniales. La desconfianza entre los sexos no para de crecer y aquel pretendido avance de civilización que nos haría más iguales parece arrumbado al baúl de los recuerdos.
Pero es que si vemos la cuestión desde el prisma de los objetivos históricos del feminismo el panorama no es mejor. Preguntémonos en qué está quedando aquella pretendida superación de roles masculino y femenino que a tanta literatura feminista dio lugar y tanto pie a fustigar el hombre a cuenta de la sociedad patriarcal. Fijémonos en qué está quedando aquello de las tareas de protección y del cuidado ¿Se ha avanzado algo en ese terreno o se ha cronificado y no hay solución? Mientras las tareas de protección: ejército, policía, bomberos... sigue sustantivamente en manos de los hombres, nuestra sociedad a través del Estado ha decidido poner en manos de las mujeres las tareas de la educación y el cuidado: sea en la guardería, la escuela infantil y primaria, la sanidad, el cuidado de los mayores o la dependencia... desde la cuna a la tumba la educación -al menos en las primeras etapas de la vida- y el cuidado se residencia en las mujeres. Lo que unido a su papel en las nuevas formas de familia, particularmente las monoparentales, hace que el hombre nunca estuviera más alejado de ellas que ahora. Mientras tanto las tasas de natalidad se sitúan entre las más bajas del mundo y la mitad de las familias monoparentales en el nivel de la pobreza.

Todo ello en un contexto como he analizado aquí en el que las desigualdades de todo tipo: educativas, económicas, territoriales, no dejan de crecer. Y hoy me gustaría recordar las educativas, el llamativo y preocupante dato de que nuestro sistema educativo ha parido una medio generación en la que junto a un 39 % de jóvenes de entre 25 y 34 años con estudios universitarios convive un 35% de esos mismos jóvenes que en su inmensa mayoría no alcanzan la ESO, porque el índice de fracaso escolar para todos los años de su escolarización se situó por encima del 30%. La desigualdad económica separa pero la educativa no lo hace menos y un país como el nuestro en modo alguno se lo debiera permitir, aunque escasísimos sean los líderes políticos que han decidido prestar alguna atención a esta cuestión. La inmensa mayoría de los que carecen de ese capital cultural son varones. Beijing merecía otra lectura. Hasta el presente no ha sucedido y lo que asoma por el horizonte no parece que vaya en mejor dirección.

1 comentario:

  1. Anónimo11:59 a. m.

    " Como igualmente llamativo resulta cuánto se parecen los lamentos de Errejón y Juncker por el escaso número de mujeres que acceden a los órganos de dirección de las instituciones de que forman parte. Será quizá uno de los escasos momentos en que un democristiano europeísta y un militante de Podemos coincidan." (Emilio Prieto)

    Yo creo que hay otra cosa en la que coinciden, y que puede explicarlo todo. Tanto Errejón como Juncker son miembros de las élites sociales. El primero con look de joven izquierdista radical, y el segundo con las ideas más sentadas por el paso del tiempo. Y el feminismo, no lo olvidemos, no es cosa de las señoras de la limpieza, sino de hombres y mujeres de clase alta.

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