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15 febrero, 2014

El centro y la periferia de los sexos (II)

Con todo esto decía el feminismo que quería acabar. Hombres y mujeres para ser iguales deberían transitar los mismos espacios, estar en los mismos lugares, vivir experiencias semejantes, romper el círculo de lo público y lo privado, de la casa y el exterior a la misma, homogeneizar las posibilidades de acceso a oficios y ocupaciones, a los espacios de trabajo y de recreo, al mundo de la familia y el mundo del trabajo. Y a esta idea de igualdad se apuntaron los partidos de izquierda, sobre todo a partir del fracaso de otros intentos de una igualdad colectivizada fallidos. Ahora lo hacen también los de la derecha porque el espacio político a ganar es el femenino, el masculino parece estár amortizado.

Pero, como la hidra de múltiples  cabezas, y con la misma capacidad que ella  las regenera, vemos la reproducción de ese centro y esa periferia con los mismos protagonistas ocupando los lugares correspondientes: ellas en el centro y ellos en la periferia. Bien es verdad que ahora esto sucede luego de que se hubiese presentado ese centro como el lugar donde se confinaba a las mujeres y se perpetraba la discriminación por sexo. Después de que la casa y los hijos  se presentasen como la carga con la que la naturaleza y los hombres habían castigado a las mujeres para evitar su progreso y su realización. Y una importante diferencia: aunque no faltan intentos  de culpar al varón de que las cosas sean así, de esta vuelta ese intento  resultará un poco más difícil.

En esta sociedad posmoderna el centro sigue siendo de las madres y las mujeres, al menos, con la misma fuerza que lo han sido siempre. Tanto que para multitud de niños la figura del padre, incluso del varón, es un personaje desconocido con el que solo se comienzan a tropezar de verdad cuando han concluido su infancia. Pero no solo eso, es que las ocupaciones de las mujeres buscan mantener en exclusiva ese vínculo con los hijos, con ese centro: guardería, jardín de infancia, escuela… y más allá: sanidad, derecho de familia, atención sanitaria y cuidados personales, todo lo relacionado con la comunicación, administraciones y sector servicios, dejando para el varón las ocupaciones con las máquinas y las cosas, con los espacios menos poblados por las personas, con los espacios más impersonales de las instituciones y siempre siendo el sacrificado en la relación con ese centro.

Tanto que su reflejo en las ocupaciones y profesiones es marcadamente marcado: maestra,  sanitaria, profesional del derecho de familia, psicóloga, periodista o comunicadora, dependienta, profesional de servicios de cuidado…  mientras por el otro lado nos encontramos al profesional de cualquier oficio: al albañil, el fontanero,  el marinero, al arquitecto, el ingeniero, el informático, el militar, el  bombero… y hasta tiene su reflejo en los campus universitarios: carreras de letras y de la salud para ellas, técnicas y de ciencias puras para ellas, físicos por un lado y psicólogas o maestras por otro. Y por supuesto, el enfoque de género reservado a ellas ya que en ellos ha de ser obligada una estricta neutralidad.  Y aquí hay que destacar la desaparición del imaginario colectivo de todos esos millones de trabajadores manuales, de los que si acaso oímos hablar es en relación con algún suceso desgraciado, pero nada sabemos sobre sus deseos o inquietudes.

Hasta tal punto que hay espacios como la escuela, la sanidad, la administración pública, los trabajos administrativos, los servicios de salud y cuidado, grandes franjas de los medios de comunicación,  en los que la presencia del varón se han convertido en verdaderamente residuales y en las que ya solo están representados en las cohortes de mayor edad  de tal modo que cuando se produzca el relevo por jubilación su presencia todavía menguará mucho más, sino desaparece. El proceso de feminización de la administración pública es tan acelerado que prácticamente todos los puestos de nueva creación están siendo ocupados por mujeres, sin que a nadie llame a escándalo y sin que la proclamada  paridad tan reclamada en tantas otras ocasiones aparezca ni mencionada.  En este terreno el modelo sueco por comparación con el nuestro sigue estando situado del lado del Paraíso.

Pero también, son ya demasiados los espacios en los que la presencia masculina esté concebida como la de una clase “operaria”. Llama la atención que incluso en los sectores más masculinizados, los trabajos de oficina y las portavocías las hayan de desempeñar las mujeres, y así, quien anuncia y comenta a los medios una gran redada  para desarticular ésta o aquella organización criminal  deba ser una mujer policía, o que determinados ámbitos de la comunicación los hayan de ocupar ellas con exclusividad y en exclusiva, por no mencionar todas esas profesiones y oficios que las mujeres han renunciado a ocupar sin el menor reproche social y en las que al parecer no se produce problema porque las ocupen en su práctica totalidad los varones.

Este sucinto recorrido por la realidad de los sexos no solo contradice ampliamente los objetivos de igualdad anunciados por el feminismo de ayer y de hoy, también que esta es la dinámica y la estrategia que el neofeminismo está imponiendo y  apelar en el presente al poder patriarcal para explicar que esto esté siendo así resulta grotesco. Se hace por tanto necesario revisar toda la mitología femenina de una pretendida igualdad tan proclamada en las palabras  como negada en los hechos y decir sin ambages que si el objetivo del feminismo era acabar con los roles y los estereotipos de “género” el fracaso no puede ser más rotundo y lo que de una forma más indubitable se nos ofrece es una reproducción de los mismos, en otra escala, con un centro y una periferia con distintos límites, pero la misma marca de género.  

Pueden contarnos y opinar lo que quieran pero la realidad de los hechos es que este es el camino que estamos transitando y en el que el dibujo de la exclusividad se hace cada día más fuerte. Ya pueden contarnos que la igualdad nos sigue aguardando a la vuelta de la esquina, que lo cierto es que la delimitación de territorios se hace cada vez más fuerte y la forma de ocupar los espacios desde el lado femenino parece cada vez menos reversible, valiéndose eso sí de cuantos recursos han puesto las sociedades a su servicio a través de las políticas de género y la conversión de la figura del varón en un personaje del que, como mínimo, conviene tomar precauciones. 

2 comentarios:

  1. Este documental noruego (subtitulado al español), describía un fenómeno similar en su país:

    http://www.youtube.com/watch?v=390NSIpYJ4A

    Cuanto más próspera y abierta era Noruega, las mujeres optaban por ocupaciones tradicionales en mayor número. Su respuesta a esta "paradoja sexual" fue más razonable (o como mínimo mejor razonada) que las explicaciones dogmáticas que siempre vienen a decir lo mismo para seguir implementando políticas desiguales y de paso justificar sus salarios y ayudas.

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  2. Lo conocía Carlos, hemos comentado ese vídeo en esta bitácora en más de una ocasión. Y parece que ha tenido un efecto positivo en las sociedades del norte de Europa que ha llevado a que diferentes gobiernos de los países escandinavos hayan retirado algunas de las jugosas subvenciones con las que venian financiando los estudios de género desde la universidad y las instituciones. Pero, más allá de eso incide de pleno en lo que trato de abordar en esta entrada y la terrible ilusión en que nos mantienen paralizados unos pretendidos planteamientos progresistas e igualitarios. En Noruega el nivel de queja ha llegado al extremo de que lo que más recientemente denuncian es que el empleo femenino a tiempo parcial y público (al que yo no dudaría en calificar de lujo) sigue siendo una muestra de discriminación femenina ya que las aparta del mundo laboral más privado. Francamente sería para considerarlo una queja caprichosa y de gente mimada, pero esto no se puede decir porque evidentemente se estaría incurriendo en discriminación de género.

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