Leyendo
la prensa me te tropezado con estas dos informaciones:
“El canon es indisociable del prestigio. En este ámbito y en
el de mayor poder es donde se mide la magnitud de la invisibilidad de las
féminas en la cultura. La autoridad y la influencia tienen sillas en los
jurados, en las organizaciones, en las diversas academias y, por supuesto, en
la gestión de los presupuestos culturales. Los premios son un termómetro de las
consecuencias de este mal. El de cinematografía solo lo tienen seis mujeres
(15%) desde su creación, en 1980. Todas por su trabajo como actrices, según el
informe del Ministerio de Cultura.”
Esto es lo que escribía la Defensora
de la igualdad en El Periódico de Cataluña el día 2 y esto es lo escribe María Sahuquillo en El País de hoy:
“Solo 15
de las 60 víctimas de la violencia machista en 2011 habían presentado
denuncia.”
Y sobre ese vacío de explicación
pretenden que discurra el debate sobre el género. Mejor, pretenden evitar que
cualquier debate sobre el género sea posible, máxime si tenemos en cuenta que
algún extraño mecanismo les impide ver otras desigualdades, particularmente
aquellas que afectan al varón. Por eso quizá merezca la pena esta cita de
Steven Pinker que a su vez cita a la feminista B. Friedan:
“Aunque
el movimiento femenino ha empezado a conseguir la igualdad para las mujeres en
muchas medidas económicas y políticas, la victoria sigue siendo incompleta.
Para tomar dos de los indicadores más simples y evidentes: las mujeres siguen
ganando no más de 72 centavos por cada
dólar que ganan los hombres, y estamos muy lejos de la igualdad numérica
en los centros de toma de decisiones de las empresas, el gobierno o las
profesiones” B. Friedan, «The future of feminism», Free Inquiry, verano de
1999. Citada por Steven Pinker en “La tabla rasa”.
En muchas ocasiones hemos hablado, y
han hablado otros, de los sueldos de las
mujeres y los hombres por lo que no volveré a referirme al asunto. También recientemente
he dedicado una entrada al famoso: techo de cristal, que quienes siguen la
evolución de la mujer en el mercado laboral todavía no han encontrado. Pero continuemos
con un poco más de Steven Pinker:
Científicos
e ingenieros abordan el tema desde la perspectiva de la hipótesis de la
«tubería agujereada*». Aunque las mujeres constituyen el 60% de los
alumnos universitarios, y más o menos la mitad de los que se especializan en
muchos campos de la ciencia, el porcentaje de las que pasan a la siguiente fase
profesional disminuye a medida que pasan de estudiantes de licenciatura a
estudiantes de posgrado, ayudantes posdoctorales, profesores no numerarios o
profesores numerarios. Las mujeres constituyen menos del 20% de la población
activa en el campo de las ciencias, la ingeniería y el desarrollo tecnológico,
y sólo el 20% en el de la ingeniería. Los lectores de revistas insignia como
Science y Nature han sido testigos de dos décadas de titulares como: «La
diversidad: del dicho al hecho, todo un trecho» y «Los esfuerzos por estimular
la diversidad se encuentran con problemas persistentes».
Una
historia típica, en la que se comentaba las muchas comisiones nacionales
creadas para investigar el problema, decía: «La finalidad de estas actividades
es seguir socavando un problema que, según los expertos, empieza con unos
mensajes negativos en la escuela, continúa en los programas de licenciatura y
de posgrado que levantan barreras (económicas, académicas y culturales) a todos
los candidatos que no sean los mejores, y sigue en el lugar de trabajo». En una
reunión de los rectores de nueve universidades estadounidenses de elite celebrada
en 2001, se reclamaban «cambios importantes», por ejemplo crear becas y ayudas exclusivas
para las mujeres de los claustros, darles los mejores sitios de aparcamiento en
el campus, y garantizar que el porcentaje de mujeres en los claustros fuera el mismo
que el de alumnas.
Pero
hay algo raro en estas teorías sobre mensajes negativos, barreras ocultas y
prejuicios de género. El método que sigue la ciencia es formular cualquier
hipótesis que pueda explicar un fenómeno y descartarlas todas menos la correcta.
Los científicos valoran la capacidad de pensar en explicaciones alternativas, y
se espera que quienes lanzan una hipótesis refuten hasta las improbables. No
obstante, en los debates tipo «tubería agujereada» de la ciencia, pocas veces
se menciona siquiera una alternativa a la teoría de las barreras y los
prejuicios. Una de las raras excepciones fue un suplemento de un artículo
aparecido en Science en 2000, que citaba una exposición de la científica social
Patti Hausman en la Academia Nacional de Ingeniería: La pregunta de por qué las
mujeres no eligen las carreras de ingeniería tiene una respuesta evidente:
porque no quieren. Dondequiera que vayamos, nos encontraremos con que las
mujeres entienden mucho menos que los hombres qué tienen de fascinante los
ohmios, los carburadores o los quarks. Reinventar el currículo no hará que me
interese más averiguar cómo funciona mi lavavajillas.
Algunas cosas habrán cambiado entre lo que relata B. Friedan para los EE.UU y lo que cuentan la periodistas españolas, lo que no parece haber cambiado mucho es el método. Se da por
sobreentendida cuál debiera ser la respuesta correcta a determinadas cuestiones
con lo que las autoras se ahorran el esfuerzo de explicar por qué las cosas
deberían ser como ellas quisieran que fueran. Quizá podríamos hablar de la “ciencia”
que no explica, pero incomoda.
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