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11 enero, 2014

El género no marcado

Repárese en el párrafo que sigue de este artículo, de Pedro Álvarez de Miranda con título: El género no marcado:

“¿Y por qué es el masculino, en vez del femenino, el género no marcado? Buena pregunta, para cuya compleja respuesta habríamos de remontarnos, en el plano lingüístico, hasta el indoeuropeo, y en el plano antropológico hasta muy arduas consideraciones, en las que no pienso engolfarme, acerca del predominio de los modelos patriarcales o masculinistas. Efectivamente, es más que posible que la condición de género no marcado que tiene el masculino sea trasunto de la prevalencia ancestral de patrones masculinistas. Llámeselos, si se quiere, machistas, y háblese cuanto se quiera de sexismo lingüístico. Séase consciente, sin embargo, de que intentar revertirlo o anularlo es darse de cabezadas contra una pared, porque la cosa, en verdad, no tiene remedio. Rosa Montero lo ha escrito admirablemente: “Es verdad que el lenguaje es sexista, porque la sociedad también lo es”. Lo que resulta ingenuo, además de inútil, es pretender cambiar el lenguaje para ver si así cambia la sociedad. Lo que habrá que cambiar, naturalmente, es la sociedad. Al cambiarla, determinados aspectos del lenguaje también cambiarán (en ese orden); pero, desengañémonos, otros que afectan a la constitución interna del sistema, a su núcleo duro, no cambiarán, porque no pueden hacerlo sin que el sistema deje de funcionar.”

Tratando de poner de manifiesto la inutilidad de las propuestas de tantos estudios sobre el sexismo del lenguaje, acaba aceptando considerar machista el hecho de que el masculino constituya el género no marcado. Lo cual no sé si dilucida la cuestión o más bien la mete en un laberinto de difícil salida, máxime si se tiene en cuenta lo que dice al final del párrafo relativo al núcleo duro y los aspectos del idioma que nunca cambiarán, lo que no solo daría toda la razón el feminismo sino que garantizaría que a perpetuidad esta sociedad pudiese ser considerada como machista, al margen de todo lo demás.

Pero lo cierto es que el lenguaje, más allá de la gramática, admite usos sexistas como admite usos discriminatorios contra colectivos no conformados por el sexo,  sino en razón de  su procedencia geográfica o tantos otros rasgos que podamos tomar como distintivos de personas o colectivos y así por ejemplo en multitud de lenguas la denominación para sus hablantes es la de “las personas” mientras que los otros son “los bárbaros”.

Como tampoco acabo de ver los beneficios de esta característica del idioma pues,  si como las feministas aducen invisibiliza a la mujer, lo cual solo sería cierto en algunas situaciones particulares ya que la lengua nos da recursos para evitar que esto suceda, no está tampoco claro que la invisibilidad sea siempre algo a evitar sino más bien deseable, particularmente cuando este masculino genérico a lo que hace referencia es a lo que menos dignifica al  género humano, en expresiones del tipo: “el mayor riesgo para que el planeta colapse se debe al hombre”  “si la educación no funciona es por culpa de los profesores” o “el mal comportamiento de los hijos es de los padres que no saben estar en su sitio” o, por partida doble en expresiones del tipo, “Padres contra profesores: ¿Quién tiene la culpa del fracaso escolar?

En cuanto a otros aspectos, como el tratamiento dado a determinados términos, tan sexista serían algunas cosas denunciadas por el feminismo, como que el diccionario no recoja una entrada con la palabra misandria, o que haya terminado aceptando, aunque sea en un sentido limitado el término género, por no mencionar la cándida explicación de lo que hayamos de entender por feminismo, en la que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.  


Pero en la medida en que la cita que da pie a este comentario se remonta al indoeuropeo y más allá, no estaría de más, aunque supongo que se trata de una tarea inmensa, que solo me atrevo a insinuar, indagar cuánto pueda estar condicionando esta característica del idioma en la actual dificultad, a veces parece que insalvable, de los varones para adquirir conciencia diferenciada como sexo, lo que las feministas denominan conciencia de género, y que en su caso ha derivado no solo en una defensa incondicional de las de su sexo, sino en un completo desentendimiento de lo que suceda más allá de él. Dificultad tan extraordinaria en los varones como para permitir que haya hombres que hablando del hombre genérico, incluso del varón, lo hagan sin sentirse ellos mismos aludidos. 

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