Estoy llegando a la conclusión de que las mujeres quieren la felicidad y los hombres no se la damos. Es más, llegué a la conclusión de que hagamos lo que hagamos los hombres siempre seremos merecedores de reproche. Y lo seremos por motivos tan diversos como: hacer, no hacer, decir, callar, ir demasiado lejos, acercarse demasiado…. El reproche es continuo y desde todos los ángulos, desde la política, la prensa y todo cuanto altavoz existe, los hombres fallamos. Tan es así que se puede hacer una campaña electoral sin mencionarnos.
Ayer escuché en la radio que para muestra de las discriminaciones que sufre la mujer se podía coger como ejemplo el colectivo de enfermeras, donde a pesar de representar ellas más del 70 % del colectivo, algunos órganos de representación estaban ocupados por varones, y atribuyendo tal circunstancia a la maternidad. Primero presté atención a la noticia, pero a medida que la iba digiriendo no sabía si reír o llorar y como mi indignación iba in crescendo me he puesto a escribir esta entrada, para tratar de ver que queda de la susodicha discriminación después de analizar mínimamente la noticia.
En primer lugar se me ocurre que se podrían citar multitud de colectivos de trabajadores varones a los que ya les gustaría que su problema fuese ese y no otros. En segundo lugar argumentando sobre la maternidad tendriamos que hacer memoria de que somos el país del mundo con la tasa de natalidad más baja. En tercer lugar se me ocurre que dentro del colectivo de enfermeras hay muchas que no son madres y que nunca lo serán, o que habiéndolo sido sus hijos son autónomos, pero se me ocurre también que entre ese colectivo debe haber padres y, padres implicados en la educación y el cuidado de sus hijos, y que por tanto las categoría hombre- mujer utilizada para analizar el asunto es un completo fraude. Ella no siempre es madre y ser padre implica obligaciones.
Como fraude es usar como un reproche el asumir responsabilidades en un colectivo o sindicato, e indigno utilizar como acusación nuestra mayor militancia en los partidos políticos, o la también mayor participación en los foros de discusión de Internet, incluso para hablar de aquellos temas que les tocan más de lleno a ellas como recientemente con el tema del aborto. Por cierto me ha parecido más comprometido con el tema Iñaki Gabilondo que Ana Blanco. Estamos en lo de siempre, a los hombres se nos podrá hacer reproche tanto por la mayor militancia como jactarse de que la paridad representa para nosotros una garantía de futuro.
La igualdad feminista viene siendo una cosa tan extraña como la que refleja la siguiente comparativa, un trabajador a tiempo completo en la construcción y una administrativa a tiempo parcial, serán calificados según sus criterios: él, como varón privilegiado por gozar de contrato a tiempo completo y de varón ausente por dedicar menos tiempo a la casa y los hijos; ella como doblemente discriminada: en el trabajo, por contrato a tiempo parcial y en casa, por mayor ocupación de hijos y casa. Y esto será así incluso cuando sea lo que ella ha buscado y lo que desee. Desde luego no escuché nunca a ninguna feminista pedir el intercambio de papeles. Y este sería otro tema interesante, la ausencia de reciprocidad en los planteamientos feministas.
Pareciera que nos quisieran muditos en toda ocasión, mucho más de lo que ya lo estamos. Podrían coger también el caso de las maestras que, siendo mayoritarias en el colectivo, su participación en los foros de educación es mínima, como mínimo fue su deseo de formar parte de los órganos de dirección de los centros - asumir responsabilidades cuesta aunque aquí se nos pretenda vender no sé qué moto-. No sé si quizá debiéramos considerar como otro mérito de este feminismo que rehúsen el debate, o que se arroguen como propias conquistas que ni han peleado, ni han defendido, pues sucederá lo que con Rosa Cobo que nos explicará de qué va eso de la Democracia paritaria a las puertas de la segunda elección según esa norma.
Y asi, los hombres debemos estar preparados por igual, para ver como la vicepresidenta del Gobierno se reúne con las organizaciones feministas para acordar con ellas la política contra la violencia doméstica, y soportar el chaparrón de Soledad Gallego de que nuestro compromiso con la causa es poco, y eso, sin menoscabo de que las mismas hayan aprobado dos preámbulos como estos, o de que se haya propalado la especie de que los hombres inventamos el patriarcado para mantenerlas dominadas y dado el caso asesinarlas. ¿Yo varón, debo soportar que se me formulen todos esos reproches a la vez o asistir a la infamia de que alguien coloque debajo de la foto de un niño la palabra verdugo y el motivo por el que se pide su retirada sea para no alentar a los pedófilos?
¿No sería necesario revisar todas estas cosas? ¿No es excesivo situar al mismo nivel, y como ligadas a la misma causa, la violencia de género, la discriminación salarial, la discriminación en las pensiones de viudedad, el mayor desempleo femenino, la todavía escasa presencia de las mujeres en puestos de responsabilidad política, social, cultural y económica, o los problemas de conciliación entre la vida personal, laboral y familiar. ¿No es injusto y excesivo hablar de complicidad de los hombres para evitar que las mujeres asciendan el los empleos? ¿No es injusto acusar alegremente a la clase empresarial de buscar subterfugios para pagar menos a las féminas?
Por cierto, ¿si a ese empresario hay que acusarlo de machista, como se llamaría a las empresarias que solo contratan mujeres? ¿Será quizá que cuando se habla de complicidad masculina, en realidad deberíamos observar otras complicidades?
La sensación que tenemos los que en algún momento creímos que el objetivo del feminismo era la igualdad, a estas alturas no puede ser otra que la de estafa.
La citada Soledad Gallego Díaz se negó, en más de una ocasión a asumir la dirección de "El País". Veamos las razones que ella misma daba para tal negativa:
ResponderEliminar“No quise ser la primera mujer directora de El País porque en ese momento lo que me apetecía era llevar la redacción. El director tiene muchas otras funciones además de esta, y el control de la redacción al final lo lleva el director adjunto”.
O sea, que se negó a ser directora porque no le apetecía. Pero después, claro, si no hay mujeres en los cargos directivos..., la culpa es de los hombres.
Hay otro caso también muy claro, Rosa Aguilar que pudo optar a la presidencia de I.U. en varias ocasiones y ha preferido no hacerlo. Respetable su decisión, pero lo que tú dices que luego parece que el culpable es otro.
ResponderEliminarEchar la culpa a los varones es una forma barata de no hacer autocríticas.
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