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12 marzo, 2011

Iguales sí, pero hasta donde yo diga

Sí, quizá uno de los rasgos menos ejemplares del feminismo es su falta no sólo de autocrítica, también la ausencia completa de cualquier crítica a colectivos de mujeres de las que como mínimo habría que hacer un recordatorio para no dar una imagen de unilateralidad que haga pensar que no es exclusivamente el sexo lo que pesa a la hora de funcionar como ideología, y/o a la hora de considerar y juzgar los comportamientos humanos. Viene esto a cuento no sólo de esas mujeres, casadas con hombres de negocios o de la política, que su principal desvelo lo constituye el encontrar para el día siguiente una nueva actividad con la que llenar su inmenso vacío de tiempo libre y nuevos lugares donde gastarse el dinero que en su casa corre a raudales.

¡Ojo! en las estadísticas estas mujeres figuran como amas de casa, es decir, ese sufrido grupo sometido al patriarcado que dedica toda su vida a los suyos y nada a la propia. Sus maridos mientras tanto constituyen el mejor ejemplo de padre y marido ausente y fuente inagotable de inspiración para un humorista como Forges. Ese rasgo junto a la mudable variedad de planteamientos – en el feminismo lo único que es permanente es la idea de discriminación, dónde residenciarla o cómo combatirla ha mudado para cada ola y nunca tendremos la seguridad de estar ante la última porque si hemos de hacer caso a su propio mensaje, la lucha contra la discriminación recién acaba de empezar hace un momento y los objetivos a alcanzar están siempre inéditos. Por eso somos tanto los que habiéndonos tomado en serio su idea de igualdad en algún momento hemos acabado en la peor de las decepciones al comprobar no sólo que por hombres tenemos una culpa que expiar, también que eso de la igualdad consiste en: iguales sí, pero hasta yo donde yo diga, que diría una castiza.

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