Que el movimiento feminista no siguió, ni sigue, las pautas de otros movimientos sociales y políticos coetáneos, parece una evidencia. Con sus ya casi dos siglos de existencia nació a iniciativa casi paritaria de algunos hombres y mujeres ilustrados con la justa reivindicación de la igualdad jurídica de hombres y mujeres, para ir descubriendo que este planteamiento inicial precisaba ir acompañado de otros en el terreno educativo, laboral y familiar que le diesen soporte, por lo que no dudó en buscar apoyo en la solidaridad masculina y los movimientos sociales y políticos de los siglos pasados, particularmente de las organizaciones del mundo obrero y de los partidos políticos progresistas, y en el objetivo de lograr la igualdad en los terrenos : educativo, laboral y familiar.
Ha tenido que ser a partir de la segunda mitad del siglo pasado y más particularmente en el último tercio, que gracias al descubrimiento de la píldora anticonceptiva y la generalización del aborto en buen número de países unido a la terciarización que ha sufrido la economía en ese tiempo, -pues es en el sector terciario donde con mucha diferencia las mujeres más se emplean- que pareció se habían alcanzado las condiciones objetivas para la igualdad de sexos, ya que las mujeres –y me refiero en exclusiva a los países desarrollados- gracias al control de la natalidad y la independencia económica, fruto de la incorporación masiva al mercado de trabajo, unido a su plena integración en el sistema educativo, gozaban de iguales condiciones que los hombres para avanzar en esa igualdad buscada a lo largo de casi dos siglos.
Pero hete aquí que justamente por esas épocas el feminismo en un giro copernicano olvida toda su historia pasada y sitúa el origen de la desigualdad no donde la había situado a lo largo de 150 años sino en el terreno de la sexualidad, para pasar a declarar “el hombre enemigo a batir” desplazando el objeto de las políticas feministas hacia el territorio de la violencia y reformulando la igualdad en unos términos que van camino de propugnar para el varón las mismas desigualdades que ellas padecieron, la jurídica primero y la social después, al tiempo que se desanda también todo lo andado en los siglos precedentes. Tanto es así que sin solución de continuidad se ha pasado de la obligatoriedad de los espacios mixtos al feminismo cosa de mujeres, de la Administración como instancia neutral, a exigir y disfrutar de forma exclusiva de una parte de la misma y un largo etcétera de donde dije digo quise decir Diego.
Al tiempo se formula una nueva visión de los sexos: la perspectiva de género, en la que además de declarar al varón el agente causante de todos los males padecidos por la humanidad desde sus comienzos, se plantea, sin recato de faltar a la verdad cuando haga falta, una seudoigualdad en la que cualquier criterio de reciprocidad o simetría quedan descartados de plano, porque lo que fundamenta tal visión señala como origen de todas las diferencias la existencia de dos clases, la de los hombres y la de las mujeres, donde los primeros ocupan la posición de clase dominante y las segundas la de clase explotada y oprimida y, donde los primeros no dudan en recurrir a la violencia para mantener su dominio, lo que exige cambiar al hombre. Y en esas estamos.
Pero el movimiento feminista tiene otros rasgos característicos y diferenciadores de los de que rigen para cualquier otro movimiento social o político y el primero y más característico sería el de haber declarado tabú los temas de su ideario político, temas sobre los que solo se podrían pronunciar con verdadero conocimiento de causa y garantía de no contaminación ellas mismas, y donde regirían unas reglas lógicas, estadísticas, éticas y políticas especiales que harían claramente prescindibles: el rigor intelectual, la voluntad y el deseo de evitar el sesgo de género y, en general, la honestidad o el deseo de verdad.
Y así este territorio está poblado por conquistas intelectuales tan logradas como que lo que fundamenta la democracia paritaria sería en palabras de Rosa Cobo “...(1) los variados e invisibles filtros que expulsan a las mujeres de los espacios en los que existen poder y recursos: de la política a la empresa, de la cultura a la familia, del partido o sindicato a la ONG…”, o la increíble proeza de los estudios que demuestran la desigualdad de salarios entre hombres y mujeres sin que, ni económica, ni jurídicamente sea posible detectar tal realidad, pasando por el famoso techo de cristal o esos estudios sobre violencia doméstica y acoso laboral y sexual que como premisa de partida establecen que tales violencias sólo pueden ser ejercidas por los varones...
Pero podríamos continuar por el territorio del lenguaje donde después de imponer contra el criterio de la R.A.E el término “violencia de género”, ahora resulta que parecen preferir “violencia machista”, o donde resulta sexista decir “la juez” pero no “el periodista” o “el siquiatra”, donde se denuncia invisibilidad cuando interesa pero se juega a ella cuando conviene, -o es que se ha visto alguna vez protestar a una feminista porque a las criminales femeninas no se les llame criminalas, o por el uso extensivo de la palabra hombre para referirse al género humano en expresiones como ésta en las que, hablando del medio marino, alguien dice “existe un depredador mayor que el tiburón, el hombre”-.Y podríamos continuar por ese uso curioso del lenguaje según el cual “sexismo” y “sexista” se identifica como “contra las mujeres” donde el término “estereotipo” sólo tendría significación aplicado a ellas, y donde el término “género” se usa y significa lo que se desea en cada momento.
Por cierto, a pesar de esa mitología de las duras luchas femeninas en éste y otros temas, todos estos cambios se están imponiendo en la lengua sin que por ningún lado se atisbe esa reacción patriarcal que cabría esperar de suceder las cosas como dicen los textos feministas. Lo que daría para otras tantas entradas sería analizar por qué, habiendo fracasado todas las tentativas de un partido feminista, el resto de los partidos han decidido ponerse a su servicio, o por qué la “intelectualidad” masculina ha decidido aceptar esa visión antropológica del varón como “depredador” del género femenino o por qué, sin mayores explicaciones, se acepta que el feminismo aplique una doble vara de medir según la cual la mujer resulta víctima sin responsabilidad y el hombre verdugo sin remisión. Más enjundia si cabe tiene, el que una visión parcial y sectorializada del mundo como la que respresenta el género, una visión segregacionista y excluyente de la mitad de la población, haya llegado a convertirse en materia cultural y política indiscutibles.
En mi opinión el feminismo no busca la igualdad sino que pretende la demostración de que lo hecho por le hombre a la largo de la historia, desde las conquistas sociales a las culturales, desde Aristóteles a Mozart, desde la ciencia a la técnica, ha sido gracias al sometimiento de la mujer, y para ello se han propuesto darle la vuelta a la tortilla cambiando los términos de esa relación, porque como de nuevo dice Rosa Cobo en el mismo artículo “La paridad es uno de esos hechos políticos que señalan si un partido está en la senda de la modernidad y el progreso o si, por el contrario, elige dar la espalda a las mujeres en su forma de organizar las relaciones sociales y de entender la democracia</span>.” Es en ese contexto que cabe entender la frase de Francois Singly en el sentido de que la ciencia, la política o la informática no sean conquistas del género humano, que por tanto interesaría a todos cultivar, sino espacios donde el hombre se refugia para seguir ejerciendo su supremacía.
Una perla publicada hoy en El País, el BOE del feminismo oficial. Enlazando con tu post anterior, la informática y las TIC importan bastante menos que reforzar los contenidos de "género" (es decir, la propaganda feminista) por encima de cualquier otra materia.
ResponderEliminarEl feminismo ha evolucionado desde el deseo del liberalismo ilustrado de promover una igualdad basada en el ejercicio de derechos universales y obligaciones equitativas hasta su secuestro por ideologías totalitarias de raíz marxista que aplican la panacea simplista que da importantes réditos políticos: la "lucha de clases". Lo que pretende el feminismo con el hombre es lo mismo que el marxismo con la burguesía ilustrada del siglo XIX: demostrar que todos sus logros se deben en realidad al carácter explotador, por un lado, del hombre para el feminismo, por otro, de la burguesía ilustrada para el marxismo. Recomiendo el breve aretículo de Edurne Uriarte escrito hoy en el ABC.
ResponderEliminarPlutarco, no soy capaz de ver esa diferencia que encuentras entre El País y otros medios, pero creo que no merece la pena debatir por ello. En relación con el artículo que citas, observarás que de nuevo se pide en él una composición equilibrada del profesorado en la Universidad. Lo que no acabo de entender es sobre qué criterio de equidad se hace esa petición olvidando que en las otras enseñanzas no se exige lo mismo. No sé que opinaréis vosotros pero yo a quien hace coincidir lo justo con lo que a él o ella le interesa no lo llamo justicia.
ResponderEliminarHablando de ese periódico yo he encontrado este otro artículo http://www.elpais.com/articulo/opinion/mujeres/denuncian/falso/elpepuopi/20090309elpepiopi_5/Tes
que de algún modo entronca con algunas de las cosas tratadas en la entrada. Para empezar es importante resaltar el tono apodíctico, quizá intimidatorio, en el que está realizado el artículo, en el que como quien no quiere la cosa se acusa a toda voz discrepante de practicar “el discurso ancestralmente construido para perpetuar la subordinación de las mujeres” y más delante de participar en una “estrategia”.
A renglón seguido se habla de “los juristas conocemos bien las reglas que regulan el proceso penal”, como si no fueran también juristas quienes han sacado a la luz la existencia de esas denuncias falsas, por ejemplo, María Sanahuja http://www.elpais.com/articulo/opinion/denuncias/falsas/elpepiopi/20081222elpepiopi_5/Tes pero, muchos más, por ejemplo ese juez sevillano que acaba de publicar un libro sobre el tema y del que hablamos recientemente en esta bitácora.
Pero, a mí sin ser jurista me llama la atención leer de la pluma de una magistrada que la absolución del acusado no es garantía de su inocencia sino que “Significa que la acusación no ha introducido pruebas bastantes de cargo,...”, no sé que os parecerá, a vosotros pero yo creía que la presunción de inocencia, que un poco más abajo se reclama para las mujeres, presuponía que uno era inocente mientras no se demostrase lo contrario, pero veo que también en esto rige el género y lo que se exige para ellas se les niega a ellos.
Otro tanto de lo mismo cabría decir cuando dice: “Sobre quienes afirman que las mujeres interponen denuncias falsas recae la carga de probar su existencia”. Ya que ese principio debiera regir siempre, y no sólo en este caso, y con la misma claridad habría que exigirlo a quien presenta la denuncia, sin que se aplique el automatismo de primero metemos en la cárcel al agresor, pues desde ese mismo momento pasa a tener tal categoría, que no perderá aún cuando resulte absuelto, y luego juzgamos los hechos. Recuérdese el caso del padre de Alba.
En fin, en una magistrada el tono del artículo descalificando cualquier opinión que no coincida con la suya no es la mejor manera de ofrecer visos de imparcialidad y equidad. La generalización del mismo título del artículo le resta cualquier credibilidad pues haría ser mucho más que jurista para hacer una aseveración tan absoluta como que las mujeres no denuncian en falso, y una fe en lo femenino, que va más allá de lo terrenal de todos estos asuntos aunque haya quien se empeñe en considerarlos palabra revelada.
En temas de feminismo, básicamente no encuentro ninguna diferencia substancial en los artículos que publica la prensa española, aunque quizás El País y Público destacan más en sus formas feministas, muy ligadas a las políticas de género gubernamentales. Soy lector asiduo de El País desde 1976 y en estos años, para saber lo que piensa el Poder, sea del matiz que sea, creo que ha sido lectura imprescindible.
ResponderEliminarPor lo demás, estoy de acuerdo con los comentarios que haces del artículo, que también calificaría de "perla" si lo publica El Mundo, ABC o la gacetilla de La Razón, aunque en ocasiones, y por razones de marketing, no actuen tan claramente como El País como "boes" del feminismo oficial..
El tono de los dos artículos de "El País" no es "un poco", sino manifiestamente acusatorio, como corresponde a quienes están convencidas de tener la exclusiva posesión de la verdad y quienes, además, parten del presupuesto de que sólo ellas están cualificadas para discernir sobre el bien y el mal.
ResponderEliminarLo que Marín López (jefa del Observatorio contra la Violencia de Género) está pidiendo en su artículo es, sencillamente, que se prohiba por ley sacar a colación cualquier cosa que a ellas les moleste: que nadie se atreva a decir que hay mujeres que denuncian con falsedad, porque entonces será reo de un grave delito. Su artículo, sin citarlos, está referido precisamente contra otros magistrados y juristas (como Sanahuja) que han levantado sus voces contra la plaga de falsas acusaciones: lo que Marín López pretende es, sencillamente, que quien se atreva a criticar esta ley --siquiera sea 'soto voce'-- sea automáticamente apartado de la carrera judicial.
Marín López, en cualquier caso, tiene toda la razón en una cosa, y es importante comprenderla: el que alguien sea absuelto de un delito no implica que la acusación fuera falsa, sólo implica que no ha sido posible demostrarla. El que tantos miles de denuncias por malos tratos no haya prosperado, es cierto, no implica por sí mismo que todas y cada una de tales denuncias fueran falsas. En esto, como digo, hay que darle la razón a Marín López desde una perspectiva garantista: quien afirma algo es el que tiene que demostrarlo, en caso de no demostrarlo ello no implica que sea automáticamente verdad lo contrario, lo único que implica es que lo afirmado no está confirmado y, por tanto, no se puede condenar.
En las actuales circunstancias, sin embargo, lo característico de cómo se aplica actualmente la Ley que Marín López defiende es su negación radical del garantismo: la acusación de la mujer, 'per se', implica ya --sin más trámites-- que el varón acusado sea expulsado de su casa y privado de la patria potestad; en el juicio, es cierto, la acusada tendrá que "demostrar" la veracidad de sus acusaciones..., pero, ¿en qué consiste esta demostración?, pues en la mayoría de los casos consiste, sencillamente, en que su acusación queda demostrada porque ella lo dice y (como rotundamente afirma el título del artículo) "las mujeres no acusan en falso". Dadas estas condiciones, en fin, sólo cabe explicar que una denuncia no prospere en aquellos casos en los que la falsedad de lo que la mujer denuncia es tan manifiesta que no resulta verosimil ni siquiera en medio de la actual presión política y mediática para que los jueces condenen sin más ni más a todos los denunciados.
Y es que el garantismo judicial, precisamente, se basa en el presupuesto de que es mejor que un culpable no sea condenado a que un inocente sí lo sea, pero la vigente Ley de Violencia de Género se basa en el presupuesto contrario: mejor condenar a varios miles de hombres inocentes antes de que algún culpable se libre.
Por lo que respecta la reivindicación de las estudiosas "de género", conociendo como conozco el mundo universitario y el mercado persa en que se ha convertido todo lo relacionado con la aplicación de los acuerdos de Bolonia, puedo asegurar que no es más que la reacción natural de un grupo de profesoras privilegiadas que reclaman todavía más privilegios. Si, pongamos por caso, los profesores de astronomía, de biología molecular o de latín tuvieran ocasión de hacerlo, impondrían asignaturas dependientes de sus áreas en la mayor proporción posible hasta en las titulaciones más peregrinas (¿cómo va usted a ser abogado sin conocer en detalle la geografía lunar?). De hecho, eso es lo que ha venido sucediendo en cada una de las reformas: las áreas próximas al poder político del momento se han extendido a costa de otras, sin importar nada para ello la mayor o menor lógica de tales expansiones. Las que ahora mismo están disfrutando del increíble chollo proporcionado por los estudios de género (tan científicos, por lo general, como la astrología) quieren, como es lógico, tener todavía más poder y más chollos, y como tienen posibilidad de presionar, presionan.
(Athini)
El tono de los dos artículos de "El País" no es "un poco", sino manifiestamente acusatorio, como corresponde a quienes están convencidas de tener la exclusiva posesión de la verdad y quienes, además, parten del presupuesto de que sólo ellas están cualificadas para discernir sobre el bien y el mal.
ResponderEliminarLo que Marín López (jefa del Observatorio contra la Violencia de Género) está pidiendo en su artículo es, sencillamente, que se prohiba por ley sacar a colación cualquier cosa que a ellas les moleste: que nadie se atreva a decir que hay mujeres que denuncian con falsedad, porque entonces será reo de un grave delito. Su artículo, sin citarlos, está referido precisamente contra otros magistrados y juristas (como Sanahuja) que han levantado sus voces contra la plaga de falsas acusaciones: lo que Marín López pretende es, sencillamente, que quien se atreva a criticar esta ley --siquiera sea 'soto voce'-- sea automáticamente apartado de la carrera judicial.
Marín López, en cualquier caso, tiene toda la razón en una cosa, y es importante comprenderla: el que alguien sea absuelto de un delito no implica que la acusación fuera falsa, sólo implica que no ha sido posible demostrarla. El que tantos miles de denuncias por malos tratos no haya prosperado, es cierto, no implica por sí mismo que todas y cada una de tales denuncias fueran falsas. En esto, como digo, hay que darle la razón a Marín López desde una perspectiva garantista: quien afirma algo es el que tiene que demostrarlo, en caso de no demostrarlo ello no implica que sea automáticamente verdad lo contrario, lo único que implica es que lo afirmado no está confirmado y, por tanto, no se puede condenar.
En las actuales circunstancias, sin embargo, lo característico de cómo se aplica actualmente la Ley que Marín López defiende es su negación radical del garantismo: la acusación de la mujer, 'per se', implica ya --sin más trámites-- que el varón acusado sea expulsado de su casa y privado de la patria potestad; en el juicio, es cierto, la acusada tendrá que "demostrar" la veracidad de sus acusaciones..., pero, ¿en qué consiste esta demostración?, pues en la mayoría de los casos consiste, sencillamente, en que su acusación queda demostrada porque ella lo dice y (como rotundamente afirma el título del artículo) "las mujeres no acusan en falso". Dadas estas condiciones, en fin, sólo cabe explicar que una denuncia no prospere en aquellos casos en los que la falsedad de lo que la mujer denuncia es tan manifiesta que no resulta verosimil ni siquiera en medio de la actual presión política y mediática para que los jueces condenen sin más ni más a todos los denunciados.
Y es que el garantismo judicial, precisamente, se basa en el presupuesto de que es mejor que un culpable no sea condenado a que un inocente sí lo sea, pero la vigente Ley de Violencia de Género se basa en el presupuesto contrario: mejor condenar a varios miles de hombres inocentes antes de que algún culpable se libre.
Por lo que respecta la reivindicación de las estudiosas "de género", conociendo como conozco el mundo universitario y el mercado persa en que se ha convertido todo lo relacionado con la aplicación de los acuerdos de Bolonia, puedo asegurar que no es más que la reacción natural de un grupo de profesoras privilegiadas que reclaman todavía más privilegios. Si, pongamos por caso, los profesores de astronomía, de biología molecular o de latín tuvieran ocasión de hacerlo, impondrían asignaturas dependientes de sus áreas en la mayor proporción posible hasta en las titulaciones más peregrinas (¿cómo va usted a ser abogado sin conocer en detalle la geografía lunar?). De hecho, eso es lo que ha venido sucediendo en cada una de las reformas: las áreas próximas al poder político del momento se han extendido a costa de otras, sin importar nada para ello la mayor o menor lógica de tales expansiones. Las que ahora mismo están disfrutando del increíble chollo proporcionado por los estudios de género (tan científicos, por lo general, como la astrología) quieren, como es lógico, tener todavía más poder y más chollos, y como tienen posibilidad de presionar, presionan.
(Athini)
En la lista de correo de AHIGE (a la que estoy suscrito aunque no participo) alguien escribía esto hace poco:
ResponderEliminar"Tratar igual a los que no son iguales, tiene un nombre: discriminar. Pretender que se trate igual a ambos sexos tiene un nombre: discriminar."
Ese alguien firmaba como Chema Espada, a quien podemos ver aquí anunciando su colaboración con el ministerio de igualdad como asesor.
http://masculinidades.wordpress.com/2009/02/15/comienzo-participacion-como-asesor-con-el-ministerio-de-igualdad-en-prevencion-rehabilitacion-de-violencia-de-genero-con-hombres/
Esos artículos de los que se habla aparecieron alrededor del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer (antes, "de la Mujer Trabajadora"), y por eso dicen exactamente lo que se espera que digan.
ResponderEliminarEs lo que toca en estas conmemoraciones: cuando la tradición manda repetir las consignas del grupo no hay lugar para la sorpresa.
Ahora bien, una vez, por estas fechas, vi un cartel de una organización feminista que decía: "Todos los días son 8 de marzo."
Está claro, ¿no?