Vivimos en un mundo aparentemente del siglo XXI, incluso presumimos de la conquista de nuevos derechos, pero lo cierto es, que en lo relativo al género hemos retrocedido décadas y décadas y, el hecho de que esa materia haya sido declarada tabú para el común de la ciudadanía y materia reservada a los “expertos”, nos devuelve problemas de hace mucho tiempo, anteriores en cualquier caso a la Ilustración.
La división del mundo que realiza el feminismo actual en la que, por una parte, estarían todas las mujeres de hoy y de ayer, de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, y por el otro, los hombres, todos los hombres presentes y pasados, no sólo oculta la complejidad de los sexos, también la complejidad del mundo, en realidad supone que todo lo que hemos ido ganando en mayor discernimiento lo entregamos de nuevo a esa oscuridad en la que todos los gatos son pardos, y que en modo alguno nos indica un camino que se pueda transitar o un camino que nos pueda llevar a algún buen destino.
Leyendo alguna legislación de género uno tiene la duda si en realidad habla de las mujeres afganas, de las españolas bajo el franquismo, o de qué, pero difícilmente reconoce a la inmensísima mayoría de las españolas de hoy, tampoco de los españoles por supuesto, pero es derecho positivo que se aplica un día sí y otro también por nuestros tribunales de justicia. Hablar de la mujer como una abstracción donde no importaría ni clase, ni formación, ni tan siquiera condición física y pretender con esa abstracción hacer justicia no es posible. Tanto como catalogar al varón –a todos los varones- con un determinado estereotipo.
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